Nueva temporada de Relatos musicales de @yugm76, septiembre 2025: «Carpe diem»

¿Cuántas veces has dicho «mañana lo haré«? ¿Cuántas cosas has dejado para después, creyendo que siempre habría tiempo?

El problema es que el tiempo es un mentiroso. Y yo lo aprendí de la peor manera.

Clica para saber cómo se juega.

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Carpe diem

Respiro hondo y el aire frío me llena los pulmones con un ardor dulce y punzante. Me gusta esa sensación, me recuerda que estoy vivo. Me aferro a ella, como si el simple acto de inhalar con intensidad bastara para grabar este instante en mi piel.

Siempre quise hacer esto. Siempre soñé con sentir el vértigo de la caída libre, con desafiar al miedo, con lanzarme al vacío sin más red que mi propia voluntad. Pero nunca tuve el valor suficiente. Siempre había una excusa, siempre un «otro día«, un «aún no«. Hasta que la vida me enseñó, de la manera más cruel, que el «después» es una mentira que nos contamos para evitar enfrentar el ahora.

Ella sí lo entendía. Vivía cada día como si fuera el último, con una pasión que a veces me daba miedo. «Carpe diem«, decía, con esa sonrisa de fuego en los labios. «No dejes nada para mañana«. Y yo reía, la miraba con ternura, pero nunca la escuché de verdad. No hasta que fue demasiado tarde.

Recuerdo cada detalle del accidente. El sonido del metal crujiendo, la sinfonía macabra de huesos partiéndose, el grito rasgado que se ahogó demasiado rápido. Un coche invadió el carril contrario. Todo sucedió en un parpadeo. El impacto la lanzó contra el parabrisas como una muñeca de trapo, atravesándolo con un crujido desgarrador. Su cuerpo rodó por el asfalto, dejando tras de sí un rastro de sangre espesa, oscura. Cuando corrí hacia ella, apenas respiraba.

No debía haber pasado así. Llevaba el cinturón de seguridad. Se lo vi abrochar antes de arrancar, pero cuando la encontré, estaba suelto, inerte, como si nunca hubiera servido de nada. Luego supe que el mecanismo tenía un defecto, un fallo de fábrica que jamás se corrigió. Y el airbag… no se desplegó. La bolsa de aire seguía intacta, un fantasma de lo que pudo haber amortiguado el impacto y que, en cambio, la dejó a merced de la brutalidad del choque.

Su rostro estaba cubierto de cortes profundos, la piel destrozada en jirones revelaba carne y tendones. Tenía los ojos abiertos, pero no me veía. Su pierna estaba doblada en un ángulo imposible, los huesos atravesaban la piel como si quisieran escapar de su prisión de carne. Un charco escarlata se extendía bajo su cabeza, se filtraba entre las grietas del pavimento, se llevaba con él la vida que se le escapaba demasiado rápido.

Intenté hablarle, pero solo un hilo de aire salió de sus labios. Su pecho subía y bajaba con espasmos, sus dedos temblaban cuando intentó agarrar los míos. Y entonces, en un susurro quebrado, con los labios partidos en una mueca que aún parecía una sonrisa, dijo su última palabra: «Vive«.

Y luego, nada. El silencio absoluto. Un abismo en el que solo quedó el eco de su voz y el olor a sangre impregnando mis manos.

Desde entonces, vivo el momento. No pospongo, no dudo, no espero. Hoy estoy aquí, en la puerta de un avión que ruge con fuerza, con un paracaídas en la espalda y el corazón latiéndome en la garganta. Me tiembla todo el cuerpo, pero no me interesa. He aprendido que el miedo no es una señal de detenerse, sino de que estás a punto de hacer algo que en realidad importa.

El instructor me da la orden. Me acerco al borde. Abajo, la tierra es un mosaico de colores irreales. El viento me golpea el rostro. Respiro. Cierro los ojos un instante. La veo, con su risa clara, con su mirada brillando de emoción. «Salta», me susurra en la memoria. «La vida no te espera«.

Y lo hago.

El vacío me engulle, la velocidad me roba el aliento, el mundo entero se convierte en una ráfaga de viento y vértigo. Pero no hay miedo. Solo hay libertad. Pura, absoluta, devastadora. Me río, grito, siento la adrenalina ardiendo en mis venas. En este instante, estoy más vivo que nunca.

Extiendo los brazos. El cielo es mío. El tiempo se detiene. Y por primera vez, entiendo lo que ella siempre quiso decir.

El paracaídas se despliega con un tirón brusco y el descenso se suaviza. El suelo se acerca con lentitud, pero mi mente sigue allá arriba, entre las nubes, en ese espacio donde el miedo y la duda no existen.

Cuando mis pies tocan tierra, una sola pregunta resuena en mi cabeza, una pregunta que lo cambia todo:

¿Y si mañana no llega?.

Ahora que lo has leído… ¡no te pierdas el vídeo en YouTube! Lo que vas a ver va más allá del texto. Dale al play y descúbrelo por ti mismo.

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Ahora comprueba si has acertado el tema musical.

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@yugm76

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About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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