

Caperucita
Como cada tarde, la joven Carmina lleva la cesta con comida a su abuelita. Un bosque húmedo y oscuro, separa su casa de la de ella y su madre. No tiene padre, ya que un día salió de caza y nunca más regresó ni se supo de él. Tampoco se encontró cuerpo alguno y las malas lenguas aprovecharon para correr la voz de que se había ido por decisión propia abandonándolas a su suerte.
Carmina y su madre viven de la huerta y del ganado propio. Su madre la tuvo mayor y un prematuro dolor de huesos no la deja hacer el difícil camino a través del bosque.
Siempre que la muchacha se va, le recuerda que guarde bajo los alimentos y en la cesta, un cuchillo bien afilado por lo que se pudiera encontrar.
Carmina ya lo hace. También lleva una ballesta preparada y colgada de su hombro. Su padre la había enseñado a cazar y gracias a eso disfrutaban de la carne de los animales salvajes.
Con su capa roja se dirige a paso resuelto entre el musgo y las resbalosas piedras; entre las ramas caídas y la hojarasca. De repente, escucha un ruido tras ella. Deja, sigilosa, la cesta en el suelo y toma la ballesta.
—¿Sabes que eres muy peligrosa?
De detrás de un tronco sale un chico de más o menos su edad, con las manos en alto.
Carmina baja la ballesta y la apoya en un tronco, a su lado. Se abalanza sobre el muchacho y se funden en un apasionado beso.
—En este bosque hay todo tipo de animales. Y lo sabes —le dice mirándolo a los ojos y mordiéndose el labio inferior.
—¡Qué ojos más grandes tienes, Carmina!
—Son para verte mejor.
—¡Qué boca tan grande tienes, Carmina!
—Es para comerte mejor…
Y dicho eso, la muchacha se agacha delante de él.
—Es para amarte mejor… —dice a modo de excusa el chico cuando ella descubre la zona más débil de él ante sus labios rojos e hinchados por el reciente y apasionado beso.
La respuesta del muchacho hace reír a Carmina, que al momento sigue con lo que estaba haciendo alegando que debe de irse pronto.
Los animales del bosque callan, el viento cesa y solo se escuchan las respiraciones agitadas de los dos. Un grito desgarrador de él hace que los pájaros, observadores de la escena, echen a volar con estruendo dejando las copas de los árboles desnudas.
Unos minutos después, Carmina entra en casa de la abuela.
—Vaya, hija. Ni que hubieras venido corriendo. Tienes las mejillas a juego con la capa. ¿Hace frío en el bosque?
—Abuela, mucho. No quieras saberlo.
Carmina se ríe para sus adentros porque hace poco estuvo desnuda sobre la húmeda hierba y bajo el caliente cuerpo de su pretendiente. A ver qué excusa da a su madre, si acaba enfermando a causa de sus acciones amatorias. En verano es mejor, pero corren el riesgo de que alguien se interne en el bosque y los vea. Ahora, la mayoría de los humanos no cruzan por allí e incluso los animales están en sus madrigueras guareciéndose. Su novio suele hacer un chiste con esa circunstancia, alegando que su entrepierna tiene frío y que le gustaría estar dentro de la suya todo el invierno.


No me cansaré de decir que el cuento ya no es lo que era. 😉
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Hombre… En mis manos 😅🤣🤣. Gracias!
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