«La mujer de la dehesa» (IV), relato basado en la obra «Inertes de Pilar Navamuel

Ayer acabó así:

Alguien daba pasos rápidos al otro lado. Un portazo retumbó, dándome el pistoletazo de salida. Estaba sola, aunque ignoraba por cuánto tiempo. Tenía el reloj en mi contra y necesitaba actuar rápido.

Hoy comenzamos de la siguiente manera.

La mujer de la dehesa

Agradecí la decisión de haberme puesto las botas de campo esa mañana. Lancé la izquierda, repetidas veces, contra la ventana. Objetivo cumplido. Aunque la mayoría de los cristales habían caído al exterior, junto con la bota, me bastó un trozo que utilicé para cortar la cuerda. El viento frío me rozó el rostro y me ayudó a despejarme.

La puerta no fue demasiado problema. Aguantó varias embestidas, aunque, finalmente, la cerradura saltó. La otra habitación parecía habitada. A mi izquierda, descansaba una estantería con botes y medicamentos. No era un tema que dominase, pero varios de esos potingues habían surgido en la solución de alguno de mis casos. Podían provocar infartos y enfermedades mortales sin dejar rastro.

¿Pero quién y para qué iba a tenerlos alguien? ¿Se habrían utilizado con la mujer encontrada en el claro? Por alguna razón recordé una conversación que escuché tras la muerte de mi madre. Un médico le decía a mi padre que ella había sufrido un aborto natural; yo entonces no sabía qué era eso, y se había desangrado al no recibir ayuda. La misma mancha de sangre, el mismo vestido… y si hubiera hecho falta algún medicamento para provocar… Mis pensamientos se detuvieron al observar una cortina que cubría la pared derecha, cuando las dos ventanas de la habitación no tenían ni un triste visillo.

Con el brazo que no me dolía, la descorrí, descubriendo un muro forrado de fotografías. Allí estaban sus rostros. Las mujeres que yo había visto. Miradas vivas que ahora estaba segura ya no existían, preocupaciones e ilusiones que murieron con ellas. Era policía y jamás reconocería que todavía me afectaba. Ni siquiera ante Antonio.

Recortes de frases incoherentes, escritas a mano, salpicaban el decorado. Pero lo más aterrador era la fotografía que se encontraba rodeada de todas las demás. En ella aparecían una niña y una mujer riendo en un abrazo de puro reflejo de felicidad. Aquella cría ¡era yo!

Me había convertido en parte de aquel macabro juego sin saberlo. Pasé el índice suavemente por la imagen, acariciando el rostro de mi madre. ¿Qué pintaba ella en este lienzo tan lúgubre?

Me asomé al exterior poniendo oído a cualquier ruido que me indicase que mi agresor rondaba por la zona. Los trinos habían regresado y el viento soplaba con fuerza despeinándome. Vi las huellas de un vehículo que se internaba en la espesura. Tenía que salir de allí y encontrar a Antonio. Su experiencia me ayudaría a atar los cabos de aquello. Era curioso que me acordase de él en ese momento. Me preocupó estar dando un paso más en una relación que siempre había sido tan cómoda.

Recuperé mi bota y me interné en el bosque sin perder de vista el camino que tomó el vehículo. Estaba totalmente desorientada y aquel sendero era mi única guía.

No sé porqué, pero mis pasos me llevaron al claro de la dehesa. Había un silencio sepulcral que hacía que mis nervios estuvieran en tensión. Estaba acariciando la última cruz tallada, cuando sentí una presencia a mis espaldas.

¡Mañana llega el final que no deberías perderte!

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en "...Y Cía", Carmen Navas Hervás, Estrella Vega, Exposiciones, Ilustradores y arte, Galiana, Jorge de Leonardo, La mujer de la dehesa, La mujer de la dehesa, Literatura, Narrativa, Pilar Navamuel, Podcast Literarios, Relatos, Se lleva leerme, Víctor Fernández Correas y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario