«Toletum», por Carmen Navas Hervás (@mcnavas1): «Parte 3 – Rex»

Parte 3

Rex

Al amanecer, nos sacaron de allí y nos obligaron a caminar atados durante muchas jornadas, siempre hacía el sur. Algunos de los prisioneros estaban heridos y murieron en el trayecto. Gracias a mis años como comerciante, había aprendido un poco de latín y así me enteré de que nos dirigíamos a Itálica, una ciudad romana que había fundado Publio Cornelio Escipión. Había oído hablar mucho de él y de su padre y su tío. Cuando llegamos, me di cuenta de que solo era poco más que un campamento. Nos llevaron hasta una cerca donde nos encerraron. Pensé que sería fácil escapar. No me daba cuenta de lo equivocado que estaba. La primera noche no podíamos ni movernos por el cansancio y cuando llegó la mañana, uno de los centuriones nos llevó ante un lanista[11]:

—A partir de ahora, vais a servir de diversión a nuestras tropas. Algunos de vosotros lucharéis bien, otros simplemente moriréis, todos serviréis a mis fines.

Nos entregaron espadas de madera y nos azuzaron para que peleáramos entre nosotros.

—Empezaremos por el Rex.

Dijo el centurión mofándose de mí.

—No lucharé contra ningún hispano —aseveré, mirándole a los ojos.

Me dieron una paliza tras otra, intentando convencerme a base de golpes. Al cabo de una semana no había un lugar en mi cuerpo que no mostrara una herida, sin embargo, no cejé en mi empeño. Ya lo había perdido todo, aunque no estaba dispuesto a perder mi dignidad.

Me llevaron de nuevo a ver a Nobilior.

—Dicen que te niegas a pelear.

Levanté la mirada desafiante.

—Te prometo que lo harás, quizás lo único que necesitas sea un incentivo y yo te lo daré.

—Solo lucharé contra los invasores, ya sean cartagineses o romanos —le dije con sorna.

—Podemos arreglarlo.

A partir de ese día, comencé a entrenar con legionarios. Aquellos que cometían alguna falta, como castigo, se les enviaba al ludus[12] donde nos tenían encerrados y luchaban conmigo en una pelea injusta. Solo me dejaban usar la espada de madera que desprecié el primer día, mientras ellos empuñaban sus gladius[13]. A pesar de todo, la mayoría de las veces salía victorioso de esas contiendas. El lanista, un hombre llamado Porcio, era repulsivo y sacaba lo peor de nosotros. Si hubiera podido, lo habría matado con mis propias manos. A los dos meses y, después de duros entrenamientos, que se prolongaban desde el amanecer hasta bien entrada la noche, nos llevaron a una especie de anfiteatro donde pretendían que exhibiéramos nuestras habilidades. Mis compañeros luchaban entre ellos y cada vez se veían más mermados. A mí me enfrentaban contra prisioneros cartagineses, a los que mataba sin piedad, rememorando la caída de mi padre. Nobilior acudía a alguno de los combates y no le gustaba la admiración que despertaba en sus soldados. Cada vez que entraba en el anfiteatro, me aclamaban como si fuera un héroe romano.

—¡Rex! ¡Rex! ¡Rex! ¡Rex!

Mi forma de luchar era rápida y sin concesiones. No estaba dispuesto a servir de distracción a nadie y menos a los que nos estaban subyugando.

Volvieron a llevarme a presencia de Nobilior.

—Admiro tu destreza con la espada, aunque no creo que con gladiadores de verdad, tuvieras tanta. Estás acabando con todos los prisioneros cartagineses y pronto no habrá nadie a quien te puedas enfrentar. Ya lo solucionaremos en su momento. Ahora te he convocado para decirte que en unos días vuelvo a tu querida ciudad, para conquistarla.

Un rictus amargo me cruzó el semblante.

—¡Por fin veo alguna reacción! —aplaudió el general, sonriendo —no te preocupes, trataré tu ciudad con respeto.

Marco Fulvio Nobilior volvió victorioso de Toletum.

Intenté averiguar qué había sido de mi mujer y mis hermanas, sin embargo, era todo muy confuso. Pregunté a los prisioneros que trajeron: nadie sabía nada de ellas. Los legionarios, que desde hacía un tiempo me mostraban respeto, por mi tenacidad y maña en la lucha, tampoco supieron darme noticias sobre su destino y, por supuesto, no estaba dispuesto a rebajarme preguntando al procónsul.

Me convocó al día siguiente.

—Tu ciudad ha caído. Nos ha costado un poco, pero contra las máquinas de asedio romanas, tus amigos no han podido hacer nada.[14]

Rechiné los dientes de rabia y dolor, intentando contenerme para no matar allí mismo a mi adversario.

—Pero esa no es la razón por la que te he convocado. En breve, llegarán desde Roma dos de los mejores gladiadores para luchar contigo. Se hacen llamar Romulus y Remus, en honor a los fundadores de nuestra ciudad. En su día fueron legionarios pero decidieron cambiar de oficio y ganarse la vida luchando en la arena. Tu eres un Rex y te mereces luchar contra los mejores. Por eso he decidido traerlos aquí.

—¿Nunca se acabará, verdad? —le pregunté al procónsul.

—Si consigues matar a los dos, te concederé la rudis[15], con la condición de que abandones Hispania para siempre.

Me quedé pensativo, ¡Quizás no fuera tan caro el precio de la libertad!

Marco Fulvio Nobilior sonrió de forma ladina.

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Mañana te espero con el final del relato

@mcnavas1


[11] Es una palabra de origen etrusco que significa carnicero. Eran los entrenadores, representantes y traficantes de gladiadores.

[12] El Ludus era la escuela de gladiadores.

[13] La Gladius romana tiene su origen en las espadas usadas por los celtíberos durante la segunda guerra púnica. El ejército romano no esperó hasta el final de la guerra para adoptar tal diseño, al que llamaron <<gladius hispaniensis>> y se convirtió en el arma reglamentaria de los ejércitos romanos durante cinco siglos.

[14] “El procónsul Marco Fulvio libró con éxito dos batallas contra dos ejércitos enemigos y tomó al asalto dos plazas de los hispanos: Vescelia y Elón, y muchos reductos fortificados; otras se entregaron voluntariamente. Luego se internó en el territorio de los oretanos y después de apoderarse allí de dos plazas, Nobila y Cusibe, continuó su avance hacia el río Tajo. Allí se encontraba Toletum, una ciudad pequeña pero bien defendida por su posición. Cuando la atacó, acudió un numeroso ejército de vetones en ayuda de los toledanos. Se enfrentó a ellos con éxito en una batalla campal, y una vez derrotados los vetones, tomó Toletum con obras de asedio” (Tito Livo). Ad urbe condita, 35, 22.

[15] La recibían de mano del empresario de los juegos públicos o del maestro de gladiadores como señal de su licencia absoluta y su libertad individual. Desde aquel momento, no se les podía obligar a pelear a menos que voluntariamente se presentasen en la arena.

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