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La observe de reojo, allí sentada a mi lado, en el incomodo asiento del tren.
Su cercanía, me supuso un obsceno fastidio.
No solo estaba cerca, sino que invadía mi espacio vital.
Y para remate de ese comportamiento tan inapropiado, saco de su pequeño y colorido bolso, un espejo y una barra de labios. Con toda naturalidad, sin reparar en su rededor, ni mucho menos en mi incordio, se pinto los labios.











