‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas, serial sobre el duque de Alba, incluye el podcast de @ivoox: «Una puerta se cierra»

Capítulo 22: una puerta se cierra

Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel acudió presto a la llamada del emperador, quien tuvo que huir de Innsbruck por patas y con lo puesto para que Mauricio de Sajonia no le echara el guante. No pudo combatir ni retirarse hacia los Países Bajos, pues los franceses —ole con ole— cerraron esa vía, y no tenía más que a un puñado de soldados a su servicio. Huyó como pudo. 

El duque de Alba traía consigo soldados y lo más importante: pasta gansa —medio millón de ducados, ducado arriba ducado abajo— para lo que fuera menester. Porque sí: el emperador estaba en peligro, de ahí la presteza de los nobles españoles. Como la del marqués de Denia pidiendo licencia para salir de Tordesillas, harto de ser el carcelero de doña Juana I de Castilla, madre de Carlos; o la del obispo de Cuenca, que además de recaudar perras entre los suyos con las que ayudar en lo que fuera, instó al hijo —Felipe— para que removiera Roma con Santiago si fuera necesario para acudir en defensa de su padre.

Como dije en el capítulo anterior, viendo el percal, Carlos mandó para España a Juan Manrique de Lara a uña de caballo —lo que viene siendo a toda hostia desde la perspectiva del siglo XVI— para informar a su hijo y recaudar perras que lo ayudaran a llamar al orden a Mauricio de Sajonia y compañía. En junio de 1552, Manrique de Lara regresó a Alemania con cerca de dos millones en moneda labrada merced a una buena remesa de oro y plata procedente de América. Soldados, los nobles de nuevo a su servicio, pasta gansa… Y Carlos, ahora sí que sí, con unas ganas que te rilas de rehacer su poderío en Alemania, lo que pasaba por recuperar las plazas que le había arrebatado Enrique II (Metz, Toul y Verdún). Para ello, comprendió que —le gustara o no— era preciso romper la alianza del francés con los príncipe alemanes. Con la mediación de su hermano Fernando, accedió a poner en libertad a Felipe de Hesse y a Juan Federico de Sajonia —el gran derrotado de la batalla de Mühlberg—, y hasta se mostró dispuesto a transigir con lo de la cuestión religiosa en una futura Dieta imperial. Lo que fuera menester con tal de conseguir el apoyo de los referidos príncipes.

En consecuencia, y medio arreglado lo de Alemania —a los pocos meses se daría cuenta de que ni de coña. De hecho, hubo sus cosas, pero mejor resumir, que si no esto quedaría más largo que un día sin pan—, había llegado el momento de sus y a por ellos contra los franceses con la llegada del duque de Alba y el contingente militar que trajo consigo en julio de 1552. Además, gracias a las perras reunidas, por su parte consiguió reclutar un ejército de mercenarios que, si hacemos caso a las cifras que aporta Fray Prudencio de Sandoval, se acercaría a los 100.000 soldados. Que ya son soldados. 

Mes de julio, vuelvo a recordar.

Pero la cosa se retrasó. Entre eso y que a Carlos le dio un ataque de César y decidió entrar en Augsburgo —arrebatada meses atrás por Mauricio de Sajonia— con todo su poderío para recordar quién era, cuando quiso plantarse ante las puertas de Metz ya era mediados de septiembre. 

Y el otoño, a un paso.

Lo primero que hizo fue nombrar al duque de Alba capitán general de su ejército, y que fuera lo que Dios quisiera. Aquello fue para verlo: primero, un ataque de gota retrasó las operaciones militares. Luego las lluvias, después el viento, más tarde el frío y las nieves; el otoño dejó paso a un prematuro invierno y la desolación se apoderó del campamento imperial. Metz, con el duque de Guisa al frente, aguantaba y aguantaba tras una defensa planificada a la perfección por aquel noble francés. Contar las veces que don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel se ciscó en Francisco de Lorena y todos sus antepasados nos llevaría un buen rato.

«Mas con todo, la ciudad se defendía valerosamente. El tiempo los ayudaba, que era el corazón del invierno, que de ninguna manera se podía estar en el campo, y los soldados, con los grandes fríos y aguas, enfermaban».

Esa descripción de Fray Prudencio de Sandoval resume la situación y el escenario. El mayor ejército jamás reunido por Carlos V sucumbió al hambre, al frío y a las enfermedades. «El hecho es que el ataque a Metz fue tan atolondrado como lo había sido el anterior ataque a Argel, y por motivos similares. Precipitadamente planteado, inadecuadamente coordinado, dirigido en parte por capitanes que eran claramente hostiles al emperador y lanzado en una época del año imposible, estaba condenado desde el principio», escribe William Maltby en El gran duque de Alba. Ya nos vamos haciendo una idea del percal, ¿no?

Así que, normal que Carlos V ordenara el levantamiento del sitio frente a las murallas de Metz a comienzos de enero de 1553. «Fue su mayor derrota escribe Henry Kamen en El gran duque de Alba—, porque él había sido quien había elegido el objetivo y había fracasado pese a contar con un ejército enorme». La mitad de éste quedó allí, así como enfermos y heridos que, por suerte para ellos, fueron recogidos y curados por los sitiados, relata Kamen. Fue tal la depresión que Carlos agarró, que ya en los últimos días de sitio se había desentendido de lo humano y lo único que le interesaba era su antigua afición por los relojes, que volvió a recuperar. «El emperador está pensando en abandonarlo todo y regresar a España, escribió el cardenal Granvela», se puede leer en El gran duque de Alba. Caaaaaaasi… No abandonó del todo, pero casi; y tampoco se marchó a España, sino a Bruselas, que estaba más cerca.

De todas formas, y como recuerda William Maltby, «Carlos, escribiendo a Fernando —su hermano—, hizo responsable de la retirada al frío, la nieve, el hielo y las enfermedades, y en palabras de Griessdorf, «no podría tener en más alta estima a Alba si hubiera tomado Metz y París juntos». 

O sea, agradecido y emocionado al duque de Alba. Lo que canta la mítica y eterna Lina Morgan. No fue el único que regresó. Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel lo hizo a España después de pasar unos meses en compañía del emperador en Bruselas, con una depresión de caballo a resultas de lo de Metz. Cuando llegó a la Corte del príncipe Felipe se negó a ver a nadie. No estaba para farolillos lo que todos sabemos.

«Hasta ahora no he visto a nadie, ni pienso hacer otra cosa que irme luego mañana a mi casa, donde esperaré si hobiere algo en que con mi posibilidad me manden servir; plega a Dios me dé fuerzas corporales y pecuniales con lo que pueda hacer», dejó escrito al poco de llegar, en el mes de octubre de 1553, según recoge Kamen en su biografía del duque de Alba.

Por lo menos se pudo dar con un canto en los dientes, porque el príncipe Felipe sí lo recibió en Aranjuez, a donde se dirigió el duque sin pasar por ningún otro lugar. Allí, «hallé a su Alteza, hizome mucha merced y muy buen tratamiento no estove más que un día, su Alteza me dijo que cuando hobiese en qué servir me emplearía», recoge Kamen cómo fue esa visita.

Que sí, que sí…

Padre —Carlos— e hijo —Felipe— todavía intercambiarían unas cartas al respecto de todo lo ocurrido en Francia en las que el segundo trató de consolar como pudo al primero; quien ya rumiaba el momento oportuno para afrontar el descanso definitivo —Monasterio de Yuste, Cáceres—. En dichas cartas, Felipe le hizo ver que no siempre se puede ganar, que esto es la vida y tal, con palabras como estas que transcribe Manuel Fernández Álvarez en El duque de Hierro: «Y no es de maravillar que esta jornada no haya sucedido según se esperaba, pues, como V.M. menor sabe, no todas las veces las cosas de la guerra, aunque vayan bien guiadas…».

Ojo a este «aunque vayan bien guiadas…». ¿Se refería Felipe a alguien en concreto? Salgamos de dudas: «Aunque vayan bien guiadas y se haga en ellas por los que las trazan todo lo posible, que estoy cierto se ha hecho en esta, no tienen el fin que se pretende…». 

Por los que las trazan… Blanco y en botella suele ser leche.

Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel no volvería a servir más al emperador Carlos V. «A partir de este momento, la vida del duque entraría en una nueva fase. Ya no estaría al servicio de otro soldado, sino de un rey papelero. Y eso pronto lo habría de acusar», cierra con estas palabras el profesor Fernández Álvarez la etapa carolina antes de dar paso a la filipina. Ehhhh, Macareeenaaa. ¡Aaaaaay!

Que cada cual saque sus propias conclusiones.

Ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones.

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@VictorFCorreas

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