Primer domingo de agosto, comenzamos la cuesta atrás de este serial radiofónico.
QUINTA PARTE
capítulo 12: narra Helena
El cadáver de tía Dorotea se desvanece encima de mí. Quizás no me clave la parte con filo, pero sí me duele que el mango golpee mi propio pecho. Tardo unos segundos en recuperar la respiración.
Nino. Lo busco a mi alrededor. Está a un paso, tumbado boca abajo. No logro distinguir si tiene alguna herida.
—Bravísima —aplaude Dimas, sarcástico—. Un final digno del teatro. Has conseguido que me emocione y todo —muestra sus alargadas manos, huesudas—. Fíjate en como tiemblo de la emoción.
La cabeza de tía Dorotea sigue en mi regazo. Se ha quedado tan confundida que dudo que en algún momento haya sido consciente de lo que ocurría.
En lugar de devolverle la caricia que ella me hizo, llevo la mano a mi cuello. La herida escuece. Es más profunda de lo que creía, pero si sigo viva será por algo. Aparto lo que queda de la mujer que durante catorce años me ha hecho vivir en la ignorancia para “protegerme”.
—Entiendo que me desprecies —encaro a Dimas—. A mí y a los de mi clase. Pero Nino es tu amigo, ¿qué ganas haciéndole esto? —no me entra en la cabeza—. ¿Piensas que vuestros hombres te apoyarán como jefe si le matas?
—Querida reina —empieza en tono jocoso—. Se nota que has vivido alejada de todo siempre, en una preciosa burbuja donde los trovadores narran historias de amor —camina hacia mí. Me pongo en pie de un salto.
—Nino es tu amigo.
—Nino es creación mía —da repelús verlo así—. Fui yo quien lo rescató de la calle cuando no era nadie y le dio un poco de inteligencia para organizar BASTA.
Saca una pistola. Por lo que veo, conseguir una es más fácil de lo que pensaba. Me apunta con ella.
—Él es líder con carisma.
—Y tú no eres una líder ni tienes carisma, pero ocupas el lugar principal en el reino —guiña un ojo, celebrando su éxito personal—. Date cuenta de que a ambos os faltaba algo para triunfar y que hemos tenido que ser los de fuera quienes os lo diesen —con la mano libre se señala y señala el cadáver enjoyado de tía Dorotea—. A él le faltaba un discurso coherente más allá de la típica “venganza por el pueblo” que en el fondo no es más que “venganza por mis padres”, mientras que a ti te faltaba la capacidad de ser respetada —acaba de reírse—. Lo gracioso es que el modo que tuvieron los tuyos de cuidarte implicaba tenerte en la ignorancia absoluta, como una cría lactante.
—Transmites amargura por los poros —respondo—. ¿Tan envidioso eres?
—No voy a caer —sus rasgos se endurecen—. Soy envidioso, sí. No me gusta la gente que tiene cosas que yo no tengo. Tuve la mala suerte de nacer de una prostituta cuando debí ser el hijo de tu padre.
—¿Qué ha matado a Los caballeros y a los de BASTA? —me arriesgo a preguntar. Esta noche ha sido tan extraña que no me da miedo morir así—. ¿Y por qué sigues hablando conmigo?
—En respuesta a lo segundo, soy un narcisista —gesticula con las manos—. Y sobre lo primero… ni lo sé ni me importa.
Y aprieta el gatillo.
Ahora siento lo que debió sentir mi tía cuando le clavé el puñal, pero en el estómago. Desearía estrangular a Dimas, pero solo alcanzo a mantenerme firme a duras penas, reteniendo las ganas de tapar la herida con mis manos.
Dimas dispara otra vez, pero ahora la cosa es diferente. Se ha quedado sin balas y su imagen triunfante se vuelve cobarde. Lo que es, a fin de cuentas.
—Corre —le digo, tratando de sonar firme—. Huye ahora que puedes, porque si no lo haces, el asesino invisible o yo nos ocuparemos de que no vuelvas a ver la luz del sol.
—No sé cómo podrías cumplir tu amenaza. No tienes arma y estás herida de muerte.
Me encojo de hombros, negándome a intentar frenar la hemorragia, pero notando como la bala se ha hundido en la carne, desgarrando mi estómago.
Nino ha recuperado la consciencia, pero necesita unos segundos para despejarse. Dimas no se ha percatado de que está despierto.
—Hay un asesino de masas suelto —le digo—. Y viene a buscarte a ti, no a mí.
Capítulo 13: narra Nino
He soñado con ella. La he visto en una imagen imprecisa. No recuerdo qué ocurría entre nosotros, pero estaba feliz. La incertidumbre no existía en su semblante. Era libre.
Y por lo que veo, no ha sido una ilusión.
—Hay un asesino suelto —dice a Dimas—. Y viene a buscarte a ti, no a mí.
Quizás algo así sea mucho suponer, dadas las circunstancias. No sabemos si algún tipo de fuerza sobrenatural ha venido a buscar a nuestros ejércitos privados. Tendría más sentido que venga a por ella y a por mí.
Sea como sea, no es momento de discutir eso. Helena me necesita, y yo debo moverme.
Dimas no va a tener lugar donde esconderse. Puede que sea un descerebrado que vive en el pasado, pero tengo más amigos que él. Y si escapa, pueden hacérselo pasar muy mal.
—No tengo miedo —se cuadra el que hasta ahora era mi mayor aliado. Se ha quedado sin medios de atacar.
—Pues debemos remediarlo cuanto antes.
Me doy impulso con los brazos y me arrojo contra él. Es tan flacucho que le derribo. Ambos acabamos rodando por el suelo, en una escena que debe ser de todo menos intimidante. No nos quedan más armas que los puños y mi pequeña navaja. Más que revolucionarios o asesinos, somos un chiste de los malos. No hace falta ser muy listo para suponer cuál va a ser el desenlace.
—Qué irónica es la vida —Dimas tiene asumido que su suerte se acaba—. Viniste aquí para matar a una reina y has acabado defendiéndola —su risa suena igual que las uñas cuando rasgan papel—. Confiésalo, es una estrategia para convertirte en rey.
Le abofeteo con todas mis fuerzas y su cabeza rebota contra el suelo. Le ha dolido el doble que un golpe normal.
—No me conoces nada —agarro el cuello de su camisa—. No todo el mundo es tan rastrero como tú. Te ayudé a sobrevivir cuando lo necesitaste.
La nariz de Dimas está teñida de rojo, pero lo disfruta. Siempre ha tenido un punto sadomasoquista en su comportamiento. Le gusta sentirse despreciado. Disfruta de que los demás quieran tratarle como a un gusano porque en eso se basa su personalidad. De eso se trata su personalidad.
—Y yo te saqué del anonimato —me rodea el cuello, presiona, peor no tiene tanta fuerza—. Recuerda que si tienes la fama que tienes es porque yo te ayudé a organizar algo sólido —sus esfuerzos de estrangularme no conducen a nada—. Yo soy el cerebro que creó BASTA.
—Y mira para lo que te ha servido —le estampo la espalda contra el césped. Pequeños filamentos verdes se cuelan en sus orejas—. ¿Esto es lo que esperabas?
La boca cortada de Dimas sufre espasmos. Le tiemblan los labios mientras sus dientes, amarillos y rotos, buscan morderme los brazos. Sí que debe ser grande la inquina que siente por mí para querer comerme como un caníbal.
—Esperaba que matases a esa mujer —brama, dolorido.
Por si lo ocurrido hasta ahora no fuese bastante, de repente me fijo en que algo no va como debería en el cuerpo de Dimas. Y no es fruto de la paliza, no. Más bien es una mancha que se extiende por su ojo y que así, con la escasa luz de la luna, cuesta distinguir con claridad.
—¿Dimas? —me aparto de él, sin comprender.
La respuesta es un alarido de ultratumba. Esa voz profunda no puede haber salido de mi viejo amigo. Él no tiene esa capacidad pulmonar que suena con eco. Parece que hay algo en su garganta, o alguien.
En vez de quedarme quieto, busco a Helena, esperando que ella tenga algún tipo de respuesta para esto.
—¡Nino! —exclama Dimas, llevándose las manos al ojo de la mancha—. ¡Arráncalo, Nino!
Pero la pobre se ha desmayado, pasando a formar parte de los cadáveres que pueblan el jardín del palacio. No pienso tolerarlo.
—Lo siento Dimas —me despido de él. Está claro que no volveré a verle.
—¡Nino! —me llama, desesperado, a punto de estallar del dolor.
Toco la frente de Helena. Se está quedando fría. Ha perdido mucha sangre.
—Mi reina —la tomo en brazos y la remuevo un poco, esperando que reaccione.
Lo hace, pero es un gemido que no augura volverse más fuerte en unos minutos. Tengo que hacer algo. Quizá si quedan nobles vivos en el palacio, o si el servicio sigue escondido en las cocinas, ellos puedan salvarla.
Pero antes, las súplicas de Dimas piden que me dé la vuelta para ver que ocurre.
Y lo que descubro me deja blanco. Creo que no volveré a ver algo tan terrible.
La hierba se ha metido, literalmente, en los oídos de Dimas. Lo mantiene atado al suelo y trepa por su cuerpo, formando una capa enredadera. No entiendo cómo es posible que ocurra, pero de su ojo brota un grueso tallo que seguramente sea verde… pero que tal vez se convierta en marrón una vez alcance el tamaño apropiado. Parece que la tierra lo esté absorbiendo como la arcilla del calabozo absorbe los cuerpos de los presos.
¿Qué clase de lugar es este? No es un palacio normal. No es un lugar corriente. Parece hermoso, pero es aterrador.
—Aguantad Helena —pido, desesperado—. Tenéis que resistir un poco más.
Ella dice algo, pero se pierde en la oscuridad, tapado por la enésima sorpresa.
—Tienes mucha razón.
Es la segunda vez que una voz desconocida hace acto de presencia cuando nadie se lo pide. La primera vez no trajo nada bueno, ¿por qué iba a hacerlo la segunda?
Dimas está sufriendo mucho. Por dentro debe de estar convirtiéndose en algo así como una maceta viviente.
—Mátame si quieres. He hecho cosas malas en mi vida, pero apiádate de ella —muestro el cuerpo de Helena al aire, sin saber en qué dirección alzarlo.
—No temas, Nino Arda —parece que busca tranquilizarme, pero es alarmante no saber quién habla—. La reina vivirá si sabes comportarte.
El cansancio puede, pero yo puedo más.
—¿Qué quieres que haga?
—Llévala a la habitación de su tía —pide, tajante—. Yo no puedo salir de allí.
—¿Qué quieres decir?
La voz se toma unos segundos de pausa. Helena se queja, seguramente del griterío.
—Lo comprenderás cuando lo veas.
Capítulo 14: narra Walpurga
Me gusta ser seria en mi oficio. No se puede evitar que ocurran accidentes, peor todo debe estar perfecto a ojos del resto.
Sé que es egocéntrico e hipócrita. No aporta nada que me comporte así. Sé que una debe tener todo su instrumental ordenado porque es lo mejor. Es lo que debo hacer, pero también me aburre.
Seamos honestos, al final nos vemos obligados a mantener una apariencia de niños buenos por el bien de nuestra gente. Por el bien de todos… ya sabéis. No solo se trata de ser bueno, sino de parecerlo.
En eso consiste este castillo.
Permitid que me siente, a cierta edad las rodillas no son lo que eran. Me duelen hasta las pestañas, pero sigo siendo eficaz para lo que toca.
A ver si este muchacho llega antes de que se apague el fuego de la chimenea. Desde luego, este ha sido el secuestro más raro que se ha visto en la historia del reino. Y os aseguro que he visto mucho para saberlo.
Acaban de llamar. Es mi día de suerte.
—¿Quién es? —en realidad ya lo sé, pero es mucho tiempo sirviendo a una aburrida como la dama Dorotea.
—Nino Arda. Traigo a la reina.
Doy una palmada al aire y la puerta del aposento se abre. El joven que aguarda detrás con la dulce Helena en sus brazos tiene todo el aspecto de un pez fuera del agua. No tiene ni idea de cómo ha llegado hasta aquí.
—Has tardado menos de lo que esperaba —observo, divertida—. Deduzco que has empezado a aceptar las normas del castillo.
Él se me queda mirando sin entender. Me muestra a la chica inconsciente.
Sacudo la mano.
—Déjala en la cama. Mi señora no volverá a dormir en ella —la verdad sea dicha—. Servirá para ella.
Se queda parado ante el lecho presidido por el cuervo coronado con espinas.
Detecto la energía que transmite. No le gusta la idea de dejar a Helena a merced de los símbolos de su familia. O, por lo menos, de la familia que le ha estado destrozando la vida.
—El pájaro no la va a morder —lo animo, con paciencia—. Solo es una pintura que crearon otros para representar una idea.
El joven Nino asiente, pero no deja de vigilar mis movimientos por el rabillo del ojo.
—¿Va a curarla desde ahí?
Parece que tengo que explicarlo todo.
—El castillo no es solo un asesino. También puede curar a quienes lo necesitan.
No se cree nada. Lo sé. A menudo nos afectan tanto los sucesos atroces que no podemos imaginar la bondad. Particular teniendo en cuenta la naturaleza humana, que cuando quiere puede amar y cuando no, desgarrar.
Con cuidado, deja a Helena sobre la colcha bordada en hilos de oro. Ella no tiene color en las mejillas, pero se relaja en cuanto nota algo blando bajo su cuerpo. Tiene el aspecto de haber pasado una mala noche, por lo que esto la ayudará.
—¿Qué hago ahora?
Me encojo de hombros.
—Puedes sentarte a hablar conmigo… o puedes ver cómo avanza la sanación de ella y esperar.
—¿Se va a recuperar sola?
Es guapo, pero también espeso. Su amigo Dimas tenía razón.
—Aprende —abro las manos, apuntando en dirección a la cama—. Y fíjate en cómo cambia ella.
Una niebla rosa comienza a emerger del suelo de madera, para luego trepar por la estructura de la cama y cubrir el cuerpo de Helena. Es un toque delicado, similar al que Nino ha visto que hacía la hierba con su amigo.
Creo que eso es lo que le empuja a intentar levantar a Helena de la cama.
—Alto, por favor —me pide, suplicante—. No deje que le hagan daño.
—Te he dicho que te calles y aprendas —le indico—. Helena es un ser querido para el castillo. La cuidará mucho mejor que esos “Caballeros” de tres al cuarto que lo que querían era gobernar a sus espaldas.
Nino vuelve a dejarla quieta, procurando que la herida no empeore, lo que es difícil. Esa bala ha penetrado bien hondo en su estómago.
—¿Quién sois?
Eso ya está mejor. Que no sea joven no significa que no me merezca un trato educado.
—Me llamo Walpurga —dejo la espalda en reposo contra el asiento. Es realmente cómodo—. Todos piensan que soy la sirvienta arrugada de la dama Dorotea y el señorito Casio, pero en realidad soy la personificación del palacio.
—¿Personificación?
Igual debo concretar un poco más.
—El alma, estaría, mejor dicho.
Nino no me cree. Es fácil leer a un hombre cuando solo está aguantándote por el bien de otra persona. ¿Y si piensa que, en caso de no seguirme la corriente, vaya a dejar que Helena muera?
Voy a mirar si puedo insistirle un poco.
—Piensa en mí como en una especie de fantasma. Los edificios antiguos ven muchas cosas, alojan a muchas personas y cada una, aunque no quiera, deja huella en él.
—¿Está hablando de energía?
—Deja la energía para el fuego. Yo estoy hablando de recuerdos. Cuando pasas mucho tiempo en un sitio, lo llenas de tus vivencias, de tus sentimientos… ¿nunca te ha pasado que los lugares te son amables o antipáticos en función de lo que has vivido en ellos?
Nino asiente. Por supuesto que sí. Pero sigue sin escucharme.
Piensa que no lo veo, pero acaba de atrapar los dedos de Helena entre los suyos. Le sorprende que la niebla esté volviendo a imprimir el color en sus pobres mejillas.
Así no voy a conseguir nada, pero al menos parece que Nino empieza a creer.
—¿Ha matado a mis hombres? —pregunta de repente—. Si tiene el poder de curar, obviamente puede matar.
Junto las manos. Debería comprarme algunos anillos para darles un aire más señorial.
—Soy la personificación del castillo —repito—. Él es quien manda, no yo. Él decide matar a los que considera intrusos mientras que yo soy su memoria. Yo guardo sus recuerdos.
—Si Los Caballeros son intrusos, decidme, ¿por qué los habéis matado ahora? ¿y qué ha sido del resto de nobles?
Niego con la cabeza. Sigue sin entenderlo.
—El castillo es caprichoso… pero no te confundas. Lleva años matando poco a poco a Los Caballeros —me pongo seria. Al final va a ser lo mejor si queremos llegar a alguna parte—. Primero fue Rodolfo, el marido de la dama Dorotea. Luego vino un segundón que quería su puesto y del que nadie se acuerda —así es la vida—. Pero a ese no lo asesinó el castillo. Fue cosa de la dama Dorotea —dibujo una línea imaginaria en mi cuello, de un extremo a otro. Todos sabemos lo que significa—. Ya me entiendes.
—Era una mujer malvada.
—Más bien caprichosa. He sido su sombra y la de su hijo durante años porque era el mejor modo de saber si merecían o no seguir la suerte de Rodolfo —una pérdida de tiempo, si me permiten la opinión—. Quería controlar a Helena porque pensaba que así tendría todo el poder para ella. No se le ocurrió pensar que, si llegaba a ocupar su puesto, pasaría a ser ella la manipulada en vez de la manipuladora.
Capítulo 15: narra Walpurga
Esta explicación no le gusta a Nino, que ahora se permite poner una mano sobre la frente de Helena. Me pregunto cuánto tiempo lleva soñando con ella y si alguna vez llegó a pensar en serio que esa chiquilla ordenó la matanza de la coronación.
—¿No había más miembros en la orden?
—Sí. Pero no eran importantes. Solo se unieron por el morbo que da decir a las amistades que “eres parte de una organización secreta”. Se parecían mucho a tus hombres. Por eso han muerto en el anonimato de sus habitaciones. Sin que nadie los mencione en esta historia. Como los tuyos.
Nino está enfadado conmigo. Después de todo eran amigos. No puedo reprocharle nada, pero tampoco pienso pedirle disculpas por ello.
—¿Por qué?
—Te lo mostraré igual que se lo mostraré a ella —por supuesto, me refiero a Helena—. Por supervivencia —añado, pausando mis palabras—. Y por el mismo motivo tú sigues vivo.
Tras leer toca darle al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones en relación al texto.
🎙 🎧 👇🏻


















