Si la definición de artista es la persona que hace magia, una escritora debería ser una maga de las palabras.

¿Por qué te cuento todo esto? quizá porque el hecho de que yo hoy sea escritora tenga mucho que ver con algo que me pasó siendo niña.

En el paseo marítimo de donde yo vivía había un tipo que se sentaba en el pretil todas las tardes con un montón de folios blancos y una pluma. Los padres nos llevaban allí porque decían que ese tipo contaba cuentos. No era verdad. El tipo tenía la cara pintada de blanco y no decía ni una palabra. Hoy le llamaríamos un mimo.

Los pequeños nos sentábamos formando un semicírculo en torno a él. Nos enseñaba un folio en blanco. Una pluma. A continuación señalaba a uno de los niños. Mediante señas nos pedían una palabra y un número entre el 10 y el 30.

Aquella tarde la elegida fui yo. La palabra fue “mar”. Y el número que elegí fue el 20.

Puso un viejo reloj enorme en marcha. Empezó a escribir en el folio con tinta roja. Paró de escribir justo cuando se detuvo el reloj. Leyó para sí mismo lo que había escrito. Me regaló el folio. Mediante señas me indicó que regresara al día siguiente si me había gustado.

Los niños que ibamos allí cada tarde conocíamos muy bien sus señas, su lenguaje. No hacía falta que nadie nos explicara nada.

Durante todo el verano hice que mis padres me llevaran todas las tardes para ver cómo hacía la magia de rellenar un folio en blanco con la tinta de una pluma. Yo tenía cinco años. Apenas sabía leer. La tarde que me regaló uno de sus relatos, al llegar a casa mi madre tuvo que leerme uno de los cuentos más bonitos que recuerdo.

Todavía conservo aquel folio. Apenas si puede leerse ya. El paso de los años ha hecho que la tinta se haya ido borrando. Pero en ese momento supe que quería aprender a hacer la misma magia de aquel artista de las palabras.

Galiana