
Un buen día, de tantos y tantos,
tuve que dejar de matar
con un simple lápiz de cera,
a todos los nefastos días
de mi anual calendario.
Tacharlos era verdadera alegría,
como lo explican los asesinos,
para ese descuento necesario.
Ante aquella incansable espera,
sin límites ni fechas concretas,
deseosa que la tormenta pasara,
tal como acaba un diluvio,
fueron muriendo los días a fuerza
de unos simples tachones.
Cuando dieron la orden de parar
todos los encierros y sus fases,
arranqué con suma delicadeza
los dolidos folios del espanto.
Les pedí perdón por mi desdén
cada vez que asesinaba.
Sentí el rumor de un suspiro,
supe que me perdonaban.
Quedó entonces a la vista,
una florida hoja de Primavera.
@marylinazul












