Este relato va dedicado a todas aquellas personas que sufren acoso y ostracismo en su profesión. Siempre hay una salida. Lo único que hay que hacer es dar con ella.
Don Nadie y el escondite
Su trabajo siempre le había parecido agobiante. Llegaba todas las mañanas a las siete y media, se preparaba un café cargado y se ponía detrás de su mesa, frente a un ordenador prehistórico, a despachar los miles de expedientes que cada día llegaban a sus manos.
Era un funcionario, una hormiguita obrera que realizaba su labor con constancia y tesón.
Su oficina estaba situada en el sótano del edifico de una Consejería y generalmente estaba solo. Tenía compañeros, claro, sin embargo, estos atendían al público en la planta primera. Él se encargaba de examinar los expedientes más complicados y luego asignarlos.
Una mañana, el todopoderoso jefe, bajó a los suburbios para comunicarle que al día siguiente, llegaba la responsable de protección de datos a hacer inspección y que iba a revisar su puesto, con lo que debía encargarse de dejar el despacho como una patena y el ordenador impoluto.
—No puede ser, no me va a dar tiempo de nada, yo creo…
—Mire usted, yo no decido cuándo viene esa señora ni qué puestos de trabajo supervisa, así que no me lo ponga más difícil y haga lo que se le ordena. Además, debe colocar estos carteles en la impresora, en la destructora de papel y en la pared para que se vean bien.
Y tal cual llegó, se marchó.
¡Era una locura!, de un día para otro, era imposible. Tenía la mesa llena de documentación para revisar, documentación que no podía guardar sin más, porque estaba sin tramitar. Había bandejas apiladas con pegatinas que señalaban el trámite en el que se encontraban. El suelo estaba lleno de cajas, pendientes de colocar en un lugar mejor y la pantalla del ordenador era un puzle de archivos sin orden ni concierto.
Decidió ponerse manos a la obra porque solo le quedaban unas horas para solucionar el problema. Comenzó con el ordenador y lo que hizo fue colocar todo lo que había en el escritorio, en una carpeta y lo escondió, literalmente, entre los documentos.
Después se puso con la mesa. Necesitó cinco cajas AZ para meter toda la marabunta de papeles que había allí.
Finalmente se puso a buscar sitio para las cajas del suelo. Decidió colocarlas en la estantería del fondo. Sin embargo, también estaba llena, por lo que tuvo que hacer un hueco. Al mover una de las cajas centenarias que allí había, dio a un botón que estaba escondido y la estantería emitió un crujido chirriante. Cuando se recuperó del susto, comprobó que el mueble se había separado y que allí detrás había una habitación. Entró con miedo y descubrió en la misma un televisor, un sofá y una bañera de hidromasaje. Se quedó de piedra ¿Qué era aquello? Inmediatamente telefoneó a su jefe:
—Señor, disculpe que le moleste ¿Le importaría decirme quién era el encargado de mi puesto antes que yo?
—¡¡¡Y a usted qué le importa!!! Era un Don Nadie, prescindible igual que usted. Y me da igual que sea licenciado o lo que sea. La única diferencia entre los dos es que él jamás molestaba. Se encerraba en su zulo y no le veíamos. Nunca nos importunaba con nada ¡más le valiera seguir su ejemplo!
—No se preocupe, señor, que así lo haré.
A partir de ese día cambió de estrategia. Según llegaban los expedientes, los asignaba sin revisarlos. y cuando terminaba, más o menos a la media hora de haber llegado al trabajo, se encerraba en su cuarto secreto y disfrutaba de la vida. Añadió mejoras en su refugio, escribió un libro bajo seudónimo que se convirtió en un éxito y jamás se enteraron de lo que hacía, puesto que nunca nadie volvió a bajar a ese zulo en el que le tenían recluido, ni siquiera la señora de protección de datos.
Ya sabes, después de leer puedes escuchar
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Mañana un nuevo relato, aquí te espero














