
Siempre he querido poder quemar las nubes, ver si se derretían, o simplemente qué pasaba. Por aquello de sacar el estrés.
Hoy me has regalado un quemador de nubes. Me enseñaste a manejarlo. Sentí tener en mis manos el poder de transformarlo todo.
Me dijiste:
—¡Ten cuidado! — al verme apuntándote con el artefacto.— ¿No irás a usarlo contra mí?
Me limité a sonreír.
¡Qué cosas! ahora formas parte de un cielo encendido junto a unas nubes carbonizadas.
Galiana











