Aquel día fui a comprar a esos grandes almacenes de la Gran Vía donde todo es tan barato. No soy muy asidua a ello pero nunca imaginé que había elegido el día más inoportuno para hacerlo. La calle estaba abarrotada de gente como si fuera cualquier día de Navidad, pero era agosto en Madrid.
Me llamó tanto la atención que me acerqué a un policía para preguntar. La diva de la literatura concedía una entrevista en una emisora de radio situada justo encima de los dichosos grandes almacenes e iba a ser transmitida en directo en las pantallas de la plaza de Callao.
La escritora es de esas mujeres que allá donde va lleva una legión de admiradores en plan fenómeno fan. Sus libros se venden a raíz de una serie de televisión interpretada por una mezcla de actores de moda y consagrados.
No soy quién para opinar sobre ella porque no he leído absolutamente nada suyo y tampoco he visto la serie.
Sólo sé que esta mañana pretendía comprar en estos almacenes y la Gran Vía está colapsada y me tuve que volver a casa.
Ya que me habían desbaratado los planes decidí entrar en una cafetería donde ponen mis sándwiches preferidos. El problema es que estaba en la misma plaza de Callao. No iba a dejar que aquella muchedumbre me arruinara el día así que atravesé aquella muralla humana que gritaba ensordecida hacia la pantalla donde se reproducía la imagen fija de la susodicha con el logotipo de la emisora, mientras en el aire retumbaba lo que averigüé era la sintonía de la serie de TV.
Fue imposible llegar. Me quede atrapada entre aquella gente histérica y descontrolada. De repente se hizo el silencio cuando en las pantallas aparecieron los estudios de la emisora con el locutor y la escritora. En un segundo entendí lo que es venerar a un Dios, en este caso a una diosa.
Me pregunté qué tendría aquella mujer, que aparentemente no era gran cosa, para provocar todo aquello. Cierto que había oído hablar de ella pero nunca me había interesado y allí estaba, casualmente como si fuera un fan más, no lo era ni quería estar allí pero… por alguna extraña razón miré la pantalla como los demás.
El periodista lanzó la primera pregunta. Ella giró sus ojos a cámara a sabiendas que nos estaba mirando a todos los allí presentes mientras daba su respuesta. Su voz era envolvente, hipnotizante, suave, pausada. Busqué sus ojos.
Soy incapaz de recordar el mensaje que transmitió, sólo sé que mientras ella hablaba no sentí estar rodeada de gente sino en otro espacio, en otra vida.
Cuando la entrevista concluyó los allí congregados fuimos abandonando ordenadamente el lugar tras un estruendoso aplauso. Después me encaminé a la librería que hay en la Gran Vía a comprar su último libro y no he hecho otra cosa que leerlo hasta terminarlo.
Hay personas que trasmiten con la mirada, las palabras escritas o habladas, da lo mismo, ella está en esa categoría.
Galiana