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Me levanté temprano, como todos los días y me fui al trabajo sin desayunar. Era mi costumbre, mala costumbre. Cogí el móvil, el cargador y la chaqueta, por ese orden y salí de casa. Iba de un de humor de perros porque no había dormido nada en toda la noche y era lunes, con lo que iba a ser una semana muy larga. Trabajo en la sección de delitos informáticos de una comisaría de Policía en Madrid y los lunes son un caos total. No me gusta la calle y por eso elegí esa sección, donde los problemas llegan de forma online, sin tener que sacar la pistola para solucionarlos.
Cuando fui a coger el coche vi que no arrancaba (primera sorpresa de la mañana). Me cabreo pero no sirve de nada porque lo único que consigo es que mi humor empeore. Decido irme caminando, al fin y al cabo solo estoy a dos kilómetros de casa. Lo que no sé es porqué no me voy siempre a pie al trabajo. Siempre nos dicen que es bueno caminar. Lo que no es tan bueno para mí es levantarme media hora antes para hacerlo. Hoy ya voy a llegar tarde y eso supone que luego tengo que quedarme hasta las tres y media a recuperar los minutos perdidos ¡Cómo me gustaría que el tiempo se pudiera comprar!
La ciudad está muy rara, hay más circulación de la habitual y además los semáforos parece que se han vuelto locos. Al final ha sido mejor que el coche estuviera frito.
Cuando llego a la comisaría todo es un desastre: hay una cola enorme de gente esperando a ser atendida, a pesar de ser tan temprano, y mis compañeros están como locos; el Jefe no para de dar voces y en cuanto entro es como si hubieran visto el cielo abierto.
─ ¡Menos mal que has llegado!
Incluso suspiran como si con solo verme se pudieran solucionar todos los problemas.
─ ¡A mi despacho ya!
No había visto al Inspector nunca tan cabreado.
Suelto la chaqueta de cualquier manera sobre mi asiento y voy cagando leches (perdón por la expresión).
─En el sistema no funciona nada y esto se está saliendo de madre.
Me acerco a su ordenador y lo enciendo, sin embargo, la conexión está muerta.
─Tranquilo, habrá que reiniciar el… ─me interrumpe con cara de mala leche.
─Lo hemos hecho ya tres veces y hemos desconectado la luz y…
No quiero seguir escuchando y me dirijo hasta el router que tiene pinta de estar muerto. Lo apago y espero diez segundos. Lo reinicio y las luces parece que se están volviendo locas. Cuando veo que no surte efecto, bajo al sótano y bajo todos los automáticos. Dejo a oscuras a todo el edificio y tengo la certeza de que con esto se solucionará el problema. Lo vuelvo a subir todo y regreso a la planta baja con cara de prepotencia por haber reparado la incidencia.
─Ya está, Jefe.
─Eso es lo que tú te crees ─la conexión sigue sin funcionar y yo comienzo a enfadarme.
Me asusto por primer vez desde que he llegado: los semáforos no funcionaban y hay algo que he pasado por alto: el ruido de fondo de todas las mañanas, esa radio que tenemos puesta con una emisora local. Solo se oye un chisporroteo, como si no hubiera sido sintonizada. Tampoco he recibido ningún mensaje ni Whatsaap desde que me he levantado. Eso sí que es raro.
Miro el móvil y no tiene conexión a internet. Voy a la sala de Juntas, allí hay una televisión. La enciendo y nada, tampoco funciona.
No estoy asustado sino lo siguiente. Ahora sí que estoy acojonado, creo que los servidores se han ido, pero no solo los nuestros.
La fila de gente que espera para denunciar ya llega hasta la calle y a nadie le funciona el móvil, independientemente del operador que tengan. Los teléfonos fijos funcionan pero las líneas están saturadas. Estamos a ciegas, sin saber qué está ocurriendo y la gente cada vez está más mosqueada.
En ese momento, entra una mujer embarazadísima diciendo que se ha puesto de parto y que no logra contactar con ninguna ambulancia.
Estoy hiperventilando, así que salgo a la calle para intentar aclarar mis ideas. Sé que la central de emergencias se encuentra a dos calles de la nuestra así que, como un loco, echo a correr. Llego en dos minutos y me doy cuenta de que ellos se encuentran en la misma situación que nosotros, o incluso peor.
Intento entrar y soy interceptado por un policía con cara de pocos amigos.
─Trabajo en la sección de delitos informáticos, tengo que entrar para comprobar el sistema ─le enseño la placa y me deja pasar separándome del resto de la gente, que también quiere colarse en el edificio.
Allí tampoco tienen idea de lo qué está ocurriendo, lo único que saben es que desde las seis de la mañana todo el sistema se ha reiniciado y que después ha dejado de funcionar. No entra ninguna llamada ni ningún aviso y han tomado la determinación de acuartelarse dentro para intentar controlar la situación o intentar evitar que se descontrole más de lo que ya lo está.
En la puerta de entrada se oye un jaleo enorme y me asomo para ver qué ocurre. Las fuerzas especiales están interviniendo para dispersar la zona. Todo el mundo está asustando, incluidos ellos.
El jefe entra en la sala de control y con voz serena nos comunica:
─Se ha sufrido un ataque informático y las comunicaciones de todo el país han resultado afectadas. No sabemos si se ha extendido a algún otro lugar porque estamos a ciegas. Se ha creado un gabinete de crisis que está intentado evaluar los daños y las consecuencias.
Salgo de allí muerto de miedo: ha ocurrido aquello a lo que los informáticos más le tememos. Vuelvo corriendo a la comisaría para comunicar el problema a mi superior e intentar paliar los efectos, aunque sé que nos va a costar mucho recuperarnos de ello.
To be continued…












También yo estaría acojonado. Me pregunto cómo viviríamos si no nos funciona el ordenador, el teléfono el WattSapp ése, etc. etc.
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Yo creo que volveríamos casi a la Edad de Piedra. No estamos preparados para ello. Hace poco en el trabajo me quedé sin internet y estaba como tonta porque todo funciona en red. No podía hacer prácticamente nada. Ese día comencé a escribir el relato.
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Uf, qué tensión, a ver cómo lo solucionan…
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No te preocupes que se resuelve, jajajaj
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