Carmen Navas Hervás: Mi media naranja

Miro el mar y sé que es infinito, que podría estar horas y horas frente a él, sentada en ese banco, contemplando el subir y bajar de las olas. La humedad cala mis huesos y no soy capaz de moverme, es como si fuera una estatua, formada por la sal de ese ser mágico que me transporta a mi niñez.

Estoy tan confundida que no puedo ni siquiera pensar, que mi cerebro se ha bloqueado. Yo soy una mujer especial, o al menos eso me ha dicho siempre mi madre, una mujer con una sensibilidad fuera de lo común, sin embargo, ahora siento que eso  no es verdad. Ahora ni siquiera sé quién soy. Por eso me he sentado aquí, frente a este mar al que quiero narrar mis cuitas, esos problemas que veo insalvables.

Todo comenzó hace dos meses: en dos meses te puede cambiar la vida y volverse del revés.

Fue entonces cuando conocí a Lucas. Nunca había creído en el destino y ahora estoy convencida de que existe, de que nuestra media naranja está ahí fuera esperándonos.

Coincidimos en una cafetería, él se estaba tomando un café con churros, de los pequeños y yo un té con una sosa tostada de cuarenta y cinco gramos (me he pasado la vida a dieta). El lugar estaba prácticamente vacío y nuestras mesas estaban una frente a la otra. Cada vez que levantábamos la mirada nos sonreíamos. Lo que más me llamó la atención de él fueron sus ojos, negros como la noche y con una expresividad que rallaba lo extraordinario. Cuando fui a pagar, el camarero me dijo que ya lo había hecho él.

─Gracias.

Me sonrió y fue como si la caricia de un ángel tocara mi rostro.

─ ¿Quieres sentarte conmigo?

Lo hice con reparos y volví a pedir otro té, esta vez con leche y con azúcar. En un segundo había olvidado el recuento de calorías.

─Soy Lucas ¿y tú?

─Ariadna.

Sonrió como si le hubiera contado un chiste, sin embargo, no me molestó.

Nos volvimos a encontrar cada mañana y nos sentábamos juntos antes de emprender nuestros quehaceres diarios. No hablábamos de nosotros, sino de libros, de arte, de historia: éramos como dos almas gemelas, como si hubiéramos encontrado una parte olvidada de nuestro yo.

Comenzamos a quedar también para comer, para ir al cine, al teatro y el tiempo a su lado se pasaba volando.

─ ¿Por qué sonreíste el día que nos conocimos cuando te dije mi nombre?

Era una pregunta que se me había quedado guardaba en el cajón de la memoria.

─En aquel momento me hubiera gustado ser Teseo y ahora, conforme te voy conociendo, lo deseo más.

Me sonrojé como nunca antes lo había hecho.

─Eres preciosa y no dejes que nadie te diga lo contrario.

Era como si fuera capaz de leerme la mente.

Un día por casualidad, las cosas mejores que me han pasado siempre han sido provocadas por el azar, rozó mis dedos al ir a coger la servilleta. Mil mariposas volaron en mi estómago y una corriente eléctrica recorrió toda mi columna. Lucas debió sentir algo parecido porque apartó la mano como si se hubiera quemado.

No era la primera persona con la que yo salía pero sí era el primero que me había hecho vibrar de esa manera con un solo roce.

Comencé a darme cuenta de que lo que nos estaba ocurriendo era algo más que una amistad, a pesar de estar segura de que eso era imposible.

Ayer en la cafetería me cogió la mano con firmeza, intentando que no saltaran chispas al hacerlo. Fue inútil porque éramos como dos fuentes de energía emergente que al fusionarse derretían todo lo que encontraban a su paso. Aun así aguantó la presión y me llevó hasta su coche. Los dos íbamos en silencio, sin atrevernos a romperlo. Condujo con una fingida calma y paró junto a una casita pequeña con un jardín delantero, al lado de la playa. Lo único que podía mirar era su espalda y mis pensamientos. Entramos en el edificio y cerró la puerta intentado dejar fuera nuestros temores.

─No sé si esto está bien pero lo necesito.

Y dicho esto depositó sus labios en los míos con un beso suave pero exigente. Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta y le respondí como si fuera la primera vez. Allí no había tiempo ni lugar, solo estábamos él y yo. Nos fuimos desnudando poco a poco, saboreando cada momento. Las ropas iban formando una pequeña montaña en el suelo a nuestro lado. Acariciábamos cada centímetro de nuestro cuerpo, cada poro de nuestra piel, sin perder en ningún momento la mirada. Lo hacíamos a cámara lenta, como si tuviéramos el tiempo atrapado en un reloj imaginario.

─Nunca antes había hecho esto ─le confesé con temor.

─Yo tampoco ─me aseguró.

Después nos amamos en silencio. Yo le guiaba con ese hilo mágico que nos había unido desde que nos conocimos y él se dejaba llevar, aprendiendo a saborear el dulce manjar del éxtasis. Nunca nos hubiéramos imaginado esto, porque cada cual había sido feliz a su manera: Lucas llevaba tres años viviendo con el que creía que era el amor de su vida y yo había ido saltando de flor en flor hasta que había aparecido él.

Ahora estaba allí, frente al mar, sin atreverme a abrir los ojos para no romper la magia, con miedo por ese mañana incierto. Lucas cerraría la puerta al amor de Marcos y yo dejaría de buscar a la mujer ideal para entregarme a él sin reservas.

@mcnavas1

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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9 Responses to Carmen Navas Hervás: Mi media naranja

  1. Pues… también yo me he dejaado llevar por el éxtasis…Recuerdos que rememoro

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    • Avatar de Carmen Navas Carmen Navas dice:

      Si, a veces las palabras nos llevan por caminos insospechados y nos traen recuerdos que creíamos perdidos en un cajón. Muchas gracias Miguel A. por seguir leyendo mis relatos. Un beso 😘😘😘

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  2. Muy, muy bueno, Carmen. Siempre nos sorprendes. Besazos

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  3. Excitante, sin duda, y sorprendente!

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