«La mujer de la dehesa» (II)

Último párrafo de ayer

Dos veces más acudí, convocada por la llamada de aquel pálpito, al claro de la dehesa. Los animales velaban los cadáveres de dos mujeres, una por cada ocasión. Cada encuentro en el bosque coincidió con el fallecimiento de alguien cercano a mi familia: mi abuela materna que se había mudado a casa para acompañar a mi padre tras mi ingreso en la academia de policía y la hermana de mi madre, que vino a pasar un verano estando yo ya destinada aquí y decidió quedarse para escribir una novela sobre no sé qué de un misterio sobre mujeres.

Avanzamos en el relato escritor por:Jorge de Leonardo, Estrella Vega, Carmen Navas Hervás, Víctor Fernández Correas y Galiana, basado en la obra «Inertes» de Pilar Navamuel .

La mujer de la dehesa

Esta madrugada, al amanecer, el comisario me llamó. En el claro de la dehesa, un cazador había encontrado el cadáver de una mujer de unos treinta y cinco años, morena, vestida de blanco… No necesité más; sabía a la perfección qué nos íbamos a encontrar mi compañero y yo cuando llegáramos.

—Temprano llama el comisario. Debe ser muy importante —en mitad del bostezo, balbuceó Antonio.

—Ha aparecido el cadáver de una mujer en…—Le fui dando detalles mientras salía de la cama, me vestía a toda prisa y le invitaba a hacer lo mismo mediante gestos.

—¿En nuestra dehesa? —me miró con incredulidad antes de soltar—: Si al final vivir aquí va a tener su aquel, fíjate tú.

El inspector de homicidios, Antonio Jarandilla, nos iba a servir de ayuda. Yo sabía que, después de aquella infeliz, en las siguientes semanas, aparecería al menos una mujer más…

El porqué me interesaba y escamaba a partes iguales. Razones, causas, relación entre esas tres mujeres y una dehesa tan familiar como extraña. Cuando Antonio me veía conducir en estado de trance, las manos agarrando la parte superior del volante y la mirada perdida en mi mundo, bien tosía con fuerza, bien seguía la melodía que en ese momento sonaba en la radio del coche. Lástima que el Señor no le haya concedido el don del oído, ni mucho menos una voz aterciopelada. Como inspector, posiblemente sea de los mejores sino el mejor. Como cantante, reconozco haber oído a gatos morir con más dignidad.

—De todas formas, ¿cómo puedes estar tan segura de que habrá al menos otra muerte más? —me preguntó una de las tardes que regresábamos a la dehesa.

Necesitaba reunir todas las pistas posibles, estudiar el terreno, aprender su esencia si es que no estaba lo suficientemente asimilada por mi parte. Una muerte más. Estaba convencida. Ninguna pista, ningún hilo del que tirar.

Nada.

—¿Acaso crees que se trata de un psicópata encantado de haberse conocido? ¿Alguien que necesita sentirse realizado y ha encontrado en esos asesinatos la mejor manera de hacerlo?

Le había contado a Jarandilla mis supuestas visiones sobre las otras mujeres asesinadas en la dehesa y como bien yo sabía habían chocado con su escepticismo. Así que decidí no contestar a ninguna de sus preguntas. Permanecí en silencio el resto del trayecto, mientras Antonio destrozaba la tremenda versión de Eloise que Tino Casal regaló a la humanidad antes de poner rumbo a la inmortalidad.

Atardecía cuando llegamos a la dehesa. Al bajar del coche, agradecí la brisa que acarició mi cara. Claridad para pensar. Eso era lo que necesitaba.

—¿Dónde vas? —me preguntó Antonio.

—Quiero ver una cosa.

—Ya hemos revisado una y mil veces este trozo de tierra.

Me dejé guiar por mi intuición. Antonio estaba en lo cierto, pero no del todo. Si bien habíamos revisado la dehesa palmo a palmo, mi experiencia —o mi tozudez— me decía que había piezas que no encajaban en esta historia. La conocía ya tanto como la palma de mi mano: los claros, la zona boscosa… Me interné examinando el suelo, las ramas de los árboles, las raíces al aire…

Hasta que reparé en un detalle.

Una muesca en un árbol, quizás trazada con un cuchillo que de alguna manera pudiera estar relacionado con aquellas mujeres.

Y no era la única.

Había otra similar en otro árbol próximo al primero.

Una cruz. Exacta. Y una tercera, en otro junto a aquel segundo.

Pasé un dedo por esta última.

Suspiré.

¿Qué nos querría transmitir quien hubiera cometido tan horrendo crimen?

—¡Antonio! —lo llamé entonces.

El inspector de homicidios acudió con su pachorra habitual. Se acercó hasta mí y señalé una de las cruces grabadas.

—¿Y esto?

—Buena pregunta.

—Pero…

Lo callé llevándome el índice derecho a los labios.

—Lo que está claro es que nuestro asesino ha decidido plantearnos un juego…

Mañana continúara el relato. ¡Te esperamos!

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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