Cuando escuché esta canción por primera vez, recordé la poesía de Bécquer, a mi entender el mejor poeta si se habla de romanticismo. En el propio poema puedes encontrar una pista.
¡Suerte!
El juego
“…hoy la he visto… la he visto y me ha mirado…
¡Hoy creo en Dios!”
Es lo único que se me ha venido a la mente, en cuanto ha sucedido, cuando la he visto.
No podría asegurar el tiempo que hacía, que no pasaba, que no me la cruzaba a pesar de vivir en la misma ciudad. En realidad la he visto otras veces, pero ella a mí no y eso es lo que ha marcado la diferencia.
Esta historia sucedió hace mucho tiempo, éramos adolescentes, y para ambos fuimos el primer amor.
Lo recuerdo a la perfección, fue extraño sentir por primera vez esa sensación en el cuerpo cuando la miraba, siempre estaba sonriendo, una sonrisa que la iluminaba todo. Era distinta a las demás. Lo más sorprendente fue que el día que la pedí salir, eran otros tiempos, ella me dijo que sí, porque a pesar de haberme atrevido a hacerlo, los rumores que me llegaban eran otros.
Fue un “amor” corto, breve, sin darnos la mano, sin primer beso ni nada. Dos críos aventurándose a estar enamorados. Jugando porque, en aquella época y con esos años, no podía ser más que un juego del que pronto nos cansaríamos.
Así pasó, después de tres semanas y una gran metedura de pata por mi parte, ella cortó conmigo. Me dejó en mitad de un parque y con nuestros compañeros del instituto mirando. Todo un show.
A raíz de aquello creo que me volví un capullo y me dediqué a salir con cualquier chica que me hacía algo de tilín, la sensación no era la misma, pero a mí me valía. Aunque he de reconocer que siempre estaba pensando en ella, mirándola a escondidas y enterándome de cómo iba su vida
Estuvimos más de un año sin dirigirnos la palabra. Hasta que un día sucedió el milagro. Mi mejor amigo vino a decirme que alguien le había dicho que ella quería hacer la paces, que le parecía absurdo que por una chiquillada no nos hubiéramos vuelto a hablar, que éramos compañeros de clase, no enemigos. ¡Cómo no! Acepté.
Quedamos en su casa, sus padres estaban trabajando, teníamos de carabina a una de sus amigas. Supongo que no era tan tonta. Allí estuvimos hablando hasta que me decidí y le pregunté por segunda vez que si quería estar conmigo. Su cara y su “me lo pensaré” me sorprendieron, creí que iba a ser más fácil.
Horas después me llamó, me propuso conocernos algo más antes de empezar la relación, volver a ser amigos y de manera gradual ya veríamos a ver dónde nos llevaba aquello.
Me considero una persona bastante insistente, así que día tras día, intenté hacerme un hueco en su corazón. Una tarde de verano, por fin, nos enrollamos. Para ella era la primera vez y yo era feliz.
Después de aquel beso me borré del mapa, nunca más la hablé, me llegaron sus mensajes y sus llamadas. La ignoré, sin más.
La había hecho daño, igual que ella a mí la primera vez, y eso era lo único que me importaba, la venganza. La vi caer a los abismos como me pasó a mí, cada vez que alguien me contaba que estaba llorando, me alegraba.
Con los años y la madurez comprendí que fui estúpido, un tarado, un memo, un cabeza hueca. No se juega con los sentimientos de las personas. Pero sobre todo entendí que ambos habíamos sido el primer amor del otro. Y cuando la veo y me mira sé que eso nunca se olvida.
La solución al juego la tienes clicando en la ilustración
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