‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas, serial sobre el duque de Alba, incluye el podcast de @ivoox: «Así me pagas…»

Capítulo 23: Así me pagas…

Hacia 1553, tras el desastre de Metz, Carlos I de España y V de Alemania le daba vueltas en Bruselas a cuándo mandar todo y a todos a escalfar cebollinos. Tenía ya en mente hacer el petate y largarse para España, a la vera de la Sierra de Gredos, en la alta Extremadura, a un lugar llamado Yuste; donde había un monasterio junto al que quería construirse alguna cosilla donde pasar sus últimos años en este valle de lágrimas. 

¿Y don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel? Por resumir, regresó hecho una piltrafa de dicho desastre. William Maltby, que para estas cosas le daba mejor a la tecla que un servidor, lo resume de esta manera en su excelsa El gran duque de Alba: «Se encontraba agotado, física y económicamente, y a pesar de que el príncipe le concedió permiso para pasar el invierno en Alba de Tormes, su ánimo, como quedó expresado en sus cartas a Eraso [Francisco de Eraso, secretario del emperador, a su lado en Bruselas], siguió siendo sombrío».

En una de esas cartas, el duque de Alba vomita su alma a lo bestia. Sentimientos, estado de ánimo… «Te prometo por la fe del caballero, y te juro por el Sacramento que mi casa y mis tierras se encuentran en tales condiciones este invierno que he visto con mis propios ojos que será imposible que se recuperen en toda mi vida y en la de mi hijo».

Una de las razones es esta: la marcha de Bruselas, donde acompañó al emperador durante la primera parte de 1553, «sin señal de mayor sentimiento, ni tampoco con alguna muestra de su gratitud por los grandes servicios que el duque le había prestado. De modo que el duque se lamenta: «Y si no lo pensaba, pudiera enviarme de otra manera como me envió», escribe Manuel Fernández Álvarez en El duque de Hierro, para rematar con estas esclarecedoras palabras: «Los reyes nacen para hacer su voluntad y nosotros, sus vasallos y servidores, nacemos también para cumplirla, y yo sin duda más que nadie, porque nunca he pensado en tener más voluntad que la suya; si alguna vez no me he guiado por ella, ha sido por desconocerla». Ole, ole y ole.

Fue llegar a Aranjuez, como ya referí en la entrega de la semana pasada, y decirle al futuro Felipe que lo tuviera en cuenta para lo que quisiera; aún a sabiendas de que, literalmente, estaba acojonado sólo de pensar que le pudiera caer una nueva misión —«la perspectiva de nuevas misiones le amedrentaba», escribe Maltby—, pero sabía que ni su ambición ni su severo código personal le iban a permitir evitarlas».

Escribe Maltby al respecto: «Esperaba ser enviado de modo diferente a previas ocasiones —es decir, a expensas de otra persona y no por propias—», pero Felipe sólo le dio buenas palabras, por lo que, como bien añade Fernández Álvarez, «no tiene otra: meterse en su rincón». Verbigracia, Alba de Tormes. Y allí que se encerró sin querer saber de nada ni de nadie.

Para entender este comportamiento hay que acudir a Henry Kamen, quien califica en este momento al duque de Alba como «profundamente introspectivo y apasionadamente ligado a su familia y parientes. Solía excluir bruscamente de su entorno a todo aquel y a todo aquello que amenazase sus intereses. A algunos, esta actitud podía parecerles arrogancia cuando, en realidad, no era otra cosa que una profunda sensación de inseguridad y soledad que le impedía mantener una relación estrecha con los demás».

Por lo que —elucubra Kamen—, «pudo ser este aspecto, más que la diferencia de edad, el que dificultó que el príncipe y el duque establecieran una buena relación de trabajo. Por el contrario, el príncipe continuó favoreciendo y desarrollando su vinculación con Ruy Gómez, cuya posición se hizo todavía más sólida cuando, en 1553, Felipe negoció su matrimonio con la joven hija del clan de los Mendoza, Ana de Mendoza».

Y esa misión llegó en forma de viaje a Inglaterra para casar a Felipe con la reina María. Todo un duro golpe pergeñado —casi se podría decir que el último golpe diplomático— por Carlos para darle en los morros a Enrique II. Ésta, por lo de Metz. Y, ahora, vas y lo cascas. Algo así.

Pero eso, ya si eso, para la semana que viene. 

Ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones.

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@VictorFCorreas

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