Mi sobrina pequeña quiere ser escritora, lo cual es fantástico. El otro día me hizo la siguiente pregunta:

—¿Para ser escritora, como tú, qué tengo que hacer?

Lo primero que le dije es que de ser como yo nada, tiene que ser como ella quiera ser.

Partiendo de ahí le conté un par de cosas básicas que todo escritor ha de hacer tan inexcusablemente como cepillarse los dientes después de cada comida.

Una es leer todo lo que pueda y más, todos los estilos, de diferentes autores, cada cosa que lea enriquecerá su vocabulario y su imaginación.

—Si lees detenidamente la etiqueta del gel del baño seguro que descubres algo muy interesante.

Ella se echó a reír como probablemente tú también al leer esto pero… prueba, prueba.

El otro pilar sobre el que se asienta todo escritor es escribir.

—¿Recuerdas cuando eras más pequeña y hacías los cuadernillos de caligrafía?

Ella contestó un sí con cara de odiarlos. La misma que todos ponemos cuando nos preguntan por ellos.

Los escritores no tenemos que hacer caligrafía pero sí dedicar un tiempo cada día a escribir, lo que se nos ocurra, sobre lo que sea, algo bueno saldrá de eso, algún día.

También le aconsejé, si quiere dedicarse al arte de contar historias, que no vale guardarlas en un cajón o en el ordenador. Tiene que enseñárselas a los lectores. Ellos serán quienes digan si gusta su trabajo pero, ¡ojo!, antes de mostrarlo tiene que pulirlo mucho.

Para ello necesita un par de ojos más, por lo menos. Las escritoras no somos diosas, cometemos errores, siempre está bien que otro nos los señale y nosotras aprendamos para evitar volver a cometerlos.

—El noble arte de escribir tiene más normas, poco a poco las iras aprendiendo.

—Tía, ¿puedo pedirte algo más?— me dijo.

—Dime.

—¿Me regalas una pluma con cartuchos de tinta roja como tienes tú?

Del cajón de mi escritorio saqué una de mis viejas plumas y unos cuantos cartuchos. Le di unos azules, otros negros, verdes y rojos.

—Ya me dirás cuál es el color que más se ajusta a tu estilo.

Galiana