Este miércoles toca relato en formato podcast, ¿me acompañas?
El visitante
La primera vez que nos vimos fue una tarde de otoño. Yo paseaba por los jardines del Retiro. Me hubiera gustado subirme en una de esas barcas que cruzaban el lago. Creo que la última vez que lo hice era todavía una niña. Después siempre las había observado desde la distancia.
Él estaba sentado en un banco, parecía confuso, como si estuviera perdido. Le di los buenos días al pasar. Lo hice por educación, porque soy de las que piensan que, al cruzarte con alguien, aunque no lo conozcas, hay que saludar siempre. Me miró extrañado y yo continué con mi paseo vespertino.
Quizá no me hubiera vuelto a acordar de él si no hubiera sido porque a los tres días lo vi en la cafetería donde yo iba siempre a desayunar. Estaba sentado con un periódico en la mano, cosa que me sorprendió porque hacía mucho tiempo que no veía a nadie leer el periódico.
—Buenos días.
Volvió a mirarme como si fuera un bicho raro y me devolvió el saludo con una inclinación de cabeza.
Me senté en la mesa que había frente a la suya porque había conseguido intrigarme.
—Querida, ¿Lo de todos los días? —Me preguntó Damián, el camarero, acercándose.
Le conocía de hacía muchos años y con intriga, le pregunté:
—¿Sabes quien es el chico de esa mesa?
—Ha venido dos o tres veces. Creo que es sordomudo porque no habla nada. Siempre se queda ahí sentado unas dos horas, lee el periódico y luego se marcha sin decir palabra. Me pide café y tostada señalando la carta. Es un poco raro.
Mientras hablábamos, se nos quedó mirando como si estuviera intentando entender lo que decíamos.
Comencé a saborear la tostada con jamón del bueno, del ibérico, que Damián traía de su pueblo en Extremadura:
—Estos jamones no los tenéis por aquí —decía siempre que me ponía la tostada.
Decidí esperar a que el chico se marchara para seguirle. No sé si me estaba volviendo loca o qué, sin embargo, me apetecía saber más de él.
Cuando se levantó, se colocó el periódico bajo el brazo y caminó hacia el Retiro. Le seguí a una distancia prudencial para que no me descubriera.
Caminaba con paso lento e inseguro.
De repente se detuvo. Sacó un bolígrafo de su chaqueta y escribió algo en el periódico. Lo dobló y lo puso encima de la papelera más cercana. Después miró hacia atrás y me sonrió.
¡Madre mía! Me había pillado siguiéndole, ¡Que vergüenza!
Entonces no supe qué hacer, si seguirle, irme a casa, coger el periódico para ver lo que había escrito. Lo cierto es que él continuó con su paseo hacia los jardines y a mí me había dejado helada.
Tomé la decisión más lógica para mí: me acerqué a la papelera y cogí el periódico. Una frase estaba subrayada:
“La curiosidad mató al gato”
¡¡¡Ostras!!!
En lugar de asustarme y salir corriendo de allí, decidí seguirle. Ahora no tenía más remedio que averiguar quién era. Cuando llegué al Retiro, le vi caminar hacia las barcas y subir a una. Cogió los remos y fue hacia el centro del lago mirándome y sonriendo.
Entonces ocurrió algo que me dejó asombrada. Oí perfectamente su voz en mi cabeza:
—Debes salir de aquí antes de que vengan a por mí.
No me dio tiempo pues en ese momento un haz de luz atravesó el lago e hizo desaparecer la barca.
Me quedé mirando el periódico que seguía en mi mano y al lado del texto subrayado había un artículo de un eminente astrónomo de Harvard que aseguraba que los extraterrestres ya estaban entre nosotros.
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Mañana también estaré por aquí














