
Ayer lo dejamos…
Se levanta, se limpia los ojos con sus resecas manos y acaba de limpiar la habitación, preparándola para otra «madre».
Mañana continúa…

Libre
Gala se despierta de repente, ahogada.
—¿Qué coño?
Da con las manos y sobre su cabeza, al plástico negro que la impide respirar.
¿Qué hace allí? Está sin aire y sudada.
—Joder, esto es una bolsa para cadáveres.
Busca la cremallera, la encuentra y desliza la mano hasta el inicio; con dificultad la comienza a abrir desde dentro.
El olor allí es insoportable, huele a muerte. El suelo sobre el que está es abultado y duro, irregular. De algún lado, de arriba, entra una leve luz.
Con mucha dificultad abre una parte de la cremallera, saca una mano y accede al tirador consiguiendo a duras penas hacerse un hueco por el que salir. Apoya las manos sobre algo blando y pútrido.
—Dios mío… Dios mío… —murmura cuando se arrastra y ve el suelo sobre el que se encuentra. Son cuerpos humanos en diferentes estados de descomposición. ¡Mujeres y bebés! Saca las piernas de la funda y poniéndose de rodillas mira hacia arriba viendo que está en una especie de pozo con poca profundidad. Intenta moverse sobre los cuerpos más antiguos, medio calcinados, medio osificados. Supone que de vez en cuando, alguien «va por allí» y los quema.
—He tenido suerte, me ha dado una catalepsia y parece que los médicos allí van a lo más rápido y pensaron que estaba muerta. Pero ahora, ¿cómo salgo de aquí? —se pregunta a sí misma.
Observa las paredes, comienza a ver mejor y palpa buscando salientes; hasta que con las manos encuentra varios con una buena correlación, benditas clases de escalada. Con aprensión quita un cadáver que la impide llegar al suelo y sigue tocando la pared. Es como una escalera en la piedra, o algo similar a una. Se levanta y apoya sus pies en las primeras piedras, sube sus manos y se agarra a otros salientes, luego sus pies buscan apoyo más arriba; por suerte la pared está seca y no le es difícil. Debe de hacer días que no saben nada de ella, anoche había llovido. Queda menos de medio metro para llegar arriba, cuando lo haga, tendrá que asomarse despacio.
Saca lentamente la cabeza, nadie, solo tierra llana. Gira el cuello a ambos lados hasta donde le permite ver. Con ímpetu dobla los brazos y se da fuerza con las piernas. ¡Fuera! Se tira boca arriba sobre la tierra. Agradece el sol, pero le recuerda la sed que tiene.
Despacio, se va incorporando. Divisa plantas y flores aquí y allí, se acerca a ellas, las observa y elige varias rompiéndolas en trozos y masticando. Por allí no hay nadie salvo una antigua fábrica abandonada; con cuatro esqueletos y algunas pintadas en las columnas.
Se acerca arrastrando los pies, está agotada. Espera que si hay alguien allí, sea al menos misericordioso y no quiera encima, abusar de ella.
En algunas esquinas hay colchones y ropas raídas, restos de plásticos con comida y bichos.
—¿Hola?¿Hay alguien?
Silencio.
—Lo siento, yo, necesito comer ¿vale? Voy a coger esto que tenéis por aquí…—dice metiéndose entre las arcadas, comida mohosa en la boca.
El silencio sigue.
Come todo lo que puede y consigue no vomitar. Para la sed solo encuentra restos de alcohol en botellas, gota a gota aplaca su cansancio.
Ya reconfortada, da unas vueltas por la zona a ver si encuentra algo que le sirva. Se pregunta dónde estará aquella gente. Aunque hace tiempo, por los restos de comida, que no parecen estar por allí.
De repente ve una destartalada bicicleta infantil en una esquina.
…Mañana llega el gran final
@AlexFlorentine
