¿A tu vida le falta tiempo?
El conejo blanco
Los días son una sucesión de cambios de personalidad como si tuviera que interpretar diferentes papeles dentro de una misma función teatral.
Suena el despertador, casi nunca ha amanecido, me siento como el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, esa sensación de llegar tarde a todas partes. Llego tarde a la ducha, vestirme, hacer la cama, coger el ascensor…
Con tantas prisas que no me da tiempo a desayunar, de entretenerme en ponerme un café perdería el metro que me lleva al ministerio donde trabajo.
Como funcionario que soy trabajo hasta las tres. En cuanto da la hora salgo como alma que lleva el diablo para casa a comer, sigo pareciéndome al dichoso conejo blanco, llegando tarde a todas partes. Los lunes y los miércoles preparo la comida del día siguiente por la noche, el resto de los días y dado que soy un cocinillas me pongo el delantal y más bien hago una especie de comida cena.
Los martes y jueves, con el bocado en la boca y las manos aún humedecidas después de recoger los cacharros de la cocina, bajo al garaje, cojo el coche y voy a buscar a mis hijos, de corta edad, a la salida del colegio.
Una vez recogidos los llevo a la piscina municipal. No tienen la misma edad con lo cual no asisten al mismo turno de natación. Comienza nadando el mayor, durante la hora que él está en el agua aprovecho para hacer la tarea escolar con la pequeña sentados en las gradas, después intercambiamos los papeles. Diez minutos antes que su hermano termine bajamos al vestuario de hombres a cambiarla de ropa, en la misma puerta entre la piscina y los vestuarios un monitor me entrega un niño envuelto en una toalla totalmente mojado y yo le entrego otra seca y con la toalla en la mano.
Tras la clase de natación, y con los deberes casi terminados, toca ir a clase de inglés. A su madre y a mí siempre nos ha parecido que deben saber idiomas. En la casa materna hablan en alemán, dado que su madre es de allí, ambos asisten a un colegio germano desde que nos mudamos a España unos meses antes de nuestro divorcio. Las clases de inglés las dan con un profesor nativo, son individuales, y acuden desde que tienen tres años.
Durante el tiempo que ellos están en clase yo aprovecho para ir a una gran superficie que hay al lado para hacer la compra y, sobre todo, para que tengan algo para su merienda. Darles algo de comer a mis hijos no es un tema baladí, ambos son como su madre, intolerantes a la lactosa y celíacos, a eso también hay que añadir que ella está emperrada en que sean veganos y yo he decidido que hasta que no terminen su desarrollo nada de hacerse de la religión que profesa su madre a la hora de alimentarse. En este orden de cosas meriendan lo que a mí me da la gana, saben que deben callar o tendrán follón con su madre y, lo que es peor, yo también.
A las 7:55 estamos en la esquina de la casa donde ellos viven para que en cuanto el reloj toque las ocho en punto estén llamando al timbre, ninguno de los tres queremos que sea un minuto después, de sobra sabemos las consecuencias que ello nos acarrea.
Una vez me aseguro que han entrado en casa regreso a la mía. Saco la compra del coche, coloco la misma, mientras ceno veo algo de televisión, alguna película o serie de algún canal de pago, voy a la cama con algo de lectura y doy el día por terminado.
Los fines de semana la rutina siempre es la misma. Uno sí y otro no los niños vienen a casa y ejerzo de padre full time. El otro de hijo cuidador. Tengo un padre con Alzheimer y una madre que hace tiempo, aunque ella no quiera admitirlo, tiene demencia senil. Mi hermana mayor les cuida durante la semana, yo cuando, como dice ella, “la alemana” me deja tiempo y dinero porque por lo visto, y siempre según mi hermana, no podemos ingresarles en una residencia, ni pagar una enfermera ni alguien que les cuide porque mi ex mujer se ha quedado la mitad de mi sueldo y la mitad de mi vida.
No creo que sea cierto lo que dice mi hermana, pero, sí, entre ella, mis padres, mis hijos, mi ex mujer y mi vida me siento como el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, siempre llego tarde a todo.
Galiana