En casa tengo una habitación, no un armario, convertida en vestidor que le obligué a hacer a Juan, mi marido. No, no la construyó él, solo la pagó, está para eso, para darme absolutamente todos mis caprichos. Y sí, esto lo fue. Ahí hay ropa para ir a comprar, trabajar, acudir a bodas, comidas familiares, cenas con amistades y otro tipo de acontecimientos. Una no se puede vestir igual si sale a tomar el vermú con los amigos, un café con los cuñados o asiste a una función de teatro a la que te ha invitado un compañero de tu marido.
El tipo en cuestión además de ser abogado, de los buenos según me cuenta Juan, es cómico.
Hace un par de años entró en el bufete porque ambicionaba más de lo que conseguía en los escenarios y lo ganaba con su carisma vistiendo la toga en los tribunales, donde alguna que otra vez le he visto.
Me topé con él una tarde que fui a recoger a Juan al despacho. Enseguida me percaté que es de esos que se crecen mirando el culo de una mujer con una falda estrecha. Mi marido y yo decidimos ponerle a prueba invitándole a unas cervezas un viernes al salir del trabajo. Al quitarme la chaqueta clavó sus ojos en mi camiseta, tan ceñida como mi falda.
Por aquel entonces él acababa de romper con una señorita con la que estaba desde el instituto. Ella había recogido sus cosas y se había ido con la música a otra parte con portazo incluido; le había sorprendido en la cama con su mejor amiga. La forma prepotente y zafia con la que se explayó narrándonos el asunto me pareció que le daba un toque atractivo a la situación.
Pensé que aquel tipo, mitad abogado, mitad cómico, tenía todo lo que le faltaba a mi marido. Juan es fiel, servicial, un “pagafantas”, cualidades increíbles para la convivencia diaria, pero las mujeres alfa necesitamos algo más de alegría de vez en cuando y el abogado metido a cómico podía servir.
A partir de ese momento los encuentros después del trabajo fueron habituales. Poco a poco le fui enseñando que aquellas salidas las orquestaba yo, comprendió que Juan estaba para pagar, traer las consumiciones, obedecer y poco más. Ese poco más tendría que averiguar en qué consistía.
Una noche nos invitó al estreno de una función de la que él era la estrella principal y nosotros sus invitados más ilustres.
Días antes yo había hecho que mi marido me comprase un vestido que poco dejaba a la imaginación.
Nos presentamos una hora antes con la intención de saludarle y desearle suerte en la función. Siendo verano únicamente me cubría con un chal, por aquello de ser elegante. El tipo estaba solo en su camerino, nada más entrar clavó sus ojos en mi vestido y cuando me quité el chal no se contuvo, tal y como yo había previsto.
Se abalanzó sobre mí y me giró bruscamente de cara a la pared del camerino, me subió la falda y allí mismo, delante de Juan, después de arrancarme la ropa interior se hizo conmigo con una brutalidad espectacular. Mientras lo hacía miró a mi esposo que jadeaba excitado perdido, también llevaba demasiado tiempo esperando aquello.
—Así es como se folla a una mujer, no como tú, maricona de mierda — le soltó despreciativo.
Después de correrse se dirigió hacia Juan y le agarró con fuerza por el cuello hasta hacerle ponerse de rodillas frente a él, obligándole a limpiarle con la boca el miembro que anteriormente había estado dentro de mí. Ambos, humillador y humillado, disfrutaron aquello mientras yo me recolocaba el vestido y sacaba del bolso unas braguitas nuevas.
Sonó el timbre del último aviso antes de salir a escena.
Nos miró a ambos y dijo:
—No he terminado todavía. Después del show viene la segunda parte.
Nos sentamos en primera fila. Azorados y excitados vimos la actuación pensando en lo que estaba por llegar.
La noche terminó en su apartamento dictada por la carencia absoluta de normas que imponen la imaginación de la perversión, la humillación y el deseo.
Galiana


Vaya espectáculo.
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Espero haya sido de tu agrado
😘😘😘
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Jajajaja Será que tengo gustos excéntricos. 😉
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Eso es bueno
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