
El neofeminismo ha venido a complicarnos la existencia a las mujeres en lugar de aportar soluciones. Quienes están al mando intentan imponernos una moral, la suya, que no tiene porque ser la de las demás.
En este orden de cosas tenemos a unas cuantas mujeres que pretenden «abolir» la prostitución ya que, según sus postulados moralistas, todas las prostitutas son esclavas sexuales. Alguien debería explicarles que hay personas que provienen de la trata de blancas o situaciones similares, contra eso hay que luchar encarecidamente. También hay otras personas que, desde su libertad, consideran que su cuerpo es suyo, prefieren en vez de vender su mente o deslomarse como en otras profesiones trabajar en el oficio más antiguo del mundo. Estas personas estarían dispuestas a pagar los impuestos correspondientes, estar dadas de alta en la Seguridad Social, ser autónomas o formar una cooperativa, una sociedad limitada…
La mismas neofeministas que con su moralina nos taladran los oídos con su griterío de abolir la prostitución son las que defienden que las adolescentes de dieciséis años puedan abortar sin contar con sus progenitores. No le deseo a ninguna joven pasar por ese mal trago porque será algo que recordarán de forma traumática siempre, y no, no habrá ninguna de estas nuevas feministas sujetándole la manita en el quirófano.
Todas éstas que dejan una decisión de traer una nueva vida al mundo en manos de una cría de dieciséis años son las que atacan la meritocracia, para ella la “titulitis” es más valiosa. Muchas de estas mujeres tienen un currículo académico para quitarse el sombrero. Sucede que con su “titulitis” ocupan cargos gracias a la “dedocracia”, a estar emparentadas con quien las ha colocado, e incluso al uso de ciertas artes femeninas que aceptan para ellas pero se consideran de dudosa moralidad para el resto de la sociedad. Además, nos demuestran que saben conjugar el verbo ineptitud en todas sus formas, colores y sabores.
Estas neofeministas no distinguen los piropos hacia las mujeres dichos por los hombres de las groserías que también hay. Para ellas un ¡guapa! en la calle es un agravio si sale de la boca de un varón. Es de suponer que ante una zafiedad llamarán a la policía, denunciarán e incluso acusarán al susodicho de violencia de género.
¡Basta!
Las mujeres tenemos que parar este neofeminismo o acabará con el movimiento feminista, ése que quiere la igualdad entre los hombres y las mujeres. Ése que nunca ha pretendido que las defensoras del mismo buscaran incrementar el patrimonio de las mujeres a costa de tonterías, las cuales ni quiero nombrar, a las que colgar el cartel de feminismo.
Galiana
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