Gran final de «Toletum», de Carmen Navas Hervás (@mcnavas1): «Parte 4 – El precio de la libertad»

Cuarta parte

El precio de la libertad

Seguí entrenando con denuedo porque me lo iba a jugar todo a una carta. Porcio, que había comenzado a respetarme, me aleccionó sobre todas las formas de lucha posibles. Entre los legionarios se comenzó a hablar del singular combate que tendría lugar en breve. Todos conocían a los dos gladiadores que llegarían: se decía de ellos que eran jóvenes, fuertes y que habían ganado numerosos combates. Eran dos hermanos, pertenecientes a una estirpe de soldados. Lo que les hacía ser tan letales era que pensaban como un único combatiente.

Se convocó a legionarios de todos los campamentos cercanos porque el espectáculo que iban a presenciar era algo digno de verse. Cuando llegaron a Itálica los dos gladiadores, fueron recibidos casi con honores militares. Se les agasajó con todo tipo de viandas y mujeres y se les alojó en los mejores aposentos de la ciudad.

El día antes del combate, Porcio pasó conmigo la mañana dándome la últimas  instrucciones:

—Debes proteger los flancos, porque ellos vendrán por los dos lados. Ten en cuenta que juntos son letales. Debes separar a uno de ellos y herirlo, si lo haces así, podrás vencerles. Te pondrás este casco para cubrirte.

—¿Es necesario? —le pregunté preocupado. Yo siempre había luchado a frente descubierta y el casco me iba a quitar visibilidad.

—Debes llevar toda la protección que puedas.

Parecía una máscara, pues dejaba al descubierto la boca y solo llegaba hasta la nariz. Era el rostro de una persona.

—Es Hércules —me dijo el lanista —para que te dé toda su fuerza y astucia, porque la vas a necesitar.

Pasé la noche en vela, rezando a mis dioses y suplicando que me dieran la oportunidad de volver a ser libre. También recé por mi mujer, mis hermanas y, sobre todo, por mis hijos. Tenían casi dieciocho años cuando se los llevaron y ya serían unos hombres. Si conseguía la libertad, saldría de Hispania en su búsqueda.

Me llevaron a primera hora al anfiteatro y allí me ayudaron a ponerme las ropas de combate. Porcio me colocó la máscara del héroe griego y me deseó suerte.

Cuando salí a la arena, las gradas estaban llenas y el palco presidencial lo ocupaba el procónsul. Estaba rodeado de gentes que supuse eran de la alta aristocracia romana. No podía distinguirlos bien.

—Hoy celebramos las primeras Equiria en honor al Dios de la guerra, Marte.[16] Ya hemos disfrutado de las preceptivas carreras de caballos y ahora vamos a asistir a una lucha singular. El Rex, al que todos conocéis —entonces el público no dejó continuar al maestro de ceremonias porque se me ovacionó con gritos de Rex, Rex, Rex —se enfrentará con dos héroes llegados desde Roma, dos gladiadores que antes fueron compañeros vuestros, Romulus y Remus.

La gente enloqueció y les jaleó casi hasta perder el sentido.

Se lanzaron sobre mí con presteza. Como me había dicho Porcio, comenzaron atacando por los flancos. Eran golpes secos, rudos, golpes certeros de dos hombres muchos más jóvenes que yo. Me estaban arrinconando, llevando hasta uno de los extremos del recinto. Entonces recordé la primera batalla al lado de mi padre y me recompuse. Si había luchado contra el gran Aníbal, no me iba a temblar la mano ante ellos. Me eché a rodar por el suelo para salir del rincón en el que estaba y al hacerlo, cogí un puñado de arena y se la lancé a uno de mis rivales. Quedó ciego por un instante, que aproveché para lanzar un tajo a su pierna. Lo deje tendido en el suelo. Era el momento de acabar con el otro: vi el dolor en su semblante cuando herí a su hermano. Su intención era ayudarle y vino corriendo hacia nosotros. Me lancé a su encuentro y el choque entre los dos fue brutal. Mi espada quedó clavada en su vientre y sus intestinos salieron, esparciéndose a nuestros pies. Me recordó a mi primera batalla, cuando aniquilé al elefante.

Después me giré y fui a por su hermano. Le levanté el casco para poder mirarle a la cara cuando terminara con su vida. Fue como si un rayo me hubiera atravesado: herido en el suelo estaba mi hijo Dunein. Solté la espada asesina y corrí hacia el que yacía muerto por mi mano a tan solo unos metros y, con cariño, le quité la máscara: era Taranis. Me dejé caer a su lado, derrotado y le besé en los labios con ternura, mientras me quitaba el casco.

Un aullido inhumano rasgó el silencio. Seren lo observaba todo desde el palco.

—Si quieres tu libertad, ya sabes lo que tienes que hacer —gritó Nobilior, sonriendo.

Cerré los ojos de Taranis y le coloqué la rudis entre las manos. Después me acerqué a Dunein y le besé con todo mi amor.

—Padre, acabe lo que ha empezado —me pidió, con un aplomo asombroso.

—No puedo hacerlo —contesté, derrumbado.

La voz del procónsul retumbó en el recinto

—Hemos venido a ver un espectáculo y lo vamos a ver. Me da igual quien obtenga la libertad. Si no sois capaces de hacerlo, será mi esclava la que lo pagará —y dicho esto, puso un puñal en el cuello de mi esposa.

Miré a mi hijo a los ojos y supo lo que le estaba pidiendo.

—No puedo padre —me suplicó con la mirada.

 Cogí su espada y se la puse en la mano.

—¡¡¡Levántala!!! —le ordené con severidad.

Obedeció al instante y no le di tiempo a más, porque en el momento que lo hizo, me arrojé sobre ella.

Ahora ya está todo cumplido, mi sangre se esparce por la arena y mi dolor se va diluyendo conforme ese líquido vital abandona mi cuerpo.

—Tu mujer y tu hijo serán libres —me asegura el procónsul admirando mi último acto de valor.

Le doy las gracias asintiendo levemente con la cabeza. En el anfiteatro, el silencio es atronador y nadie se mueve. Ya veo a lo lejos a mi padre, llamándome para que me una a él. Viene junto a Taranis y me sonríen, tendiéndome la mano. Veo Toletum[17] a lo lejos: está más bonita que nunca. No los hago esperar y cuando mi alma vuela junto a ellos hacia nuestra amada ciudad, veo a Seren y a Dunein desolados, junto a nuestros cuerpos sin vida.[18]

Fin

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Espero hayas disfrutado de este relato, muy pronto nos vemos, un beso.

@mcnavas1


[16] Las primeras Equiria eran unas fiestas que se celebraban el día 27 de febrero. Consistían en carreras de caballos.

[17] Quiero aclarar que Toletum fue el nombre dado a la ciudad por los romanos. Esta zona era la Carpetania.

[18] Hilerno fue capturado por Marco Fulvio Nobilior, pero las fuentes no recogen cuál fue su destino.

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About Galiana

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