PARTE 2
“Sólo quiero a una de ellas”.
La voz reverberó en su cabeza, tierna, casi cálida.
—Su alma es tuya —suplicó la inmortal a la Muerte —. Por favor, no permitas que se pierda entre el mundo de los vivos y el de los muertos: era casi una niña…por favor.
“Hoy sólo quiero un alma”.
Arabela se volvió, dispuesta a preguntar, a encararse a la misma Dama, más se halló sola, sin criaturas de otro mundo, sola con el cuerpo desmadejado de la muchacha.
“Un día perderé la cordura”, se dijo pesarosa.
Otra vez el maullido. Extrañada, sondeó la oscuridad; no extrañaría la compañía de un felino, ya que los gatos solían saludar a su gente, pues, aunque velasen por el alma de algún humano, no dejaban de ser, como ella, seres crepusculares.
El sonido se repitió, convertido en una suave queja. Arabela retrocedió espantada hasta que la húmeda pared de piedra la frenó.
Entre los trapos que cubrían a la muchacha, entre la falda y las mantas, asomaba un brazo tembloroso, cinco dedos diminutos abriéndose al compás de un suave llanto.
—¿Cómo no me di cuenta? —murmuró. Apretó los puños y corrió el cortinón de la entrada, dispuesta a abandonar el lugar pues era sólo un bebé humano, que, hambriento y sin el calor de una madre, no llegaría al alba.
Sin embargo, los pies de Arabela no dieron un paso y el llanto se convirtió en un quejido, en una llamada baja y aguda. Su instinto de mujer, más profundo que su propia naturaleza inmortal, conocía ese sonido: la llamada de una criatura demandando el pecho de su madre.
Un anhelo que sus entrañas yermas había suplicado durante varias vidas.
Por piedad, se acercó al rincón, cuando la criatura dejó. Se agachó y apartó el montón de trapos que casi la asfixiaba; quizás, pensó, la chiquilla sólo había buscado que su bebé no muriese de frío…
Unos ojos castaños, húmedos aún por el llanto, la contemplaron, se dilataron al saberla cerca; las lágrimas habían dejado un rastro de suciedad en la carita congestionada. Sin delicadeza, Arabela le apartó el pañal, sucio de días, y chasqueó la lengua al descubrir la piel enrojecida. Era sólo una niña, ni más ni menos bonita, sólo una niña humana, de quizás dos o tres, no más. En su mundo, en la oscuridad, sabía de gente que pagaría bien por una criatura de pecho por la que nadie preguntaría. Mortales e inmortales que se movían entre el crepúsculo y el alba madrileños ofrecían fortunas por unto y sangre de recién nacido.
La cogió en brazos arrugando la nariz. Guiada por un impulso primordial, grabado en su naturaleza, la criatura se acurrucó contra su pecho, esperando escuchar el latido de un corazón.
—Buscas en vano, niña.
Sólo los animales y los seres crepusculares podían sentir en las entrañas mismas el Cambio, el final del reino de la noche y el anuncio del regreso de la luz. Para un ser de carne viva, el Sol aún tardaría aún casi una hora en aparecer; para otros, sin embargo, ese instante en que la oscuridad comenzaba a ser vencida y el mundo despertaba a un nuevo día, era similar al fulgor de un rayo. Arabela alzó un segundo la vista al cielo, aún tachonado de estrellas, deseosa de recogerse. Había cumplido con éxito los encargos de sus patrones y se había alimentado de forma conveniente, y, esa mañana, nada la obligaba a moverse en la luz del día. Aceleró el paso, calle Mayor arriba, hacia el hotelito que ocupaba en el centro de la ciudad, acompañando su camino el traqueteo de los primeros carros que ya rodaban camino del mercado…cruzándose con oscuros carruajes sin blasón; sonrió, sabedora de los secretos de muchos de aquellos que, escudados en nobleza o riqueza, atentaban contra las leyes de Dios una vez se ponía el sol. Honestamente, pensaba, no era su problema. Un día, el mundo, esa ciudad, se irían al carajo y ella solo esperaba estar lo bastante lejos.
El bebé se movió en sus brazos. Casi la había olvidado. La niña se había dormido con la cadencia de sus pasos y no había sido otra cosa que el hambre lo que la había despertado. Apartó la cabecita de su pecho, fastidiada por las babas sobre la tela del abrigo.
—Tampoco vas a encontrar eso en mí —susurró, ofreciéndole el pulgar para que lo chupase y cesase su llanto.
Ahora dale a la ilustración para escuchar el podcast, recuerda que no son iguales, incluyo alguna variación.
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