Lo llamé por teléfono porque se había dejado olvidadas las gafas tras la entrevista, sobre la mesa de locución. No forma parte de mi trabajo encargarme de este tipo de cuestiones, pero me dieron la orden y la acaté.

—En este momento no puedo atenderte. Dime quién eres y qué quieres tras escuchar la señal. Recuerda: no todo el mundo sabe quién es ni qué quiere.

Ante ese mensaje en su buzón de voz contesté lo siguiente:

—Mi nombre le da lo mismo dado el tema a tratar. Esta mañana olvidó sus gafas en la emisora de radio. Se las dejaré en el control de la emisora, puede pasar o enviar alguna persona a recogerlas.

Unas horas después recibí un ramo de flores con la siguiente nota:

“Muchas gracias, Ana, por recoger mis gafas, no recordaba donde las había perdido”.

Volví a llamarlo por teléfono y tras escuchar el mismo mensaje sobre quién eres y qué quieres dije:

—Soy Ana, no tendría que haberme enviado flores, con un “gracias” hubiera sido suficiente.

Unas horas después me hizo llegar un nuevo ramo de flores, esta vez a mi casa, con una nota donde había escrito de su puño y letra:

“Nadie me dice cómo debo agradecer un favor”

Volví a llamar a su teléfono, de nuevo aquel irritante mensaje de voz. Tras él mismo le pedí, por favor, que dejara de enviarme flores. El cuerpo me pedía ser bastante ordinaria pero pensé en mi trabajo y lo hice de forma correcta y educada.

Me llamó dos minutos después preguntándome si querría cenar con él. Mi cabeza decía estás loca mientras mi boca escupió un sí seco y cortante.

Cualquiera que llame a mi teléfono, desde aquella noche escuchará un mensaje de voz que dice:

“En este momento no puedo atenderte. Dime quién eres y qué quieres tras escuchar la señal. Recuerda: no todo el mundo sabe quién es ni qué quiere”

Galiana