Hora del desayuno

—Histérica.

—Vale—. Le contesté con esa entonación de estoy desayunando y maldita gana que tengo de comenzar el día discutiendo contigo.

—Eres incontrolable.

Le miré con desprecio mientras levantaba una de mis cejas. Lo hice en silencio. No iba a caer en una de sus infantiles provocaciones a primera hora de la mañana, porque de eso iba todo esto. A él le gusta provocarme porque cree que así me controla, pero eso nunca pasa. Cuando me cansé de mirarle en plan: vete a la mierda continué con el desayuno como si no hubiera nadie más en la cocina.

—No tienes límites.

Su voz sonaba a ese desafío impostado que utilizan los cobardes que se saben inferiores.

Suspire profundamente antes de llevarme de nuevo la taza a la boca para beber otro sorbo de café. Mientras lo hacía pensé en que sí, tengo límites, todos los tenemos, gracias a ellos me controlo más de lo que él nunca podría llegar a imaginar.

—Algún día…

Hasta aquí habíamos llegado. No estaba dispuesta a que siguiese fastidiándome el desayuno. Antes que pudiese terminar la frase puse sobre la mesa algo extraído de mi regazo con lo que él no contaba. Dos cuchillos. Uno me lo había regalado él, de hoja ancha y recortado para que destrozase los huesos de los pollos que pretendía le asara. A mí, que soy vegetariana y no me gusta cocinar. El otro era un cuchillo jamonero, este de su propiedad, que maneja diestramente delante de sus amigos cuando les invita y presume de sus artes cortadoras con ese pedazo de carne que tanto me disgusta.

—Supongo que ibas a terminar la frase diciendo que algún día tendrás lo que hay que tener para quitarme de en medio. Por si te faltan armas aquí las tienes. No digas que no te lo pongo fácil.

Se levantó asustado ante la presencia de los cuchillos, con tanto ímpetu que tiró la silla al suelo. Dio un manotazo lleno de ira sobre la mesa, tan fuerte que las tazas se movieron y el café se derramó. Con los dientes apretados avanzó por la cocina hasta salir por la puerta dando grandes zancadas, siempre con la cabeza baja. Le seguí con la mirada mientras continuaba bebiendo café como si no sucediera nada. Al salir al jardín dio un portazo. Algún cuadro debió caer, sentí el golpe contra el suelo y ruido de cristal haciéndose añicos. No me levanté para mirar qué pasaba, seguí sentada a lo mío.

Me puse a pensar en cómo él siempre presumía de haberme elegido, de haberme apartado de mi vida, de haberme alejado de la city y enclaustrarme en aquella casa en el campo alejada de todo y de todos.

Esa era su versión de los hechos.

La mía dista mucho de ser siquiera parecida.

Yo elegí a un tipo con dinero. Salí de un apartamento alquilado, de 50 metros, sin apenas luz donde no podía, por contrato, tener ningún animal de compañía que tanto me gustan. Me fui a vivir a una casa de 500 metros, que él puso mi nombre, rodeada de naturaleza donde además puedo tener mis gatos y un perro.

En eso estaba pensando, en lo mucho que disfruto desde hace años de lo que tengo cuando le vi pasar por la cristalera de la cocina derecho al montón de leña. En la mano llevaba el hacha que utiliza para cortar trozos más pequeños que luego echa en la chimenea.

Seguí bebiendo y paladeando el café sin apartar la vista de él.

En un momento dado me miró. Me saludó con la mano y yo le correspondí. Tras ello lanzó el arma con toda la fuerza que fue capaz. Sonreí. Miré la puerta del cuarto de aperos de jardinería que tenía detrás de él. Allí estaba clavada el hacha, una vez más, entre muescas de lanzamientos anteriores.

Los hombres débiles no pueden jugar a ser domadores, para eso hay que valer. Él no vale ni el café que aún sigue derramado sobre la mesa y que después recogerá cuando se dé cuenta de la tontería que ha hecho, una vez más, a la hora del desayuno.

Galiana

Acerca de Galiana

Escritora, creativa
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4 respuestas a Hora del desayuno

  1. elcieloyelinfierno dijo:

    Brillante entrada! Pero no vas a negar que la narrativa -en que hubiera preferido que lo castigara solo con el silencio, que tanto le duele al que se dice «macho:- muestra a una mujer que negocio salir de esa cucha asfixiante, pero se alejó de una vida plena de amor, paz y armonía, pero bueh…en esta vida utilitaria…todo vale! Un cálido saludo.

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  2. Ana Piera dijo:

    Muy bueno, me atrapò!. Saludos.

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