Carmen Navas Hervás: Cuando me falta el aliento

En realidad esto no es un relato, es un  trocito de un vida que quiero compartir con vosotros. Lo escribí el año pasado como regalo para la mujer que me trajo al mundo. Va a estar incluido en mi próxima novela como dedicatoria especial para esa persona tan extraordinaria que me da siempre fuerzas para continuar: mi madre.

 

Era una mañana como tantas otras, soleada y triste a la vez, con esa amargura que invadió mi vida el día que decidiste marcharte, el día que el destino nos jugó esa broma pesada de apartarte de nuestro lado.

La casa era un hervidero de actividad, la alegría quería invadir los sentidos de todos nosotros, a pesar de que las lágrimas, celosas, querían asomarse a nuestra ventana.

Mamá, a la que llevo prendida en mi corazón, como si de una flor se tratara, intentaba que todo fuera perfecto, que el dolor abandonara ese día su semblante. Se tomó su dosis de buen humor con el café y me dio a mí otro tanto para que esas perlas saladas no mojaran mi vestido de novia.

Me fui a la peluquería despreocupada, con una alegría inusual. Las horas pasaban como si fueran minutos y, a la hora convenida allí estaba mi padrino, esperándome en el lugar que deberías haber ocupado tú, ese lugar que era solo tuyo y que el destino hizo que te fuera usurpado, arrancado de raíz.

Cuando llegué a casa, los primeros invitados ya estaban allí, esperando ver a la novia, esperando ese momento mágico de toda mujer.

Mamá estaba radiante, como hacía meses que no la veía. Sonreía esperando no derrumbarse ante el dolor que asolaba su corazón. Mi hermana, con sonrisa angelical dirigiendo una mirada disimulada a los niños para que no estropearan el momento.

La fotógrafa quería inmortalizarlo todo, a base de flashes y sonrisas disimuladas: primero sola, luego con mi madre, después con mi hermana, con mis sobrinos, con los abuelos, con la familia más cercana, con todos menos contigo. Hubiera dado mi vida por una foto ese día a tu lado, hubiera entregado mi alma porque hubieras podido verme con ese vestido blanco ¡Cómo se ríe a veces la parca de nosotros! Siempre decías que no ibas a ir conmigo a comprar mi vestido, porque estaríamos días enteros hasta que me decidiera. Y ella, celosa y tan complaciente cuando no debe, nos quitó ese momento.

Fui caminando hacia la Iglesia, acompañada de todo un cortejo de gente a mi lado, con una sonrisa, a veces fingida y un rubor permanente en mis mejillas. Llegaba tarde, como todas las novias. Él me esperaba inquieto, al lado de su familia ¡Estaba tan guapo!

La Iglesia estaba llena de gente conocida, casi todo familiares y amigos que me acompañaban en el día más maravilloso de mi vida. Mamá subió para cantar con el coro y tú lo observabas todo desde ese cielo azul en el que te habías refugiado.

Hacía apenas siete meses que te habías marchado y tu rostro ya se desdibujaba en mi memoria, sin embargo, ese día te sentía a mi lado, notaba como tu presencia estaba en cada nota musical que salía de la boca de mamá. Cuando la «Salve Rociera» invadió los espacios vacíos de la Iglesia, fue como si un coro de ángeles estuviera a tu lado para desearme lo mejor en mi nueva vida como esposa.

A mí me faltaba el aliento para respirar, un nudo en la garganta se formó y, ni siquiera, la dosis de alegría pudo hacer que una lágrima celosa rodase para regar mi ramo de flores.

Durante todos estos años, sé que has estado a mi lado, porque a veces te he sentido tan cerca que casi he podido tocarte. Te veo en cada amanecer, en cada rayo de sol, en cada ocaso, en todas aquellas cosas maravillosas que he ido viviendo: en los verdes prados, en las caídas de agua cristalina, en los frondosos árboles, en esos cielos rosados con nubes de formas imposibles, en la sonrisa de mi hijo. Estás en cada minuto de mi vida, en cada segundo de mi existencia y, a veces, me sigue faltando el aire, cuando entiendo que tu rostro se ha perdido en la inmensidad de mi tristeza. He tardado más de veinte años en poder escribir lo que siento, lo que te añoro y todavía lloro cuando recuerdo tu pérdida.

Estas palabras, que tenía atrapadas en mi corazón, como si de una jaula se tratara, se las dedico a mi madre, a esa mujer única y extraordinaria que ha sabido guiarme en los momentos más duros, que se ha sobrepuesto a la adversidad, y a la que quiero con toda mi alma. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, la que siempre me apoya y me consuela cuando me falta el aliento. Hoy me toca a mí darte ese apoyo, sujetarte la mano y decirte que te quiero.

La vida a veces es demasiado corta y los granos de arena que marcan el tiempo no bastan para expresar cuánto te quiero. Eres la madre que todos querrían tener y de la que yo me siento orgullosa. Un beso muy grande de una hija que te quiere y que siempre te lleva en el corazón.

 

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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18 Responses to Carmen Navas Hervás: Cuando me falta el aliento

  1. Avatar de Carmen Navas Carmen Navas dice:

    Muchas gracias Galiana por ofrecerme la oportunidad de dar a conocer mis escritos un año más. Sigue siendo así, porque eres una mujer extraordinaria? Un beso muy grande de una amiga.

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  2. Avatar de antoncaes antoncaes dice:

    Es un recuerdo muy bonito, aunque si he de serte sincero a veces el relato a sido un poco confuso. Te explico, por momentos me ha parecido entender que a quien recordabas el día de tu boda era le figura paterna, pero cuando hablas del día de la compra del traje de novia me parece entender que es a tu madre la que echas en falta.
    No se o yo me he liado al leerlo a pesar de haberlo releído y puede que mis conclusiones sean las erróneas.
    Así y todo es entrañable los recuerdos que podemos tener de la persona que nos dio la vida. Un abrazo.

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  3. Avatar de Santiago Burgos Santiago Burgos dice:

    Me ha gustado. Buena idea la de compartir espacios en el blog.

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  4. Avatar de Sara Sara dice:

    Me ha gustado y te comprendo muy bien , pero pienso que las personas que se van realmente siempre estan con nosotros aunque no podamos verlas. Un abrazo.

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