El final está a punto.
PARTE 5
Pocos días después, el padre de Soto supo que no volvería a levantarse de su lecho.
Tuvo la culpa la epidemia de sus solitarios últimos días: una visita tierna, la despedida calmada de Águeda, prometiéndole que trasladaría sus restos al panteón familiar de Estella una vez sus superiores lo autorizasen, y la compañía fugaz de un par de conocidos. El resto de la orden se hallaba ocupada confortando ánimos y velando por los enfermos de un Madrid castigado por el cólera.
Al tercer día, a mediodía, Hernán solicitó el Santo Sacramento, aún dueño de su razón. Poco había de confesar: alguna añoranza, algún pesar y, tras finalizar el rito de Extremaunción, asumió tranquilo y en paz, que la suya no había sido ni la mejor ni la peor de las existencias. Podía ya enfrentarse al Señor con la conciencia tranquila.
Despertó de tarde tras una corta cabezada, por un segundo la razón embotada y confundida por el sueño y los calmantes. Sus ojos castaños se hundieron en las sombras de la celda, conocedor de aquel palpitar primario, aquel instinto animal que le decía que no estaba solo.
—Hola, Hernán.
El hombre incorporó el maltrecho cuerpo, ya espabilado. A pesar de la enfermedad, sus sentidos aún se conservaban despiertos, tanto que podía sentir que, tras los muros del convento, el sol acababa de ponerse. Entornando la mirada, escudriñó, ansioso, la penumbra de la celda.
—Señora.
Un jirón de oscuridad se separó de las sombras. Ante él se reveló el rostro de mujer que había buscado toda la vida: ¿acaso no esbozaba una leve sonrisa, sin maldad alguna?
—¿Puedo tomar asiento a su lado? ¿O no es decoroso, padre?
—Me acaban de dar la Extremaunción, señora —bromeó—. Cualquier cosa, ya lo hablaré con el Hacedor en un rato —. Con un gesto cansado, invitó a la mujer a sentarse—. Por favor, descanse tranquila. Supongo que tienes una noche muy larga por delante, Inés…si me permites el tuteo.
Las finas cejas negras se arquearon complacidas sobre esos ojos de rubí propios de una criatura maldita.
—Por fin dices mi nombre en voz alta.
—Inés, Inés de Vega. Enterrada junto a su esposo en San Justo de los Llanos, en el año del Señor de 1506 —declamó como si se tratase de una lección aprendida en la escuela—. Me costó años encontrarte, décadas más bien. No podía olvidar ni tu rostro, ni ese colgante que llevas: supongo que es el signo de tu nobleza —aventuró—, pues me consta que es común también en algunos retratos de señores flamencos y alemanes.
—Me honra saberte erudito en mi linaje —comentó con sincera admiración—. ¿Cómo diste conmigo?
—Fui llamado a Burgos para comprobar unos rumores de revinientes, de retornados. Resultaron, gracias a Dios, ser sólo eso, rumores y…cuentos de viejas —sonrió—. Alguien me habló del retrato de una dama ataviada en negro, del fantasma de una antigua señora que portaba tu mismo colgante, esa luna de plata y ¿sangre? —aventuró—. Un retrato mal acabado, se dice, pues los ojos de la mujer no son pardos, como manda Dios que sean ojos de mujer viva, sino rojos. —Él calló—. Debería haberme estremecido al reconocer tu rostro: intenté comprarlo, pero su dueño se negó en redondo —añadió sonriendo—; tal vez debería haberlo robado…o tal vez fue mejor no tenerte —suspiró—. Me alegra volver a verte.
La se limitó apenas a una curva de los labios, tal vez conteniendo una sonrisa, limitándose a tomar la mano del hombre entre las suyas. Callaron durante un tiempo que bien pudieron ser segundos o varias horas. De vez en cuando, el sacerdote se removía, inquieto, desgarrado por el dolor, y, sin embargo, incapaz de apartar la mirada del rostro de Inés.
—Te mueres, Hernán. Tus dedos comienzan a estar fríos. No llegarás al alba. ¿Te asusta la muerte? Dime, ¿te asusto yo? — preguntó con dulzura.
Él negó con la cabeza, tranquilo el gesto, burlona la voz.
—No, señora, soy hijo de un capitán y de una noble señora con la sangre de los reyes de Francia en las venas —. Silencio—. Nunca te pregunté cómo lo sabías.
—¿El qué?
—Mi nombre
Ahora dale a la ilustración para escuchar el podcast, recuerda que no son iguales, incluyo alguna variación.
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La próxima semana llega el final de Inés.













