«EPSÓN V»
DE LA GALAXIA ANDRÓMEDA
(Escrito a medias con Ramón, mi hijo, cuando tenía 7 años)
Mi padre cada noche al acostarnos nos contaba una historia en la que él siempre era el protagonista. Todo giraba en torno a sus experiencias con extraterrestres, al contacto que había tenido con ellos, e incluso decía que había sido víctima de una abducción.
El relato comenzaba todas las noches de la misma manera.
Él, atrapado por una luz muy intensa, tan fuerte que cegaba su vista mientras escuchaba unos sonidos que nunca antes había percibido y una poderosa fuerza invisible le hacía dirigirse hacia el lugar de donde parecía provenir la luz. Sin saber cómo, aparecía en el interior de una nave espacial venida de los confines de otra galaxia.
Una vez dentro de la nave, la fuerza que lo había llevado hasta allí y que le hacía permanecer inmóvil desaparecía. Él recuperaba el control sobre su cuerpo. La luz cegadora bajaba de intensidad hasta convertirse en tenue y azulada, dejándole ver que se encontraba en una sala muy espaciosa. En ella, había extrañas cápsulas que flotaban suspendidas en el aire, y las podía contemplar de cerca e incluso tocar. Al hacerlo, se abrían, saliendo de su interior unos seres con una cabeza grande en forma de calabaza. Estos seres carecían de orejas, nariz y boca; tenían unos ojos increíblemente grandes que sobresalían del rostro y muy oscuros, unos brazos que llegaban hasta las rodillas y sus manos terminaban en unos apéndices muy prolongados parecidos a nuestros dedos. Sus piernas eran tan largas y delgadas como sus brazos. Lo más alucinante es que su estatura sobrepasaba con creces los dos metros y medio.
Mi padre centraba su relato en las conversaciones que mantenía dentro de la nave con aquellos seres. Ellos no se comunicaban como nosotros, sino con el pensamiento. Le explicaron que procedían de un planeta llamado «Epsón V», situado en la galaxia Andrómeda, a millones de años luz de la Tierra; que habían venido para conocer nuestro planeta, pero que lo encontraban muy primitivo para poder vivir en él, y que volverían cuando estuviéramos más desarrollados porque en este momento nuestra sociedad no estaba preparada para recibirles.
Terminado el relato nos daba un beso de buenas noches, se cercioraba que estuviéramos bien arropados y nos apagaba la luz mientras salía de nuestro cuarto cerrando la puerta tras de sí, dejándonos a mi hermano y a mí en la más absoluta oscuridad.
Desde la cama escuchaba a mi madre reñirle en el salón por asustarnos con aquellos cuentos de extraterrestres. Le recriminaba no ser como todos los padre y contarnos cuentos como el de Pulgarcito, los Tres Cerditos, o el Gato con botas. Mi hermano y yo preferíamos que no lo hiciera porque nos gustaban las historias de mi padre. A pesar de lo que decía mi madre, sus relatos no nos causaban ningún miedo y nos parecían mucho más interesantes que los de niñas bobas que se internaban en un bosque, de noche, mandadas por sus madres para llevar la comida a su abuela, o los de madrastras que solo querían asesinar a sus hijastras porque eran más bellas.
Al crecer, mi padre fue dejando de contarnos sus increíbles aventuras con los seres de otros mundos. Lo que nunca abandonó fue su costumbre de a ir a darnos las buenas noches, repetirnos que si veíamos una luz cegadora nos sujetáramos fuerte a la cama cerrando los ojos, permaneciendo muy quietos sin hacer ningún ruido, y que por nada del mundo deberíamos levantarnos de la cama hasta que la luz cegadora hubiera desaparecido, pasara lo que pasara u oyéramos lo que oyéramos.
Llegó ese tiempo en que tanto mi hermano como yo fuimos lo bastante mayores para no necesitar de cuentos para dormir, y curiosamente empezamos a oír en la calle palabras que conocíamos a la perfección por estar totalmente familiarizados con ellas. Vocablos como galaxia, abducción, ovnis o extraterrestres formaban parte de nuestro vocabulario cuando aún Internet no había aparecido en nuestras vidas. La causa de la popularidad de todos estos conceptos se debía a una película que había hecho un director de cine norteamericano acerca del encuentro entre un humano y un ser venido de un planeta llamado «Epsón V», situado en la galaxia de Andrómeda. Sobra decir que el afamado director desconocía de la existencia de mi padre, y tanto mi hermano como yo nos sorprendimos al ver plasmadas en secuencias de cine las historias que mi padre nos contaba en nuestra niñez.
La película me hizo pensar en mi padre como en una persona con una imaginación desbordante dado que había sido capaz de inventar algo así. Él, que apenas sabía leer, nos había hablado de ondas cerebrales, de nebulosas, de agujeros de gusanos. Lo curioso es que el mundo de mi padre se reducía a poner los tapones a los botes de desodorante en una multinacional de productos cosméticos y el tema de lectura se reducía al diario deportivo. Todo esto me llevó a plantearme como era capaz de inventar todas aquellas historias tan maravillosas sobre seres de otros mundos, con tanto detalle, sobre todo cuando al preguntarle si conocía a Asimov me negó el permiso para asistir al concierto porque estaba convencido de que era “un grupo de música infernal que escucha gente poco recomendable”.
La pasada semana mi padre se sintió indispuesto. Su enfermedad le hacía envejecer rápidamente, y en dos días se convirtió en un hombre que aparentaba tener cerca de ochenta años cuando apenas pasaba de los cuarenta. Le ingresamos en un hospital militar, porque así lo decidió mi madre.
Allí supimos la verdad, la más alucinante e increíble verdad que jamás mí hermano y yo nos hubiéramos podido imaginar.
La situación de mi padre era crítica, por lo que los médicos militares nos dejaron estar unas horas con mi padre. Él, con apenas un hilo de voz, nos volvió a relatar su encuentro con los seres del planeta «Epsón V”. Nos recomendó no hacer caso de la luz, de los sonidos, porque ellos iban a regresar a la Tierra y no deseaba que fuéramos los siguientes en seguir sus pasos.
A nosotros nos pareció que mi padre deliraba a causa de su enfermedad. Mi madre nos aseguró que sus palabras no eran producto de una mente enferma, ni estaban provocadas por la medicación. Nos confirmó que cuanto mi padre nos había estado relatando durante todos estos años acerca de los seres de «Epsón V» era real, que todo había sucedido la noche en que nacimos mi hermano gemelo y yo, la noche en que él desapareció durante siete días.
Ella nos contó que esa noche mi padre tuvo un accidente de tráfico que le hizo desaparecer. Durante ese tiempo, estuvo en el interior en una nave con los habitantes del planeta «Epsón V». Los militares le encontraron medio desnudo a pocos kilómetros de donde había desaparecido. Le hicieron todo tipo de pruebas médicas. Descubrieron que tenía células no humanas en su cuerpo que le habían sido implantadas mediante un sistema totalmente desconocido para ellos. Durante años, aquellas células habían estado aletargadas y ahora eran la causa de su repentino envejecimiento.
Mi padre, en apenas un par de días, se convirtió en un anciano de octogenario. Una noche nos pidió que abandonásemos la habitación. Nos hizo prometer que, pasase lo que pasase, no entrásemos en el cuarto bajo ninguna circunstancia. Mi madre, mi hermano y yo se lo prometimos. Nada más salir y dejarle encerrado, una luz cegadora inundó la estancia con tanta intensidad que sus rayos salían por debajo de la puerta. Al desaparecer, entramos. Él no estaba, había desparecido pese a las ventanas cerradas y enrejadas.
Los militares no supieron darnos explicación alguna de lo sucedido con mi padre, pero tampoco hacía falta. Estamos seguros de que los habitantes de «Epsón V» de la galaxia Andrómeda se lo llevaron por alguna razón que solo ellos conocen.
Mi madre y nosotros regresamos a casa sin llantos, sin pesares. Sabemos que regresará junto a los habitantes de “Epsón V” cuando los habitantes de la Tierra estemos preparados para asimilar su existencia entre nosotros.
Galiana
La ilustración la realizó hace algún tiempo Aida Morán Ballesteros
Es muy lindo, es muy tierno.
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Muchas gracias
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Bello relato. Como para recomendar q sigas escribiendo scifi. Saludos!
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Muchas gracias. Llevo escribiendo toda mi vida y así voy a seguir
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Galiana, te felicito por tu imaginación ilustrativa y nutrida.
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Los hijos a veces te llevan por algunos derroteros complicados
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