Hemos llegado al final, espero que os haya gustado.
Juana “La loca” – final
Qué frío. Más que el viento, ni siquiera los nobles ni las quejas. Nada me va a apartar de él.
Acaricio el féretro de madera con mis manos. Es muy suave, al igual que lo era su piel. Pero claro, esta estaba más pulida, tenía barnices y cuidados que le daban brillo.
Felipe… algún día perderé.
Yo.
Qué horror. No soy capaz de dar un paso sin pensar en ello: que algún día la imagen de mi esposo no será como la que conocí yo. Se convertirá en un cadáver, se pudrirá y lo devorarán los gusanos. Qué horror. Qué horror.
Pido a todos los miembros del séquito que nos sentemos junto a un arroyo. Debemos descansar un poco, pues el viaje de Burgos a Granada será largo. Así lo pidió Felipe. Él quería ser enterrado en Granada, donde también descansa mi madre.
Mucho me costó respetar su deseo y enviar su corazón a Flandes, junto a la tierra de su madre. Esa era una parte de él que no iba a volver a tener cerca, y me costaba asimilarlo. Pues era en su corazón, y no en otra parte, donde residía todo el amor que tenía.
—Por lo menos estará cerca de nuestros hijos, señora —se acercó una de mis damas, una de las que había venido desde Flandes—. Las gentes están cansadas, señora, no podemos continuar durante mucho tiempo.
Aquello me deja atónita.
—Era el rey —le recuerdo—. Mi madre también tuvo su propia procesión hasta el lugar de entierro. ¿Por qué mi esposo no habría de tenerla, señora?
—Yo solo quería decir…
—¿No queríais decir nada?
—Vamos a continuar. Solamente de noche. Pues no quiero que nos molesten de día.
Mis manos seguían temblando. Querían estar cerca de Felipe. Querían abrazar su…
Pero no podía hacerlo. Todavía no. Debía caer la noche para que la oscuridad nos ocultara, como solía ocultarnos antes, cuando dormíamos abrazados sin que nadie nos mirase.
Pero qué ganas tenía de verle. Qué ganas.
Sin darme cuenta, un pensamiento un tanto venenoso comenzó a rondarme por la cabeza. ¿Y si solicitaba que abriesen el féretro? ¿Podría ver a mi marido una vez más, antes de que se marchite, no?
Ya sabía que eso era una línea que molestaría a todos. Dios no lo permitiría. Dios no lo vería con buenos ojos. Pero yo… yo se supone que soy la reina. ¿No se me debería permitir una cosa así? Asegurarme, cerciorarme de que quien iba a ser enterrado era, en efecto, mi esposo, y no un impostor. Cualquiera no debía descansar en tierra de reyes. ¿Qué debía hacer?
—Señora… —otra de mis damas puso su mano sobre mi hombro—. No habéis comido nada.
Y así era. Estaba sedienta. Pero si él no podía comer, yo tampoco.
—Callad —la corté—. Ya comeré cuando esté muerta. Que, si Dios quiere, será muy pronto.
Este episodio… ¿es una leyenda?
Este episodio… ¿es cierto? ¿Es falso?
Yo abrí el féretro de mi esposo.
Yo lo quise contemplar durante horas.
Yo prohibí que nos refugiásemos en conventos de la zona, por miedo a que las monjas quedaran prendidas de mi esposo. Él las había conquistado a todas.
Tal vez no lo podáis imaginar, pero así fue. No podía evitarlo. Las atraía. Ellas le perseguían a él, y no él a ellas, por supuesto.
Pero así era. Así era mi esposo.
El más hermoso de los reyes.
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Ha sido un placer estar con vosotros estos días, vuelvo prontito.















