Y con este epílogo me despido. Un placer la compañía estos 8 domingos, espero que os haya gustado. Nos vemos prontito.
Octava parte
Epílogo: narrador externo
Caminaron durante horas en silencio, hasta estar seguros de que nadie los perseguía y de que la oscura magia del castillo no volvería a atacarlos.
Ambos tenían mucho sobre lo que reflexionar. Hay veces en que el corazón guarda tantos sentimientos que no es capaz de procesarlos todos, pero la mente, como de costumbre, es la que se lleva lo peor.
Más tranquilos, aunque sudorosos, deseando acabar el viaje, Helena y Nino se lanzaron a atravesar un bosque. A diferencia de lo que suele pensarse d estos lugares, no era lúgubre ni de pesadilla. Los colores de las plantas, verdes, marrones y dorados contrastaban con la dulzura de las flores silvestres.
Los jóvenes aspiraron los aromas, teniendo la impresión de que, después del trauma vivido, podrían aliviar sus males.
Nada de aquello se parecía al reino de Yeboglia y su capital. Era un lugar fantástico.
Nino detuvo a Helena, sosteniéndola del brazo. Con cuidado, le indicó que mirase a la izquierda, donde dos ardillas jugaban a perseguirse, subiendo y bajando por la corteza de un árbol. De improviso, se pusieron a saltar entre las ramas, libres.
Por primera vez, una fina sonrisa se dibujó en los labios de Helena. Triste, porque sabía que la calma terminaría en cuanto contase a Nino la verdad. Que nadie tomó la decisión por ella. Que ordenó asesinar a su pueblo porque un brote de locura anidaba en lo más profundo de ella, como una enfermedad capaz de anular toda su humanidad.
—¿Cómo estás? —se atrevió a romper el silencio.
Nino se encogió de hombros.
—Creo que escucho agua. En esa dirección —señaló al lugar del que vinieron las ardillas, evitando la conversación.
Y efectivamente, había un pequeño arroyo a unos cuantos metros, de agua limpia y sonido musical. Parecía diseñado para ellos.
No perdieron tiempo.
Helena, que todavía notaba los pies hinchados por los cortes de roca y la cara dolorida del corte que le hizo Walpurga, se zambulló sin haberse quitado la bata ni el vestido. Necesitaba limpiarse entera. Sentir que volvía a ser una mujer normal.
Nino se quedó mirándola, pero no la acompañó en el baño. Prefirió pasar el rato apoyado contra un árbol, observándola con ojos indeterminados. Su mirada era triste.
Después de todo, Helena se había liberado de su pasado, pero él acababa de perder todo lo que quería. Dimas, sus hombres, su sueño de llegar a ser un libertador para su tierra. Todo terminado por la acción de una bruja que, si bien no era buena, tampoco podía asegurarse que fuera peor que ellos dos.
La antigua reina, que ya tenía asumida su renuncia al cargo, entrecerró los ojos. Necesitaba decirle algo.
—Eres una buena persona, ¿lo sabes?
Los ojos de Nino parecen haber mudado el color. De repente son más claros y luminosos.
—No. Pero gracias por pensarlo.
Ella asintió con la cabeza. No podía pedirle que le dijese lo mismo a ella. Después de todo, en su caso no era cierto.
¿Qué ocurriría ahora? A saber. Helena no podía pensar en ello. Se imaginaba que vendría la miseria más absoluta.
Renunció a la idea de salir del agua. No quería volver a la realidad tan deprisa. Llevaba toda la vida siendo vigilada por el mundo entero. Era la primera vez que se bañaba sola, sin tres sirvientas sosteniendo sus manos y enjabonando cada parte de su cuerpo.
Volvió a cerrar los ojos y se tumbó en el agua, haciendo el muerto. La tela de sus ropajes flotó alrededor, adoptando el aspecto de pétalos de flores.
La pequeña corriente acarició sus miembros, relajándola como pudieron. La respiración no lograba ser profunda, pero poco a poco se volvía tranquila.
Aquello, después de todo, es lo más cerca que Helena podría estar de la libertad.
Las aguas también tocaron sus manos, captando su atención. Pronto estuvo totalmente entregada a la ensoñación.
—Helena… —creyó escuchar en mitad de la calma—. No temas.
—Yo maté a tus padres —no aguantaba estar mintiéndole. Nino tenía derecho a matarla si lo creía necesario—. No hay perdón.
Las manos del hombre se colocaron bajo su cabeza, impidiendo que esta se hundiera en las profundidades.
Nino siempre lo supo. Al final siempre tuvo la razón.
—Deja que me lleve tu dolor —le pidió él—. Déjame ayudarte a sanar esa locura.
—Jamás se borrará lo que he hecho.
El hombre tampoco quería mentirle.
—Yo extorsioné a niños de la calle durante años para que se unieran a mi causa —los ojos de Helena se abrieron de par en par, incomprensivos—. Con la ayuda de Dimas los obligue a unirse. No entraron en BASTA porque quisieran liberar a su reino. Lo hicieron por miedo. Soy tan tirano como tú.
Helena recuperó el control, se incorporó con la ayuda del fuerte Nino y, una vez quedó en frente de él, quedó muda.
Aquellos ojos, las arrugas de su frente, las pequeñas canas prematuras fruto del estrés… ni siquiera la suciedad y la sangre seca podían ocultar la verdad.
Helena le acarició el rostro. ¿un alma arrepentida?
—¿Crees que queda perdón en el mundo para nosotros?
Nino envolvió su cintura con los brazos. La atrajo en un cálido abrazo. El agua llegaba a la cintura y tuvieron que hace equilibrio para no resbalarse.
—No creo que lo merezcamos.
Helena asintió. Comprendía que causaron mucho daño, cada uno a su manera.
—¿Podemos intentarlo?
Nino acercó sus labios a los de ella. El aliento de ambos era cálido, contrastaba con el frescor del agua.
—Supongo que nada lo impide.
Y por fin, como atraídos por imanes, sus almas se encontraron, rotas y contradictorias, calmando el odio que sentían por ellos mismos.
Fin
Tras leer toca darle al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones en relación al texto.
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