Soy una asesina. Yo maté, despedacé e hice desaparecer con cal viva el cuerpo de Gálvez. Nunca se fugó a Brasil con el dinero de los inversores por mucho que lo pareciera. Jamás se hizo operación de estética alguna tras la que camuflarse y poder disfrutar de todo lo robado durante estos 20 años, como todo indicaba.

Mi jefe jamás habría estafado a sus clientes. No es que fuera un hombre íntegro. Simplemente era demasiado imbécil como para que se le ocurriera algo así.

Yo, la más simplona de sus secretarias, la de la falda por debajo de la rodilla y el jersey de cuello vuelto, la voluntaria de la parroquia de don Tomás, la solterona, la de carácter avinagrado, la que se esconde tras unas horrendas gafas de pasta.

La policía nunca me incluyó en la lista de sospechosos. Tal vez porque mi nombre no apareció en la lista de amantes que fueron saliendo a la luz. Siempre fui la diligente y eficiente secretaria.

Durante estas dos décadas he llevado una vida normal. He cambiado de empresa cuando tocaba, siempre trabajando en el mismo puesto. He continuado viviendo en la misma casa. Nunca se me ha conocido relación sentimental alguna. Una persona discreta, de gustos sencillos, conocida en el barrio por su amabilidad, educación y buena reputación.

Desde la desaparición de mi jefe he tenido en mi poder la cantidad de dinero que él, supuestamente, estafó a sus inversores. Podría haberla invertido y haber vivido con más comodidades, pero aquel homicidio nunca fue por dinero.

Confesar el crimen en este momento no es un asunto de conciencia, tampoco estoy enferma o veo la muerte cercana. La única verdad es que llega un momento en que los asesinos en serie necesitamos el reconocimiento a nuestra obra. Solo estoy confesando el primero de ellos.

Galiana

Pd. Agradecimiento al autor de la fotografía Elijah O´Donell