
Capítulo 6: En Viena hay un turcazo
Federico García Lorca legó a la humanidad centenares de retazos de su alma en forma de poemas, obras de teatro, etcétera. Uno de aquellos primeros es Pequeño vals vienés, al que cantautores como Leonard Cohen o genios de la música como Enrique Morente después convirtieron en magia en forma de canción. Pues bien, el referido poema comienza con esta estrofa: «En Viena hay diez muchachas / un hombro donde solloza la muerte…». (entra y lo escuchas)
Ahora nos vamos a 1532, a esa Viena; donde había más de diez muchachas acongojadas no lo siguiente —con razón. En caso de conquista de una plaza, tras asedio el futuro no era muy halagüeño para nadie. Y andando turcos de por medio, menos— con Solimán el Magnífico AKA —as know as en sus siglas en inglés— el turco grande delante de sus puertas con un cerro y medio de soldados con unas ganas de jarana que lo flipas; y donde no había hombro donde la muerte no hubiera sollozado ya y lo que te rondaré, morena. A este escenario, digo, puso rumbo don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel ya sí que sí tercer duque de Alba acompañado para la ocasión por su íntimo amigo y eximio poeta/soldado Garcilaso de la Vega. No fue el único noble convocado por el emperador Carlos V, pues hasta allí llegó lo más florido y granado de la nobleza española y también de los soldados que vigilaban Italia —recuerdo: los Tercios Viejos fueron creados por el emperador en ordenanzas dispuestas en 1534 y 1536—. El asunto fue vestido de cruzada, pues había que defender a la Cristiandad de las hordas turcas, con lo que cual más de uno y de dos también se plantaron en Viena a ver qué les caía en caso de victoria, para qué vamos a engañar; lo cual le hizo una gracia que te rilas al emperador. Valga como ejemplo estas palabras que escribió a la emperatriz meses atrás desde Ratisbona (Alemania): «Muchos Grandes y caballeros desos reinos [España] se han movido y mueven para venir a servirnos en esta jornada y que, como quiera que holgaría que todos viniesen, parece que sería inconveniente…».
Todo lo contrario ocurría con don Fernando, nieto de don Fadrique, al que Carlos V quería tener a su lado en tan alta jornada, que diría años después un soldado al que dejaron de aquella manera tras una escaramuza con otros turcos —Miguel de Cervantes, por aclarar—. Sin embargo, antes de salir de la península, la pareja —Fernando y Garcilaso— tuvo un problemilla: en Tolosa, a escasas leguas de la frontera, le dicen a Garcilaso que ni de coña se va a marchar de allí y que queda preso. ¿La razón? Había caído en desgracia, y había orden expresa de la emperatriz para detenerlo. Por resumir, parece ser que había asistido como testigo a la boda en secreto de un sobrino suyo con una dama de la alta nobleza. La boda no había sido aprobada por la Corona, por lo que había orden de detenerlo. O al menos así lo explica Manuel Fernández Álvarez en la biografía que dedica al duque de Alba.
¿Qué hizo éste? Montar un jari guapo. Pero gordo. O viene conmigo o éste que está aquí no va a Viena ni harto de Stolichnaya —marca de vodka. Por aclarar—. Total, que al final, apremiado para que saliera cuanto antes, el duque puso rumbo a los Pirineos por la posta pero llevando consigo a Garcilaso, quien le agradeció el gesto con estos versos:
«De todos escogía el duque uno,
y entrambos de consumo cabalgaban
los caballos mudaban fatigados»
Peeeero… Fue llegar a Ratisbona, donde Carlos V se encontraba, y éste ponerse más serio que su esposa. Consecuencia: Garcilaso fue desterrado a una isla del Danubio. Mientras, hasta aquella ciudad alemana iban llegando noticias, a cada cual más acongojante, sobre las hazañas del turco grande y sus secuaces camino de Viena. Para su suerte, un pequeño reducto en la frontera con Austria llamado Güns aguantó un mes de asedio, tiempo más que suficiente para concentrar en Viena tropas como si no hubiera un mañana —cerca ciento cincuenta mil infantes y sesenta mil jinetes, según refiere el borgoñón Féry de Guyon con estas palabras que recoge Henry Kamen en su biografía del duque: «El mayor y más bello ejército que nadie haya visto en medio siglo»—, con una gran representación de españoles.
Y entonces… ocurrió un hecho que todavía hoy sigue dando de qué hablar. Enterado el turco grande de tanta gente esperándolo en Viena para darle los buenos días, las buenas tarde y las buenas noches de golpe, con tanto español metido de por medio, una embajada francesa —con un español de por medio. Un tal Rincón— se presentó ante él para pedirle que no atacara Viena. Ni de Blas aceptó volver para casita por miedo a que le acusaran de haberse rilado ante el emperador y sus huestes. Sin embargo, se ve que el hombre se quedó unos días dándole vueltas a la cabeza, y cuando todo pintaba que se iban a desatar las hostialidades a las puertas de Viena, camino de ella Carlos V recibe noticias de que el turco grande se retiraba. Entre que había sufrido bajas en el camino, que conocía lo que le aguardaba en Viena, y que Winter is coming… Mejor lo dejamos para el año que viene si Alá lo quiere así.
Así que ni hostialidades ni nada, todos contentos y felices menos Solimán, camino de casa chubari bari bari sin haber podido darse una vuelta por Viena. Y también el duque, que se quedó compuesto y sin batalla.
Por cierto, ¿y Garcilaso? ¿Qué pasó con él?, seguro te estás preguntando. El duque de Alba intercedió por él ante el emperador y consiguió cambiar el destierro en una isla del Danubio por pasar a formar parte de la Corte napolitana presidida por el virrey don Pedro de Toledo. Sí, en efecto: tío del duque; lo cual habla de la ascendencia ya de don Fernando Álvarez de Toledo sobre el emperador.
En definitiva, viendo que la cosa estaba tranquila por Europa, don Fernando puso rumbo para España, donde había que calmar el ardor del guerrero en compañía de su esposa, María Enríquez —a la que no veía desde hacía dieciséis meses. Así que imagina la temperatura de los ardores—, y sus retoños: Hernando, el hijo de la molinera, y el primogénito del linaje, don García. Al respecto de los ardores, y como curiosidad, estos versos de Garcilaso:
«En amoroso fuego todo ardiendo
el duque iva corriendo y no parava;
Cataluña pasaba, atrás la dexa,
ya d’Aragón s’alexa, y en Castilla
Sin baxar de la silla los pies pone.
El coraçon dispone al alegría
que vecina tenía, y reserena
su rostro y enagena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra;
con solo amor s’encierra sin respeto,
y el amoroso affeto y zelo ardiente
figurado y presente está en la cara»
Vamos, que corrió que se las pelaba con tal de llegar a casa cuanto antes. A diferencia de Solimán, la duquesa no se iba a escapar…
Calma y paz hasta que dos años después, en 1534, llegaron noticias de que el famoso y temido pirata Barbarroja AKA el turco chico estaba haciendo de las suyas por el Mediterráneo, además de apoderarse de Túnez.
Túnez.
Pero eso, ya, para la semana que viene.
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