
Es cierto que hay un antes y un después de la pandemia. Tras la misma nos parapetamos tratando de ocultar asuntos que ya nos agobiaban y que tienden a manifestarse de un modo más abrupto.
La sociedad en general ya era egoísta, envidiosa, soberbia, pagada de sí misma… El hecho de que ahora lo notemos más no es que estas cualidades de repente se hayan aguzado, se debe a miles de factores.
Tal vez a que el tiempo en soledad, ese confinamiento interno y externo que todos tuvimos que hacer, nos ha hecho percibir el mundo, al vecino, amigo, compañero de fatigas, a la familia de otra manera. Estar más pendiente de todo, de todos, y como de costumbre nos fijamos en lo malo, somos así.
Hay algunos a quienes reflexionar sobre sus defectos este tiempo tan extraño les ha servido para potenciar sus virtudes. Otros, en cambio, han dejado que Mr. Hyde se apodere del Dr. Jekyll sin ningún miramiento.
Ante este desastre generalizado hay quien le ha dado al coco y ha visto en la pandemia una oportunidad de prosperar a base de soluciones creativas. Ahí van, con pocos recursos y mucha ilusión intentando salir como buenamente pueden.
En contraposición están los que se han sentado a esperar que el maná caiga del cielo, atrincherándose en pensamientos que distan mucho de ser positivos. Sacando la artillería pesada contra quienes intenta luchar a pesar de estas adversidades que nos han tocado en suerte.
La sociedad postpandémica se ha dividido entre los que deciden avanzar a pesar de todo, que ya es bastante, y quienes siguen enrocados en la desgracia que nos rodea.
No es momento de quitarle hierro al asunto porque el crack económico y social es de categoría. Retroalimentarnos con nuestra desgracia no va a hacer que la cosa cambie. Tampoco el hecho de quedarnos esperando que el maná caiga de cielo.
El futuro no se construye con las plañideras sino con esfuerzo, tenacidad y ganas de levantarse.
Es cierto que con mejor o peor fortuna vamos a salir, estamos saliendo, de la pandemia. La cuestión está en que unos se esfuerzan por que la vida siga, tirando del carro; en cambio otros no paran de quejarse, de llorar por las esquinas (siempre es bueno tener un cuarto para los lloricas). Estos últimos no son más que unos parásitos.
Por si alguien se da por aludido y se siente ofendidito ante la palabra parásito, les diré que también son necesarios, los ecosistemas no sobreviven sin ellos.
Galiana
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