Hay días en los que uno no sabe qué hacer, esos en los que las circunstancias se agolpan de tal manera que todo conduce al caos total. Cuando llegas a ese punto la única manera de poder acabar con algo de dignidad consiste en acodarse en la barra de un bar, entonar los cánticos de rigor al dios Baco con la insana intención de pedir clemencia, y esperar que éste te escuche y se apiade de ti.
Aquella noche estaba en ese momento en el que las plegarias se habían terminado, o tal vez el alcohol ya no me dejaba recordar ninguna más. En ese instante la mujer más espectacular que había por allí se me acercó pidiéndome una invitación a una copa y lo que se terciara.
El alcohol que llevaba en sangre me pidió que no aceptarse porque probablemente haría el ridículo, pero… ¡Qué carajo! El día había sido tan sumamente desastroso que un gatillazo tampoco significaría el fin del mundo.
Bebimos, reímos, nos besamos, nos tocamos, todo en aquel bar, hasta que llegó el momento de buscar un sitio más íntimo. Fue allí cuando descubrí que era un transexual. A pesar de ir puesto de copas fui capaz de disculparme por no haberme dado cuenta antes, ella puso cara de no pasar nada. Me vestí y salí de la habitación de aquel hotel de mala muerte, por supuesto dejé el cuarto pagado y algo sobre la mesa por las molestias causadas, uno siempre ha sido un caballero. Lo único que saqué en claro aquella noche fue su nombre, Anna, y que era una mujer preciosa.
No supe más de ella hasta hace un par de semanas, una amiga fotógrafa me invitó a la inauguración de su última exposición bajo el título ‹‹Retratos de mujeres››. Allí volví a ver su rostro fotografiado en varias imágenes. Frente a él recordé mi torpeza de aquella noche años atrás. Le pregunté a mi amiga por Anna, por supuesto no hice mención alguna a lo sucedido entre nosotros pero sí expresé mi deseo por conocerla.
—Le hubiera gustado estar aquí esta noche, pero está ingresada en un centro de desintoxicación.
Después me contó su historia, cómo la transexualidad la llevó a vivir en la calle, a consumir drogas, a habitar ese mundo de marginalidad del que no se habla.
Hoy mi amiga la fotógrafa me ha llamado por teléfono para preguntarme si me gustaría acompañarla esta tarde al funeral de Anna. Por supuesto que estaré allí, no lo he dudado ni un instante.
Galiana
Pd. Debido al confinamiento desconozco la persona que realizó la imagen que ilustra el relato.
La intolerancia y la marginalidad siguen golpeando a algunas personas. Tu buen relato nos lo recuerda…
Abrazos.
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Muchas gracias, 😘😘😘
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