Una cita con @GalianaRgm: «Historias en el metro de @metro_madrid»

—Las historias del metro, sí, del metro, están ahí, sólo hay que saber verlas cuando uno viaja en él.

Se lo demostré a un colega de profesión con el que he comido hoy.

Él no cree que del suburbano se pueda sacar historia alguna para un relato. Yo estoy convencida de todo lo contrario, es más, cada vez que bajo por las escaleras de la boca del metro el aire que respiro ya me inspira una o dos historias.

El caso es que mi colega, mientras comíamos, quiso ponerme en algún aprieto.

—Has venido hasta aquí en metro, dime, ¿cuántas historias me traes?

—Empezaré por el principio.

Historias en el metro de Madrid

Todo comenzó en la parada de Gran Vía, cercana a mi domicilio como bien sabes. Se subió al convoy un pedazo de mujer tremenda, de esas que a algunos hombres os hacen enloquecer.

Un tipo le cedió el asiento; lo hizo mirando su escote más que teniendo en cuenta la circunstancia que la acompañaba. Ella empujaba el carrito de un bebé, uno de muy corta edad. Todos los presentes lo confirmaron. En un momento dado el crío se puso a llorar y ella al amamantarlo lo hizo sin ningún pudor, mostrando su pecho descaradamente a los allí presentes. El hombre que le había cedido el asiento se posicionó frente a ella para contemplar la escena sin apartar la vista, como si jamás hubiese visto un bebé mamando. Había algún otro pasajero imitando su actuación.

Una estación después subió al vagón una mujer, alta, rubia y muy llamativa, tanto que los pasajeros quedaron atrapados en la nueva distracción, ¡menuda distracción!

La señorita en cuestión llevaba un pantalón de gasa de color negro. La gasa, querido, como bien sabes, es traslúcida. Los allí presentes clavaron sus ojos en el tanga que la susodicha portaba a juego con el color del pantalón. Sobre el antebrazo derecho, doblada, una americana oscura, y sobre la prenda algo de lentejuelas dorado. De cintura para arriba llevaba un escueto sujetador, monísimo, de lencería fina, en negro. Desde luego, el atuendo no era muy propio para las 12:30 de la mañana. Para que nos entendamos, se notaba a la legua que la noche había sido muy larga.

El pelo lo llevaba recogido en un moño de esos que da la sensación de habérselo hecho con dos de pipas. De los que se hace tu secretaria con el lápiz y que al final del día ni es moño ni es nada. Desprendía un aroma muy particular…Quiero decir que, olía a sexo puro y duro.

Las personas que habían estado pendientes de la madre amamantadora empezaron a comportarse como en un partido de tenis: de la mujer que mostraba su pecho amamantando, a la señorita que no dejaba casi nada a la imaginación. Probablemente, alguno tendría esguince de cuello por la tarde.

Él que había cedido el asiento a la mujer amamantadora comenzó a hacer movimientos sospechosos; con cierta discreción, todo hay que decirlo. Una es muy observadora y enseguida me di cuenta de que con la mano que tenía en el bolsillo del pantalón no contaba monedas precisamente.

—Ves demasiado, querida.

—No me interrumpas. No he terminado la historia que me has pedido.

—Continúa.

—Sabes que cuanto te he contado ha sucedido realmente, que tan sólo me estoy limitando a ponerle algo de literatura.

Aquí estamos comiendo tú y yo. Yo voy vestida como la señorita que entró en el vagón del metro, con un pantalón de gasa, aunque esta vez llevo la americana puesta. La camiseta de lentejuelas no, que anoche la rompiste con las prisas. Llevo el pelo recogido como me enseñó tu secretaria y, como no tenía con qué sujetarlo, usé tu estilográfica, la que, por cierto, no te pienso devolver: es el precio que vas a pagar por toda esta farsa. Hoy pagas la comida y has perdido una de tus Montblanc.

Ahora voy a recapitular:

Tú subiste al metro, ese horror de transporte público que siempre te niegas a utilizar, apostamos que, si yo iba vestida de esta guisa, lo harías y yo te demostraría que hay muchas historias para contarles a nuestros lectores.

No soportaste ver cómo me miraban en el convoy y me obligaste a bajar un par de paradas antes de nuestro destino. Por fortuna, hacía un maravilloso día en Madrid y apetecía caminar.

A lo que iba: te he demostrado, con creces, que el metro de Madrid es una fuente inagotable de historias para nuestros lectores.

Galiana

PD. Este relato no hubiera sido posible sin las inagotables historias que suceden en Metro de Madrid. Gracias por permitirme dejar volar mi imaginación, cada día, cuando utilizo el suburbano.

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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2 Responses to Una cita con @GalianaRgm: «Historias en el metro de @metro_madrid»

  1. Quién sabe, quizás, en algún lugar de la blogosfera, haya un relato sobre historias del metro en el que tú seas la protagonista. 😉

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