La maternidad es una responsabilidad dura, cruel… Este relato también lo es.
El hermano
Ella nunca le quiso como una madre debe querer a un hijo. Todos pensaban que la razón se debía a que jamás pudo superar la pérdida de su otro hijo. El pequeño falleció a los pocos días de vida de muerte súbita y se llevó a la tumba el instinto maternal que le hubiera correspondido a su hermano mayor.
La frialdad con que ella le educó era evidente, siempre minimizada por un padre que intentaba ocupar el hueco materno. El fallecimiento de éste, una vez pasada la adolescencia del hijo, hizo más evidente la falta de cariño del joven. Este jamás le reprochó a su madre la ausencia de besos o abrazos.
Llegada la madurez se mantuvo cerca por si ella le necesitaba.
Hace un par de años la madre enfermó de cáncer. El hijo la cuidó. Ella nii siquiera entonces se permitió una muestra de amor hacia él.
Tras el funeral el abogado de la familia le entregó un sobre lacrado. En el interior había una cinta de vídeo, de esas que grababan las antiguas cámaras de vigilancia para bebés. Fue complicado poder encontrar un aparato que reprodujera el contenido.
Cuando por fin lo consiguió se sentó con su esposa a verlo. Ella le dijo que probablemente serían imágenes de cuando era pequeño y en ellas su madre le mostraría cuanto le quería.
En la grabación se veía un bebé de pocos días tumbado en una cuna llorando. Otro niño de poco más de tres años, jugando delante. Los gritos del recién nacido eran insoportables. Fuera de cámara se escuchaban los alaridos de una mujer pidiéndole al niño que jugaba que hiciera cualquier cosa para que su hermano estuviese en silencio porque necesitaba dormir. La frase la repetía como una letanía, cada vez más y más alta.
El contenido de la cinta olía a espanto.
El niño que estaba jugando dejó de hacerlo. Caminó hasta salir de plano. Entró de nuevo con una pequeña sillita colocándola con torpeza justo delante de la cuna. Subido en ella bajó la barandilla de la misma, dando la sensación de haberlo hecho más veces.
Se acercó donde su hermano lloraba desesperado poniéndole la mano sobre la boquita. Se le escuchó decir:
—Tienes que dejar de llorar para qué mamá no grite más y pueda dormirse.
Unos segundos después el bebé dejó de llorar. El hermano se apartó. Bajó de la cuna. Subió la barandilla. Salió de plano con la sillita. Regresó para sentarse junto a la misma y continuar jugando. La madre enmudeció. Llegó el silencio.
Galiana