Has llegado al final del relato que cinco autores, Jorge de Leonardo, Estrella Vega, Carmen Navas Hervás, Víctor Fernández Correas y Galiana han creado inspirándose en la obra Inertes de Pilar Navamuel.
Gracias, gracias por llegar hasta aquí.
No nos demoramos más.
La mujer de la dehesa
…
«Ronda, ronda…»
El viento arrastraba un susurro con la voz de mi madre.
Mi instinto hizo que corriera a esconderme mientras iba contando hasta cincuenta, como siempre hacía mamá. Me oculté tras el mismo árbol en el que ella me encontraba y me quedé ahí:
—Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve y…
—¡Te pillé!
—¿Papá?
Él sonreía con un cuchillo de caza en la mano.
—Isabella, será mejor que vengas conmigo —me pidió, tendiéndome la mano.
—Papá, tenemos que encontrar a Antonio y deberíamos traer más efectivos para…
Mi padre no se movía, seguía observándome fijamente, como si no comprendiera lo que le estaba diciendo.
—¡Papá! —Intenté llamar su atención.
—Vamos, Isabella, hay que cerrar el ciclo.
En ese momento lo comprendí todo. Fue como si, de repente, abriera los ojos a la verdad. Él lo tuvo que notar porque esbozó una sonrisa diabólica.
—¿Por qué? —pregunté sin fuerzas.
—Era necesario.
Vi que, en una gran piedra, había colocado el vestido blanco, un lápiz labial rojo y el cepillo de mamá, ese de nácar que estaba siempre en su tocador.
Mi padre emanaba un magnetismo al que era difícil resistirse. Me arrastraba hacia él sin poder evitarlo.
—Ponte el vestido y siéntate en esa piedra —me pidió con calma.
Lo obedecí sin pensarlo. Se colocó detrás de mí y me fue cepillando el pelo. Lo hacía con delicadeza, acariciándome, como cuando era pequeña. Después me pintó los labios. Mientras lo hacía, comenzó a hablar:
—Tu madre nunca me quiso. Era una mujer impura, como las demás.
—No lo entiendo.
—Todo comenzó cuando yo apenas tenía cuatro años. Tu abuela me traía a este claro y me contaba cómo el terrible cazador había acabado con la madre de Bambi. Me tocaba y me hacía sentir sucio. Yo no quería y ella decía que todo estaba bien. Una noche de noviembre apareció en mis sueños un hombre que me dijo lo que convenía hacer. Me indicó que ella tenía que morir y que debía hacerlo como la madre del cervatillo. Fue la primera mujer de la dehesa. Nadie sospechó nada, porque ese hombre era un enviado de Dios, un ángel que me ha ido guiando durante estos años. La enterré en el bosque como a las otras, hasta que tú encontraste a tu madre, antes de que pudiera deshacerme de su cuerpo. La edad no perdona a nadie y me ha hecho ser más descuidado, aunque eso no pasará contigo. A ti nadie te encontrará porque ya está todo preparado.
Comencé a notar que mi mente se estaba dispersando, fui cayendo en una especie de desvanecimiento, mientras una bruma blanca invadía el claro. Sentía los labios dormidos y los ojos me pesaban mucho. No podía mover el cuerpo, me había quedado paralizada.
Entre la espesa niebla fue apareciendo un grupo de mujeres, todas iguales, con sus vestidos blancos, sus labios rojos y sus rostros serenos. Comenzaron a hacer un corro a nuestro alrededor. Mi padre empezó a desvariar y a amenazarlas con un cuchillo.
—¡Dejadme en paz! —les gritaba fuera de sí.
Detrás de ellas, pude ver otro círculo con todas las personas cercanas a mí que habían aparecido muertas; eran como sombras de las primeras.
Mi consciencia se iba desvaneciendo, cada vez me iba perdiendo más en un limbo paralelo. El pintalabios debía contener alguna sustancia psicótica.
—¡No os acerquéis a mí! —Mi padre lanzaba cuchilladas al aire.
«Ronda, ronda».
«Ronda, ronda».
«Ronda, ronda».
Las mujeres, susurrando, nos rodearon, no dejando espacio casi ni para respirar.
Restregué mis labios con la manga de la camisa, para intentar quitarme el carmín. Necesitaba aclarar mi mente.
—Os maté, siempre en tandas de tres, de una en una, hasta formar un trío, porque tres es el número mágico. Fui saboreando cada momento, tomándome mi tiempo con cada una y ¡¡¡estáis muertas!!! ¿¿¿Me oís??? Muertas.
Las sombras ya estaban cubriendo a mi padre por completo y él seguía una danza macabra con el cuchillo. Estaba completamente loco.
—Y vosotras, siempre tan entrometidas —señalaba a las mujeres de mi familia, riendo e intentando matarlas de nuevo.
—¡Suelte el cuchillo! ¡Alto! ¡No se mueva!—Las voces se oían por todo el bosque.
Él se giró hacia mí con la intención de acabar su tarea.
Entonces, las sombras del bosque comenzaron a disparar, los animales que había en el claro desaparecieron al instante y las mujeres se fueron evaporando entre la niebla, dando paso a policías armados. En el centro, pude ver a mi padre, tumbado, y un charco de sangre que se iba formando a su alrededor.
—¡Isa! —La voz de Antonio llegó a mí como música celestial.
Me tomó en sus brazos y me sacó del bosque.
Antes de que se despejara mi mente, pude ver a mi madre sonreír. A su lado estaban todas esas mujeres a las que mi padre asesinó injustamente.
Él quedó tendido allí, en el claro de la dehesa; sin embargo, nadie custodió su eterno descanso.
Días después excavamos el claro y encontramos los cuerpos de varias mujeres. Las autopsias revelaron que todas ellas murieron envenenadas, como mi madre.
Fin













