Los escritores tenemos nuestros más y nuestros menos cuando hemos de desarrollar una escena, porque no debemos olvidar en qué época ésta se lleva a cabo. Los asuntos generacionales nos causan bastantes quebraderos de cabeza, ya que según sucedan en una época o en otra la forma de resolverlos es diferente, y en algunas ocasiones al escritor se le olvida.
Imaginemos que la acción se desarrolla en los años setenta, justo después de lo que en este país se conoció como la generación del “baby boom”, cuando en los hogares reinaba el patriarcado, o al menos eso parecía.
Sentados a la mesa a la hora de comer tenemos ocho hijos, el abuelo y los padres. Uno de los hijos en lugar de pedir que le pasen la jarra del agua suelta por su boca algo con la suficiente envergadura como para silenciar el bullicio propio de la comida. Sobre lo que verse el asunto carece de importancia, la cuestión es que el resto de la familia mira al padre y a la madre, como si estuvieran asistiendo a un partido de tenis, para ver quien se pronuncia antes al respecto. Si la madre opina en primer lugar y el padre asiente con la cabeza, el alboroto vuelve a la mesa, como si nada hubiera pasado. El problema surge cuando entre ambos tiene lugar una discrepancia. Es, en este caso, cuando invariablemente la cuestión tiene la siguiente hoja de ruta:
Todos comen como pavos mirando al plato, incluso el abuelo, que de sobra sabe cómo se las gasta su hija cuando su yerno le lleva la contraria, más que nada porque la ha educado para dejarse mangonear por el marido sólo hasta donde ella quiera y ni un milímetro más.
Una vez terminada la comida madre e hijas recogen la mesa y la cocina como si estuvieran en la Procesión del Silencio. Acabada la faena las niñas se sientan en la sala de estar, con sus hermanos varones y el abuelo, a ver la tele como si fueran la hermandad de los monjes Cartujos.
Los padres echan la siesta, juntos, en la habitación, cosa que normalmente no sucede. Del dormitorio saldrá la madre, al cabo de un buen rato, con las sábanas en la mano para poner la lavadora, entrar donde ve la televisión el resto de la familia y comunicar la solución paterna al conflicto planteado en la mesa. Casualmente será coincidente con la opción de ella.
Es evidente que en esa casa lo del patriarcado se llevaba muy a gala, pero, eso sí, la madre siempre alardea ante las vecinas de…:
-…en mi familia las decisiones importantes las toma mi marido, pero… todavía no ha tenido que tomar ninguna.
Ahora imaginemos la misma situación en la época actual.
Junto a los padres como mucho hay dos hijos, pero lo normal es que sea uno. Casi siempre consentido, mimado, egoísta, caprichoso y que invariablemente se sale con la suya. El abuelo está en una residencia donde se le visita un domingo al mes, y que no coincida con las vacaciones de verano.
La cuestión que el menor plantea sigue careciendo de relevancia. La discrepancia entre la madre y el padre sobre la misma es evidente, pero…
¡Lo que hemos cambiado en el tema de la resolución de conflictos!
Ambos debatirán elevando el tono de la conversación con el chiquillo delante. Llegarán a ese punto en que uno de los dos no tiene más opción que levantarse de la mesa, abandonar la casa para que el viento de la calle le devuelva la serenidad.
El hijo sonreirá maliciosamente. Es consciente que ha sembrado la discordia entre sus padres, y estos, una vez olviden la disputa entre ellos, cederán a sus pretensiones con lo que la paz volverá a la casa.
La cuestión que te planteo a ti, que estás leyendo esto, es la siguiente: ¿Cómo es mejor resolver los conflictos entre padres e hijos como en los años sesenta o como en el siglo XXI?
Galiana
Q tal una mezcla sin violencia, pero con autoridad.
Tal vez con paciencia de padre, y empatía
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Veremos que sale usando ti fórmula. Gracias por participar
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En ninguno de los dos casos dejaría que el hijo saliera del debate. Debería ser parte de él y que aprenda a que las cosas no se las tienen que dar hechas.
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Entenderemos que escribir partiendo de la implicación de los hijos. Gracias por colaborar
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Hola Galiana 😉 en la lucha por la transformación social, entre padres e hijos, el derecho a discrepar debería ser mutuo, respeto y naturalidad para dialogar sin tabúes, si lográramos eso, sería estupendo,
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Estos ejemplos de colaboración padres e hijos poco
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difícil solución pero yo me inclino mas por dialogar entre todos y llegar a una solución.
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Siempre diálogo. Gracias por participar
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Pues esto que planteas, es como una especie de sopa que yo hago a veces y todo el mundo me pregunta…pero qué es esto… y yo en pleno siglo XXI, casi siempre respondo, no sé, la verdad, pero me ha salido así…
Quiero decir que los hijos y la familia en general, no dialoga con tranquilidad, solo como mucho echa reproches a diestro y siniestro…
Cuando los hijos tienes a su ves sus hijos, entonces todo es distinto y tu sigues sin comprender nada.
Una cosa esta clara para mí, el dialogo es posible, pero se necesita haber estipulado un pacto, unas normas que poco a poco entren en que los diálogos no hay que imponer sino sugerir.
En fin, sigo teniendo un lío tremendo…las generaciones , no se nos olvide, las hemos configurado nosotros y antes nuestros antepasados y así seguirá siendo
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Otro que aboga por el diálogo. Gracias por participar
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Hola Galiana, fantástica la polarización conflictiva entre padres e hijos. Ya desde una cierta distancia, que según dicen, da objetividad, no apuesto un duro por ninguna de las dos situaciones. Sigo creyendo que UNO u OTRA, en la pareja, el que primero salga a escena a lidiar con esa situación, debería tener el respaldo cómplice, aunque solo lo asuma temporalmente y en silencio, del que haya tardado más en reaccionar.
Si el asunto ha pillado a ambos con el pie cambiado, es cuestión de posicionarse en ausencia de l@s «nen@s».
Insisto, creo que te rompo el posible desarrollo del relato. A más no llego.
Un abrazo.
Guillermo
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Muchas gracias Guillermo, el relato no tiene una posible solución por mi parte como escritora la solución será aquella que cada uno de vosotros como lectores queráis darle.
Muchísimas gracias por colaborar en este experimento que es al fin y al cabo de lo que se trata todo esto
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Para encontrar respuestas precisas es imprescindible hacer una pasada por este pensamiento filosófico:
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Opino que los hijos no han de estar presentes ya que es de cara a ellos la estrategia a seguir.
La estrategia ha de ser una a dialogar y seguir los adultos padre y madre. Los padres han de llegar previamente a un acuerdo en que establezcan que concesiones están dispuestos a hacer y donde no están dispuestos a ceder o los hijos se aprovecharan de su inseguridad, una falta de firmeza que no será buena para ellos pues se la transmitirán, con lo cual también les harán inseguros.
Marcar los límites ante los hijos no. Tome la palabra el padre o la madre los hijos han de ver que el que sea tiene el absoluto respaldo del otro, para lo que es preciso conversar no estando estos presentes. Así ni estarán presentes ante las posibles recriminaciones de las cuales también se pueden valer los hijos.
Somos más flexibles. Hoy las normas para que haya una buena convivencia no son rígidas, pero han de existir y con unos límites claros a establecer por los adultos. Una vez hecho esto es cuando se razona con los hijos.
Espero expresarme bien, aunque no como tú.
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Muchas gracias por tu opinión María, es muy interesante lo que dices y como lo dices
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Que fácil sería dialogar y no llegar a ambas situaciones…aunque eso es en teoría, pq en la práctica lo normal es que el volumen de la TV apague lo que se diga y así no hay conflicto…en plan ironía 🙂 🙂
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Muchas gracias Juan. Problemas de siempre se pasan de generación en generación y parecen no resolverse
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Si desde pequeñ@s se le educara bien no se llegaría a esa situación, ni antes ni ahora
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La mala educación traduce todo se reduce a eso. Muchas gracias por tu ayuda
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Ni tanto ni tan calvo. Yo creo que lo perfecto es una mezcla de autoridad y firmeza con tolerancia y empatía. Nada de violencia. Aunque a veces es difícil no reaccionar visceralmente en conflictos familiares.
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La violencia nunca es consejera en resolución de conflictos. Muchas gracias por tu aportación
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Ante la descripción de los escenarios, lo rápido es contestar q evidentemente los años 60… Lo ideal es el diálogo, pero los padres deben tomar decisiones a solas, no deben de permitir q los hijos abran brechas entre ellos. Y te aseguro q a veces hay q tomar decisiones muy difíciles, y en estos casos la ayuda profesional viene muy bien.
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Muchas gracias por tu aportación. Los profesionales son más necesarios de lo que parecen porque cuando te llevas el niño a casa del hospital nadie te da un manual de instrucciones
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