Es absurda manía que tiene la sociedad de colocarnos en cajones sin preguntarte si quieres estar ahí. Lo hace sin preguntarte, para ella lo importante es que pertenezcas a algún cajón, para ello cualquier señal le sirve como indicativo para saber dónde deben colocarte.
En mi caso al parecer lo tuvieron fácil. Niña retraída y tímida, cajón de mujeres adultas confiadas y sumisas.
Nada más entrar allí miré a un lado y otro. La visión de mis compañeras, al principio, me provocaba grandes dosis de curiosidad, no sabría explicar el porqué. Me sentía tan extraña que yo sola ocupé un rincón de aquel cajón donde la sociedad me había colocado. Desde allí podía observar todo en silencio, sin molestar y sin ser molestada.
Las conversaciones que allí se daban eran por pura cortesía, sobre todo las que se producían en corrillos a la luz; en cambio cuando se daban entre dos mujeres eran para compadecerse la una con la otra.
Todo aquello me producía un vómito intelectual tremendo. Me hizo reafirmarme en la idea acerca de mi nula pertenencia a aquel cajón, sin duda alguien se había equivocado en mi selección.
En cuanto fui consciente de ello quise saber cómo podía salir de allí, y fue más complicado de lo que suponía.
En cuanto empecé a hacer preguntas las compañeras de cajón me hicieron el vacío. Me hablaron de exiliarme por rebelde, y ante mi negativa de cejar en mi empeño me amenazaron con ser expulsada al cajón de la crueldad si no me comportaba como las demás. Las compañeras que nunca habían reparado en mí empezaron a acusarme de egoísta, de creerme por encima de ellas, de pretender deshonrarlas, de ser incapaz de empatizar, de estar siempre oponiéndome a las normas sociales, de ser inflexible e insensible.
Yo asistí impertérrita y en silencio a todas aquellas difamaciones sabiendo que la sociedad sólo quería meterme en otro cajón, así que estaba callada para no ponérselo fácil. Fue entonces cuando un grupo de mujeres levantaron la voz contra mí, me acusaron de estar loca y decidieron encerrarme en una institución mental para no contagiar al resto.
La sociedad me condenó al cajón de las desequilibradas mentales, donde las mujeres como yo son abandonadas de forma dolorosa y se nos recuerda cada día nuestra falta de libertad.
Esta vez no he sido yo la que se ha colocado en un rincón para observar a las demás, lo han hecho quienes me cuidan y vigilan para evitar que organice otra revuelta.
Todos creen que el cambio de cajón me ha hecho más débil, nada más lejos de la realidad. He aprendido de mis errores, será mucho más fácil empoderarme y luchar contra la sociedad de los cajones
Galiana
Interesante alegoría del etiquetado social. Me ha gustado.
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Muchas gracias, 💕
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A ti 😘
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Es bueno no encasillarse ni encajonarse, Galiana. Las etiquetas y las clasificaciones no cuadran con la auténtica diversidad que es el individuo.
Muy buen relato. Saludos.
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Muchas gracias. Un saludo.
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En la anarquía de mis cajones todo tiene cabida. Y de hecho allí estará, lo de encontrarlo más tarde resulta una auténtica odisea, y esto lo digo más en serio que de broma.
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Anarquía al poder, 😱😱😱
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No debemos encasillarnos en nuestros papeles de la vida, me gusta más la variedad. Pero la sociedad es experta es encasillarnos habitualmente a su conveniencia. Es una lucha constante que me temo no tiene fácil solución, salvo como apuntas, observar, actuar y ser cada vez más fuerte. Y pasar por completo de esos registros que nos imponen. Un abrazo.
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Muchas gracias por el comentario. Un saludo
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