¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién? Son cuestiones que todos nos preguntamos constantemente, pero lamentablemente carecen de importancia. Lo que de verdad debe preocuparnos es el porqué, las razones de las respuestas a los dichosos interrogantes.
No podemos negar que toda pregunta lleva acarreada una respuesta, con lo que el mecanismo, a priori, es sencillo. Una pregunta, una respuesta.
¿Qué le lleva a quien responde a argumentar la misma de un modo y no de otro?
Las preguntas siempre son impersonales, las respuestas nunca, están llenas de matices, de singularidades, de especificaciones. Dicen mucho del carácter de quien las responde, del momento personal en el que se encuentra, de su ideología, de sus creencias, del modo que tiene de vivir.
En esto estaba mi mente ante la batería de preguntas que en la sala de interrogatorios de la comisaría me estaba haciendo el inspector de policía.
-¿Cuándo conociste a la víctima?
Él daba por hecho que en algún momento de mi vida había conocido a la persona por la cual la policía había irrumpido en mi casa a altas horas de la madrugada, y ejerciendo un poderío descomunal me habían obligado a acompañarles amablemente a la comisaría.
Miré al inspector que tenía delante en la sala de interrogatorios. Se identificó en su momento, pero me preocupaban más sus maneras que su puñetero nombre.
No le respondí a la primera pregunta. No porque no quisiera, sino porque carecía de la respuesta adecuada. El tipo demostraba con sus actitudes que la sala era su territorio y que allí las normas las ponía él.
En mi cabeza, y ante sus estúpidas y avasallantes preguntas, lo único que sonaba era el consabido: “todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra”.
La siguiente pregunta que lanzó, después de decirme que de sobra sabía que conocía al finado desde hacía tres años, fue:
-¿Dónde estabas ayer a las cuatro de la tarde?
Así que estaba allí porque había un finado de por medio, fallecido en extrañas circunstancias. Me encanta el eufemismo que tiene la policía para definir la muerte de alguien una vez eliminado el fallecimiento de forma natural o el suicidio.
¿Qué datos tenía hasta ahora? Una persona a la que conocía desde hacía tres años había sido, aparentemente, asesinada. Yo debía tener todas las papeletas para ser inculpada del crimen, ya que me encontraba esposada a una mesa de metal, en una sala de interrogatorios, y con un inspector de policía que había olvidado en casa las normas más elementales de cortesía.
De una carpeta que había sobre la mesa sacaron unas espantosas fotografías de un tipo irreconocible, ya que quien hubiera hecho aquello se había recreado lo suyo.
El inspector insistía en que conocía al susodicho. No quise decirle que su argumento para inculparme en aquella carnicería fallaba estrepitosamente. No, no me pareció que era el momento de indicarle que si aquel amasijo de carne brutalmente golpeada correspondía al nombre que él me gritaba insistentemente había un error.
Gracias al tatuaje del brazo medio pude reconocer, en las fotografías que me enseñaban en la sala de interrogatorios, al finado. Lo que sucedía es que si era quien parecía ser el nombre que el inspector de policía no paraba de repetir, insistentemente, no se correspondía con la persona que portaba el tatuaje similar.
El tipo que me acosaba a preguntas, a las que no estaba contestando, me recordaba a los polis de las pelis. Tipos duros, mal encarados, mal afeitados, descuidados, bebedores de whisky, sin modales algunos, para los que las personas que pasaban por la sala de interrogatorios eran culpables, sí o sí, y por lo tanto debían ser tratados como escoria.
Si finalmente resultaba que el tipo asesinado salvajemente de las fotografías se correspondía con el que yo conocía, no tenía nada que temer.
El inspector estaba bastante enfadado conmigo cuando me espetó:
-¿Por qué, cojones, te niegas a responder a mis preguntas?
No era cierto que no hubiera contestado a sus preguntas. A su pregunta:
-¿Es usted Galiana, la escritora?
Había respondido con un sí. A partir de ahí, el usted se convirtió en un tuteo agresivo y brutalmente hostil desde el que lanzarme un batería de preguntas a las que no respondí, con lo que el inspector dio por hecho muchas cosas que no eran ciertas.
-¿Quién os presentó?- me dijo mirándome a los ojos y guardando un silencio en espera de mi respuesta.
Debía explicarle a este energúmeno pagado de sí mismo, que interpreta a la perfección el papel de poli malo, que a las personas que conoces en la barra de un bar de mala muerte, al que has llegado allí arrastrada por una cantidad ingente de alcohol en tu cuerpo, nadie te las presenta formalmente.
Estaba pensando en cómo explicarle a un tipo con encefalograma plano, que las personas cometemos determinadas acciones bajo la presencia de sustancias tóxicas, a las cuales se acude buscando un consuelo absurdo e incomprensible para solucionar un problema en el que estamos inmersos, cuando entró otro tipo en aquella sala.
Le dijo algo al oído que no pude escuchar. Al inspector de policía que dirigía aquella especie de interrogatorio tan desconcertante le mudó la expresión en el rostro.
Se acercó hasta a mí sin mediar palabra. Me abrió las esposas que me sujetaban las manos a la mesa. Recupero el usted y la amabilidad pare decirme:
-Puede usted marcharse.
Me levanté con ese poderío que solo los que han pasado por una situación parecida pueden entender. Le sonreí, con esa sonrisa que demostraba victoria sin haber tenido que decir palabra alguna.
Al ir a salir por la puerta se colocó en la misma para obstaculizarme el paso, con esa mirada de “no vas a librarte de mí tan fácilmente”. Entonces recuperé el habla para soltar con ese tono de saberme victoriosa del trance que estaba pasando:
-Inspector Sánchez, creo que dijo llamarse así, sé que no me he librado de usted, que en este momento está pensando la estrategia para convertirse en mi peor pesadilla. En los días venideros estará obsesionado con que yo, y solo yo, le dé las respuestas a las preguntas ¿cuándo? ¿dónde? y ¿quién? sin plantearse que quizá, y solo quizá, las cuestiones a las que tanta importancia da no sean las acertadas.
Galiana
Excelente, Galiana!!! 😘😘😘😘
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Muchas gracias, 😘 😘 😘 😘
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Cuando quieras me haces una entrevista
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😘 😘 😘 😘 😘 😘 😘
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No quiero la verdad… Quiero que me bese en la boca la mentira piadosa. Buena historia para la reflexión querida Galiana.
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😘 😘 😘
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Para cuándo me vas a hacer la entrevista?
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Me gusta, aunque debo confesarte que me resulta inacabado.
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Todo salvo la muerte está inacabado
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