Una cita con @GalianaRgm: «Las reglas del juego»

En la vida existen unas reglas del juego pudes seguirlas o…

Las reglas del juego

El reloj de la sala marcaba su tic-tac de forma inevitable. Cada avance de las manecillas era una nueva incertidumbre, acumular temores, sumar sospechas, alimentar la intriga, incrementar el engaño, añadir dudas.

Observaba a quienes estaban como yo, sentados en aquella sala. No tenía ni idea de quienes eran. Nos mirábamos los unos a los otros con el mismo escepticismo con que avanzaban las agujas de reloj. El silencio nos envolvía de manera incómoda y desconcertante.

Me preguntaba si era el único de los presentes que no conocía al resto, si bien nadie daba muestra alguna de tener la más mínima relación entre sí.

Ignoraba los motivos por los que estaban allí los demás, solo me preocupaban las causas que me atañían a mí.

Ella me explicó, de forma reiterada, que no habría peligro alguno siempre y cuando me ciñera a sus órdenes. Así lo había hecho, por lo que no entendía estar en una sala privada de hospital con personas extrañas. Esperaba que alguien viniera a darme las oportunas explicaciones de cuanto estaba aconteciendo.

Lo sucedido hasta el momento se saldaba con una llamada de teléfono, en la misma se me informaba sobre su accidente y su traslado al hospital más cercano en ambulancia.

Desde mi llegada se me conminó a esperar en una sala habilitada de forma especial para la ocasión. Solo se me dijo que las personas que ya se encontraban en la misma y algunas más que se unirían habíamos sido requeridos en condición de familiares cercanos. Se me pidió no dar cuenta a la prensa.

Pensé que si había sido capaz de dar órdenes al personal sanitario, el accidente no debía ser muy grave; en estos casos nunca se sabe.

Me molestó la advertencia de dejar a los medios de comunicación fuera, jamás se me hubiera pasado por la cabeza acudir a ellos con un asunto de este calibre. Todo aquello pertenecía al ámbito privado; no era una noticia de interés público.

Eché una nueva mirada al reloj y a mis compañeros de espera. Se me había informado de que los allí presentes éramos considerados familiares cercanos. ¿Cercanos? En todos los años que he permanecido a su lado jamás me presentó a ninguno de los allí congregados.

Les observé con detenimiento. Por edad ninguna de esas personas podían ser sus padres. Tampoco cabía posibilidad alguna de que fueran sus hermanos de sangre. Todos teníamos la tez blanca, casi mortecina; la piel de ella era oscura.

Una vez asumidos los allí presentes como familiares, me puse a pensar en quiénes podrían ser.

Dos hombres parecían matones de barrio, por mucho que llevaran un traje hecho a la medida; la ropa no oculta determinas actitudes. Recordé que ella en alguna ocasión me habló de contratar personal para la seguridad y cómo me eché las manos a la cabeza. La decisión al respecto ya la tenía tomada, y tras mi numerito de fatalidad dijo en tono lacónico:

—No notarás su presencia.

De aquella conversación había transcurrido… ¿cuánto? Por lo menos casi un año, en todo ese tiempo no había visto a este par de armarios jamás.

La mujer que junto a mí formaba el cuarteto de la sala no paraba de mirar la pantalla del teléfono. Parecía estar esperando una llamada, un mensaje, algo que no llegaba. El traje de chaqueta negro en el que estaba metida le venía algo estrecho, usado en demasía. Las féminas con este tipo de vestimenta siempre me han atraído sexualmente. Sus curvas me sonaban bastante. Entonces, en mi cabeza saltó un clic en el momento en el que cruzó las piernas; recordé haberla conocido hace muchos, muchos años. Fue en los juzgados, acompañaba a la mujer por la que me encontraba en aquella sala de hospital.

La mujer que me había llevado hasta allí con una llamada de teléfono es una abogada famosa, de esas que salen en la tele representando a tipos con más dinero del que pueden gastar en toda su vida.

La primera vez que la vi dijo ser mi abogada de oficio. Evitó que fuera al trullo. Si me escuchara hablar así se enfadaría, le horripila el lenguaje vulgar de la calle. Hizo de mí un hombre, no un pandillero carne de presidio. Me metió en su cama la misma noche que nos conocimos y hasta el día de hoy.

Estaba pensando en nuestra primera vez y sintiendo la humedad entre mis piernas cuando entró en la sala un doctor diciendo mi nombre.

Todos giraron la cabeza para mirarme. Me sentí en desventaja, conocían mi identidad pero yo no la suya, aunque cabe la posibilidad de que ya la supieran de antes.

Salí de la sala. Se me acercó otro facultativo. Me explicó el accidente, las posibilidades de supervivencia y que no se había podido hacer nada para salvar al bebé.

¿Cómo el bebé? No tenía noticias de algo así. Es más, es imposible que fuera mío porque hace años, y por recomendación de ella, me hice una vasectomía.

Miré al médico. Le agradecí las explicaciones. Le pregunté por la puerta de salida. Me miró extrañado. No esperaba esa reacción de mi parte. Incumplí las normas que ella impuso en caso de que ocurriese un accidente, ella también lo hizo con su embarazo.

—De dónde yo vengo cuando uno no respeta las reglas del juego el otro no tiene por qué hacerlo.—Le expeté contraríado mientras me alejé dejándole con la palabra en la boca.

Galiana

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