Una cita con Pilar Navamuel y @GalianaRgm en el podcast: «El hombre del cuadro»

Mi amiga, la maravillosa pintora Pilar Navamuel, hace unas semanas me enseñó una de sus obras, «Esteban en un rincón de Madrid».

En su momento fue seleccionada para el 58 Premio Reina Sofía de pintura y escultura, con visita incluida de su majestad Doña Sofía (en el facebook de Pilar puedes ver las fotografías).

Desde el pasado 1 de marzo y hasta el 26 de este mes el cuadro está expuesto en la Casa de Vacas de El Retiro de Madrid. ¡Ya estás yendo a verlo!

En la obra puedes ver óleo, grafito y carbón.

Sus medidas son 116 x 89 cm.

La cita literaria marteril se convierte en pictórica, te cuento el motivo.

Nada más ver el cuadro de Pilar me inspiró un relato que decidí regalarle a ella y a su hijo, Esteban, el personaje que aparece retratado.

Las dos hoy queremos compartirlo contigo.

Clica sobre el cuadro objeto de inspiración del relato para escuchar.

🎧🎙👇🏻

Esteban en un rincón de Madrid

Aquí tienes el relato escrito:

Este relato está inspirado en el cuadro que mi amiga, la pintora Pilar Navamuel, le hizo a su hijo Esteban.

Cualquier parecido, excepto el nombre del protagonista y su profesión en el momento de escribir el relato con la realidad es pura coincidencia o quizá no.

El hombre del cuadro

Aquella tarde pasé por el estudio de mi amiga Pilar. Habíamos quedado para tomar un café. Llovía. Subí, cosa que no suelo hacer. Ella es muy celosa de su obra, a los artistas no les gusta que nadie vea su arte sin terminar. 

En lo que ella se quitaba el mandil lleno de vida gracias a las manchas de pintura y se retocaba para salir me quedé allí entre sus lienzos, pinceles y demás.

En la estancia había todo lo que te puedes encontrar en cualquier estudio de un artista, lo sé bien, me he criado en el de mi madre. 

Podía curiosear cualquier cosa, mirar en cualquier dirección pero no, las sábanas esconden las obras, todas salvo un cuadro recién barnizado, no podía taparlo.

Me quedé hipnotizada mirándolo. 

Esteban sentado junto a la ventana en una habitación. 

Pude verle viviendo en un bajo, su piso de estudiante, ese que alquiló mientras terminaba el último año de carrera. Uno de esos cuyas ventanas dan a ras de calle y te permite respirar el ambiente de la ciudad para bien o para mal.

Al observarle me dio la sensación de que en los últimos días había debido tomar la decisión más terrible que puede un joven hacer, mirar al futuro, avanzar hacia el mismo.

En el lienzo, Esteban sentado con los brazos reposando sobre la parte inferior de su cuerpo. Ligeramente uno de ellos toca con sutileza el marco inferior de la ventana indicándome lo trascendental de la situación vivida recientemente, debía haber sido algo que requería de una elección firme, segura, decidida. El blanco de su camisa me sugería que no había doblez alguna, sí mucha meditación y ninguna intromisión. 

La posición de sus piernas no era baladí, con aquella apertura tan masculina, tan símbolo de haber dejado atrás cuanto pudiera quedarle de adolescente, tan significativa sobre como la madurez se había abierto paso a borbotones.

El negro de su pantalón le aportaba seriedad, formalidad, racionalidad en aquello sobre lo que hubiera estado meditando, y no, no había cabida para las bajas pasiones.

Sin embargo algo desentonaba en aquella armonía tan casi perfecta, tan ordenada, tan pulcra de distraimientos.

De la mueca de su boca emanaba un grito ahogado con un inconfundible aroma a sacrificio. 

—¿Qué vas a dejar atrás? —Recuerdo haber pensado.

Quise responder a mi pregunta así que seguí observando el cuadro. En algún lugar seguro que Pilar había escondido la respuesta.

El hombro de Esteban se apoyaba en el cuello del retrato a carboncillo del rostro de una muchacha. Una mujer joven, más o menos de su edad. Ella tenía el rostro contrariado, la mirada perdida hacia el suelo con esa expresión que desprende un hedor que a todos nos ha atufado alguna vez, ese que se te queda agarrado en la garganta sonando a te vas y no he tenido ni voz ni voto, me abandonas a mi suerte con tu voluntad por excusa.

El conjunto como pareja era desolador. Esteban de perfil mirando por la ventana y aquella muchacha en dirección contraria. 

Sobre ellos un cuadro de Santiago Ramón y Cajal. Podría dar la sensación de un dios protector, el gran médico amparando a dos jóvenes. El maestro de la neurología que tal vez en un tiempo les dio cobijo ahora se erigía por encima de ellos ocultando la calle de una ciudad.

Sentí una punzada en el corazón. Esa que uno percibe cuando es consciente que una pareja joven bifurca su camino.

Duele, a mí siempre me duelen estas situaciones.

Para no pensar en ello decidí fijarme en otros detalles del cuadro.

Al fondo del mismo un póster de la película, Il padrino, aquella que dirigió Coppola. 

Fue entonces cuando me di cuenta que la casa de estudiantes alquilada estaba en Italia, por el idioma del cartel, y que la calle pintada detrás del retrato de Ramón y Cajal era la Gran Vía de Madrid.

Como si una luz se encendiera en mi cabeza todas las piezas del cuadro encajaban.

Esteban, Madrid, la muchacha, Italia, sus vivencias juntos marcadas a carboncillo sobre la pared que con el tiempo se transformarían en recuerdos de juventud.

El dolor trasmutó en tristeza, esa que traen los adioses no deseados pero que tienen que ser así.

Se me escapó un suspiro sordo acompañado de un parpadeo profundo y pausado, de esos que solo entienden los que viven en la melancolía.

No, no quise dejarme seducir por el canto melancólico así que giré mis ojos y entonces… 

En primer plano, en la esquina opuesta al protagonista del cuadro, allí estaba la respuesta a todo cuanto encerraba el mismo. Un cojín con el escudo de medicina pintado.

En mi cabeza no paraban de dar vueltas Esteban, el cojín, su futuro. 

En el fondo todo se reducía a no apartarse de su sueño, ese que él siempre había tenido, ese que nada ni nadie le va a impedir cumplir.

De repente escuché la voz de Pilar muy de fondo.

—¿Dónde estabas? Llevo un rato diciéndote que ya estoy y parecías en otro mundo.

—Perdóname, me he perdido dentro de tu cuadro. — Le contesté como si hubiera vuelto de no sé qué lugar.

Pilar se echó a reír y yo también. 

Con aquella alegría salimos del estudio dejando que el barniz diera por concluida la obra pictórica encerrando en ella la historia del hombre del cuadro.

Galiana y Pilar Navamuel

P.D. Mil gracias Pilar por dejarme compartir con los lectores y oyentes de esta bitácora este humilde relato inspirado en esta gran obra.

Acerca de Galiana

Escritora, creativa
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