Verdades y mentiras

labios

En esta comunión que tenemos los lectores con los escritores conviene, de vez en cuando, detenernos a pensar sobre si lo que escribimos los juntaletras se ajusta a la ficción cuando decimos que escribimos de tal manera, o somos un poquito mentirosillos y contamos verdades como puños disfrazadas de ficción.

Muchos de mis relatos hablan sobre momentos o situaciones de la vida real, están escritos en primera persona, pero… ¿son fragmentos de mi vida o producto de mi imaginación?

El reto que hoy propongo consiste en averiguar cuánto se ajusta a la realidad de mi vida el siguiente relato:

“Hace tiempo decidí cambiar mi lugar de residencia para estar cerca de mis padres, ya de cierta edad. Encontré a escasos metros de su vivienda la casa de mis sueños, había estado allí toda mi vida, pero nunca me lo había planteado, la verdad sea dicha.

Como esto de la literatura no da para grandes estipendios como los lectores bien imaginan, tuve que hipotecarme de por vida en una vivienda en la que desde la terraza del dormitorio puedo contemplar el atardecer sobre el mar, y el amanecer desde la terraza trasera de la misma, la cual reconvertí gracias a los sabios consejos de mi madre en un despacho soleado alejado del ruido del paseo marítimo.

La vida alejada del bullicio de Madrid es mucho más agradable y placentera de lo que me había imaginado. No hay distracciones, no hay tráfico, no hay prisas, ni contaminación atmosférica, ni tener que desplazarme en transporte público, mi alergia parece haber desaparecido, y mi teléfono no parece una cigarra al sol del verano canturreando a cada minuto.

Aquí nos conocemos todos, no como en Madrid que no sabes si quien te acompaña en el ascensor es un vecino o un vendedor de biblias que se ha colado mientras abrías el portal y no va a parar de darte el coñazo hasta que le das con la puerta en las narices.

Desde que me he trasladado debo reconocer que mi vida es diferente. No es ni mejor ni peor, distinta, y de momento me satisface, que siendo como es quien escribe ya es mucho.

Me levanto como en Madrid, con el alba. Trabajo en nuevos relatos para un nuevo libro hasta media mañana, más o menos. A esa hora viene mi madre a recogerme para que demos un paseo hasta el faro. La caminata es de una hora más o menos. De regreso siempre hay alguna cosa que comprar, de las de todos los días. La compra semanal la hacemos por internet y nos la traen a casa que el centro comercial nos queda algo retirado y como no disponemos de coche no vamos a venir cargados como mulas, lo cual mi padre agradece porque eso de recorrer los pasillos del “super” mientras mi madre compara precios nunca le ha gustado. La ayudo a colocar la compra y me quedo a comer, de ahí que haya tenido que comprarme ropa nueva porque debe ser que los armarios de las casas de la playa encogen la ropa una talla y media por costumbre.

Después de comer mi padre me acompaña a casa, la cual está de la suya la distancia del paseo marítimo. Para que todo el mundo se haga una idea de cuán lejos vivimos: si saludo desde la terraza de mi casa a mi madre ésta responde sin necesidad de prismáticos. Padre me acompaña para poder ver la novela que echan en la TV, porque a mi madre le gusta la de otra cadena, y aunque tienen dos televisores, uno en el salón y otra en la terraza/comedor del fondo, las peleas por qué ver no acabaron hasta mi llegada. Así que con el bocado en la boca salimos los dos a escape. Él se sienta con el mando en la mano, siempre le ha gustado mandar, y yo aprovecho para trabajar.

Vivir junto al mar no significa vacaciones eternas, aunque estemos en el mes de noviembre, más que nada porque mi editor me mete más caña que antes para que acabe mi nuevo libro. Por otro lado, las facturas hay que pagarlas, que me negué a vender mi apartamento de Madrid y dos casas son muchos gastos para alguien que vive exclusivamente de la literatura, y no vamos a explicar aquí los sueldos de los escritores porque esa cuestión ahora mismo no viene a cuento.

Una vez que mis padres ven sus respectivas telenovelas, madre viene a buscarnos y damos un paseo hasta el puerto. Regresamos ya cuando está anocheciendo, es lo que tienen los inviernos en la playa y en Madrid, los días son cortos y las noches muy largas. Ellos se van a su casa, ni que decir tiene que mi madre me ha traído la cena cuando vino a recogernos, porque sabe que la cocina y yo somos enemigas mortales.

Hasta aquí podía parecer que mis días son aburridos, que me estoy enterrando en vida, pero he dejado para el final algún que otro detalle.

Volviendo al paseo que doy con mi madre hasta el faro, debo añadir que a la vuelta pasamos por la panadería.

El panadero es un hombre que me saca un par de años. De niños jugamos en la playa a lo que jugaban los niños de los años setenta, al “Pilla/Pilla” principalmente, y sí terminábamos los chicos revueltos con las chicas entre la arena con la inocencia que da la infancia y que pierdes cuando llega la pubertad.

Yo marché a Madrid a estudiar la carrera y solía regresar a casa en verano, cuando mi trabajo me lo permitía, lo cual no era todos los estíos. Nació mi hija, ella era la que pasaba los veranos con los abuelos mientras su madre se hacía un hueco en el mundillo literario. El caso es que perdí la pista del hijo del panadero, con quien por cierto aprendí jugando a “la botella” el sabor de un primer beso malicioso y adolescente.

Sí, lo que estás pensando sucedió, a los dos meses de mudarme a mi casa nueva de la playa. El ahora dueño de la panadería y yo no enredamos sexualmente, porque la verdad sea dicha teníamos esa asignatura pendiente desde los quince años y no está bien dejar asuntos irresueltos pudiendo concluirlos.

Lo de complicarnos la vida sentimentalmente vino después de comprobar que sexualmente funcionamos muy pero que muy bien. Debe ser que me gustan las relaciones complicadas porque no es que en el pueblo haya muchos hombres, en invierno no superamos los tres mil habitantes, pero mira que ir a enredarme con uno que pertenece al Opus, casado y bien casado por la Iglesia, y padre de cinco hijos, ya me vale.

Lo divertido es cuando mi madre y yo entramos en la panadería cada mañana nos dice:

-Buenos días, Doña Alicia, ¿le pongo una barrita como de costumbre?

-Barra y media Carlos, que desde que la niña ha vuelto comemos algo más.

Nos despacha el pan, y al salir la despedida es:

-Tengan buen día las dos. – algunos días añade – Pepa, disfruta del atardecer desde tu casa.

Lo cual es una clave para que yo ponga como excusa el trabajo y no vaya con mis padres al paseo hasta el puerto porque él puede escaparse y venir a casa.”

¿Cuánto hay de mi vida real y cuánto de ficción en este relato? Es lo que te toca averiguar. Vamos no te cortes, prometo decirte si has acertado o no.

Galiana

Acerca de Galiana

Escritora, creativa
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27 respuestas a Verdades y mentiras

  1. Dioni dijo:

    Creo que lo único de cierto es que te gusta madrugar y que la cocina y tu eztais reñidas. Jjjjj

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  2. Ana dijo:

    Yo creo q lo único cierto es a se vive más tranquilo y mejor en la playa q en Madrid.

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  3. Begoña dijo:

    Creo que todo forma parte del deseo. Deseo de estar cerca de tus padres, deseo de vivir lejos de madrid y deseo de enredarte con un casado del Opus…

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  4. Santiago Burgos dijo:

    Podría ser todo cierto y a la vez todo falso. Me inclino por pensar que muchas de esas anécdotas son propias de una temporada, es decir, no te trasladaste a vivir allí pero si pasas largos períodos. Describes demasiado bien el lugar donde trabajas por lo que supongo que es real, y cuando estás allí lo utilizas. La historia del hijo del panadera en la niñez podría ser cierta pero el affaire con el adulto me suena a invención. Podría estar basado en otra aventura que has traspuesto a este personaje. En mi caso, cuando escribo, lo más parecido a la realidad son los lugares y algún que otro personaje de la historia con el que me suelo identificar. En tu caso la protagonista es eres evidentemente tú. Hubiera sido un ejercicio más complejo intentar averiguar qué personaje de la historia te identifica más. Una interesante propuesta para próximas tareas, ¿no te parece? Saludos y buen fin de semana.

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    • Galiana dijo:

      Me gusta tu propuesta ya tendré en cuenta de cara para un tiempo breve.
      No he conocido ni en mi infancia ni en mi madurez ningún hijo de panadera.
      😉😉😉😉😉

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  5. clamorsegovia dijo:

    Verdades y mentiras, esa balanza en la cual nos movemos. Todo puede ser verdad, todo puede ser mentira, todavía no he logrado descubrir.
    Creo que es una mezcla de todo un poco y así vamos pasando la vida…las más de las veces imaginando que que podríamos hacer.

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  6. Guillermo dijo:

    Todo es verdad, todo es ilusión, todo es deseo. La mezcla bien ponderada, que todos tenemos, del deseo, de la verdad, de lo onírico forma parte intrínseca de la VERDAD. Que más da la estancia física, que más da la figura del personaje, la relación con el entorno y escenario.
    Un saludo playera,

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  7. Pingback: Verdades y mentiras – Manuel Aguilar

  8. Wescebú dijo:

    No sabría decirte que es verdad o mentira, solo deseo que hayas sido y seas feliz 😊

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  9. gcs dijo:

    Aunque sea un hermoso relato, salvo los paseos al faro y el puerto que conoces muy bien por tus estancias allí, creo que sigues trabajando en Madrid y, sinceramente no te veo con un golfo del Opus, aunque su mujer sea un cielo.

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  10. No sé que es verdad y que es mentira. Pero para mi un buen escritor de relatos se caracteriza precisamente por eso, por plasmar la realidad de manera que no se sepa si es verdad o mentira. Sé que has tomado elementos de tu verdad (madrugar, la casa en la playa, escribir), que los hayas mezclado para dar lugar a algo que te haga pensar que es verdad, aunque sea mentira, ¡es lo que hace interesante el relato!

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  11. salcofa dijo:

    Nunca podremos saber que es verdad y que es mentira en tu relato. La verdad y la mentira es una forma como otra cualquiera de catalogar una realidad y la frontera nunca está definida por cuanto eso mismo, la realidad, es algo que va más allá del puro objetivismo. La realidad siempre es algo que se toma respecto de algo y la auténtica verdad siempre es la de cada uno, de puertas hacia adentro. Mi verdad puede no ser la misma que la de mis lectores, puede divergernto el contexto no es nunca el mismo y va a depender de la valoración de los otros.Tu verdad, tu realidad es la que construyes para ti misma y esa es la que dirigirá tus actos.

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  12. En la respuesta a Salva Colecha, dices «verdades y mentiras en el fondo es de lo que está hecha la vida». Supongo que será parte de ambas lo que describes. No te veo, por ejemplo, yendo con tu padree a ver la tele dejándola sóla a tu madre, no te veo, por ejemplo, «liada» con el hijo del panadero, ni que éste sea del Opus, casado y con cinco hijos. Si te veo, por ejemplo, reclnada en el sofá con tu cuaderno de notas y escribiendo, si te veo, por ejemplo, feliz, contenta contigo misma, si te veo, por ejemplo, madrugando y escribiendo tu diario artículo.
    Lo de si se te da bien o mal el cocinar, no puedo opinar

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  13. Juanjo dijo:

    Verdad: vivir cerca de los padres, pero no en el mar, si no en Madrid. Y lo del señor del Opus espero que no sea verdad, porque son muy pesados con eso de unirse a la obra 😛

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  14. galiana dijo:

    No vivo cerca de mis padres, ya quisiera yo, pero sí en Madrid. No conozco a ningún panadero del Opus.
    Besote enorme

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  15. Nines dijo:

    Creo que lo de vivir en la playa como que no y tus padres tampoco..que te gustaría viir cerca de tus padres si.
    Que madrugas también…lo de la aventura con el panadero del Opus con todo lo que rodea a su vida es ficción…
    Pero para mi lo importante…es que por unos minutos estaba contigo y con tus padres en ese paseo maritimo y hasta el olor de la panadería me ha llegado…bss.

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