Todos en algún momento de nuestra vida hemos tenido un sueño, algo por lo que merecía la pena luchar y esforzarse hasta el límite.

Lo importante es ¿alcanzaste tu objetivo?

Mi secreto

Siempre he oído que cuando estás llegando al final de tu vida, esta pasa por delante de tus ojos como si se tratara de una película. ¡No es verdad!

En este momento de espera es cuando me esta ocurriendo, en mi mente se agolpan los recuerdos. 

 Mi padre era un gran jugador de fútbol, era una locura verle en el campo, pero una terrible fractura en la tibia destrozó su carrera deportiva, después de aquella lesión nunca pudo volver a jugar en serio. El miedo le tenía bloqueado. Así que desde el momento que aprendí a andar, siempre estaba con una pelota entre los pies. Cuando tuve la suficiente edad me apuntó a uno de los equipos de la ciudad, al principio solo eran tres veces en semana, luego todos los días, incluidos los partidillos los sábados o domingos.

En realidad lo único que hacía era entrenar porque en los partidos estaba en el banquillo la mayoría de las veces. Aunque nuestro equipo hubiera metido muchos goles, y el partido estuviera ganado, el entrenador nunca se acordaba del chiquitín que estaba en el banquillo. ¡Chiquitín! Sí, tampoco en eso me parecía a mi padre. Mi crecimiento, por decirlo de alguna manera, no era como el de los demás chicos y soportaba cientos de comentarios refiriéndose a mi estatura o diciéndome que si aparentaba menos edad de la que tenía.

 Entre unas cosas y otras abandoné el fútbol. Con el correspondiente cabreo de mi padre, que estaba decepcionado. Poco a poco se dio cuenta de que ese deporte no era para mí. 

A pesar de todo trató de que hiciera actividad física, según él era un pilar básico en la educación. El cuerpo debía de estar en forma igual que la mente. Unos deportes me gustaron más que otros pero en ninguno conseguía destacar. Llegué a pensar que la responsable era mi estatura.

Entonces ocurrió, fue una tarde de abril, mi padre y yo estábamos en un bar, con sus amigos y los hijos de estos, después de un entrenamiento de no sé qué. Algo llamó mi atención en la tele, un partido de la NBA. Decían que era la despedida de un jugador de color que me dejó alucinado, fue un espectáculo, una revelación, metió 60 puntos. Después el deportista, Kobe Bryant, dió un discurso muy emotivo, se refería a algo como “Mamba Mentality».

Digo que fue una revelación porque desde ese momento quise jugar al baloncesto. Cuando se lo comenté a mi padre, las risas generalizadas llenaron el local. Aun hoy en día quiero creer que algunos de ellos ya estaban borrachos y por eso se metieron con mi estatura y el baloncesto. Mi padre me miró a los ojos y me dijo: “Claro hijo, en esta vida puedes conseguir todo lo que te propongas, solo tienes que confiar en ti”.

Y así pasó, lo logré. Terminé creciendo lo suficiente para que la estatura no fuera un impedimento, me ejercité hasta la extenuación. Además, tanto entrenadores como compañeros se dieron cuenta de que había nacido para ello, que gracias a no ser demasiado alto, podía colarme por cualquier lugar.

Me parece increíble lo que estoy viviendo. Aquí sentado con un panel lleno de patrocinadores y delante de mí, cientos de periodistas aguardando a que empiece la rueda de prensa. Estamos esperando al entrenador. Él y yo somos los encargados de dirigirnos a los reporteros.

Tengo muy claro lo que voy a decir cuando termine la entrevista, parafrasearé a Kobe “Si tú no crees en ti, entonces nadie más lo hará”, ese es mi secreto.

Dale a la ilustración y tienes la solución al juego de hoy