
Comienza el fin de semana y siempre uno piensa en hacer cosas diferentes, en el fondo todo es una…
Cuestión de ajustes
Nada más conocerla supe que no era como las demás, tenía algo. Por supuesto no sabía qué era, estaba lejos de imaginarlo. Lo que tenía claro es que yo había pasado por muchas relaciones y ella no se parecía a ninguna de las mujeres con las que había estado.
Para empezar usé todos mis trucos de siempre tratando de llevármela a la cama y no funcionaron, daba un paso hacia adelante y dos atrás. Lo peor era que cuanto más rechazado me sentía más la deseaba. Reconozco que me volví masoquista, dependiendo de sus desprecios demoledores, un adicto a su despiadada manera de reorganizarme la agenda. Maldiciendo cuando después de un calentón me iba a casa con los calzoncillos mojados. El día que menos lo esperaba, ese día fue el que ella me folló, porque no, no me la follé yo, cuando ella lo decidió lo hizo.
Las siguientes semanas fueron todavía más caóticas. Siempre mirando el teléfono para ver cuando me decía ven para dejarlo todo y salir corriendo. Era lo que hacía, abandonar cuanto estuviera haciendo, trabajo incluido, para ir en su busca.
Hasta tal punto llegó mi desquicie que entré en barrena. Mi familia empezó a notar esa inestabilidad propia del vértigo que produce una relación incomprensible.
Decidí que la mejor manera de arreglar ese desequilibrio era romper con ella. Me presenté en su casa armado de valor porque, sí, ya estaba bien de tanto putearme a todas horas. De sentir cómo me roían los celos por dentro por no saber si se la estaban follando otros hombres. Así que allí me planté dispuesto a no soportar más humillaciones. Quería volver a mi vida tranquila, rutinaria, sin tantas idas y venidas, recuperar mi yo de siempre.
Me preparé un último discurso frente al espejo en la misma entrada del portal de su casa. Llamé a su puerta. Entré.
—Has tardado en subir. ¿El ascensor tenía overbooking?— Fue lo primero que me soltó, lo hizo como si me diera una bofetada en toda la cara. Tengo que ser fuerte, recuerdo que pensé.
Me hizo pasar al interior con una indicación de su mano. Cerró la puerta de golpe. Antes que pudiera hacer o decir nada me empujó contra la pared de la entrada con violencia. Comenzó a tocarme y quitarme la ropa con agresividad, por un momento pensé que la iba a romper. Me dejé llevar y la seguí porque era imposible de parar. Me tiró al suelo del pasillo. Una vez me tuvo desnudo, ella se quitó la suya mientras se sentaba sobre mí a horcajadas.
Siguió cabalgándome haciéndome olvidar mi discurso y todo lo demás, licuándome literalmente el cerebro. No paró de montarme hasta que me hube corrido. Entonces percibí bajo mi cuerpo desnudo la frialdad y dureza del suelo. Después se levantó y me arrastró hasta su dormitorio donde me ordenó subir a la cama. Luego me preguntó mientras se echaba erguida a mi lado.
—Creo qué venías con algo importante que decirme.
En ese momento le conté mi mayor secreto, ese que jamás le había contado a nadie. Le reconocí ser sumiso y que las mujeres y los hombres con carácter, fuertes, dominantes, anulan mi voluntad y me someten.
—Si estás buscando un ama la has encontrado, bienvenida al paraíso, puta esclava. — fue su respuesta dándome un seco azote en mi nalga desnuda.
Después nuestra relación cambió. Ella hizo algunos ajustes. A partir de ese día me da órdenes, algunas veces sonriendo descarada y burlona, otras fría y distante. Y yo… yo me arrastro a sus pies obedeciendo despojado del más mínimo rastro de dignidad.
Galiana
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Este relato fue publicado en la semana de Navidad del 2022 en el blog galianaycia.com
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