Cierre de temporada de «Oficio de tinieblas» por Pilar Rodríguez (@PilarR1977): «Alba» (IV), final

PARTE 4

Arabela tiró de la campanilla un par de veces. Aguardó, sabedora de que su llamada había sido escuchada a pesar del silencio. Al poco, unos pasos presurosos resonaron en el interior del recinto y la ventanilla de madera se abrió; tras el viejo forjado de hierro oscurecido, un rostro, ni joven, ni anciano tocado de negro la contempló.

—No es bienvenida en esta casa.

Arabela suspiró, dispuesta a soportar el desprecio, ya insensible y vacía a cualquier ofensa.

—Miente. Siempre y cuando no perturbe la paz de las hermanas, no tengo prohibido el acceso a la casa de Dios. Déjeme entrar, por favor.

La religiosa cerró la ventanilla; Arabela dio un paso atrás cuando escuchó el correr el cerrojo. La puerta se abrió con un crujido y la inmortal avanzó hacia el interior de recinto, hacia la isla de claridad dorada de la luz de la palmatoria que sostenía la religiosa.

—No puedes pasar más allá, demonio.

Se hallaba en una habitación estrecha, una antesala, que precedía al edificio principal. Le pareció que el lugar latía, que palpitaba casi vivo y que, sin embargo, no la rechazaba.

—Espero que tenga un buen motivo para pisar este suelo.

—No podrá dañarme en sagrado, hermana —murmuró Arabela —. Hasta Dios protege a los demonios.

—No me ponga a prueba… —espetó la religiosa, un rostro pálido y anguloso de cejas doradas, ojos verdes que se entrecerraron recelosos — ¿Qué desea?

Arabela apartó la capa que cubría a la criatura. Estaba despierta la niña, su mirada curiosa brillante por el hambre y el llanto; al verla, la religiosa tomó aire y envaró con dignidad su cuerpo.

—¿Qué desatino es este? Llévela a una inclusa.

—Hermana…—comenzó Arabela —Su madre dejó este mundo la pasada noche. Es la vida, hermana, no es otra cosa —se limitó a explicar Arabela cuando los ojos de la religiosa se redujeron a dos finas líneas…brillantes —.Estaría muerta a estas horas y no miento cuanto le aseguro que hice dulce su trance. La Muerte, estaba ahí cuando llegué esperando. Podía habérsela llevado antes de que yo llegase, incluso llevarse a esta niña, pero estaba ahí esperando —repitió —quizás, esperándome, —murmuró suavemente—. Sólo buscaba un alma, hermana. Y no era esta, la de una criatura que ya ha estado en su presencia y vive para ver un nuevo día.

La religiosa se acercó al bebé. Con cuidado apartó los bordes del cobertor que Arabela improvisase como mantilla buscando marcas o lunares de cualquier clase, el tipo de señal esperado para determinar si aquella niña, nacida de mortal, era algo más que una simple criatura del arroyo.

—No veo nada extraordinario en ella, salvo que está sucia y hambrienta. Todo muy humano.

—Hermana, el mundo se oscurece — insistió la no muerta—, no soy la única que lo siente. Algunos estamos por encima del tiempo: años, días, décadas, meses, no medimos la existencia con la medida que los que moran ahí fuera. Sólo sabemos que algo sin nombre comienza a revolverse dentro de esto que llaman “humanidad”. Sólo nos queda proteger la inocencia, la vida: aunque yo anduviese errada y sólo fuese una niña humana…¿no sería ya algo extraordinario que hubiese sobrevivido a mi naturaleza, a mi Sed?

No contestó la otra, pero estiró los brazos para acoger a la niña; Arabela se la entregó sin una palabra, sin querer mirarla una última vez.

—Hay muchos monasterios en Madrid. Algunos de ellos, bien lo sabe, también custodian las fronteras del día y de la noche.

—Lo sé, pero no viviría mucho entre otros muros— respondió Arabela— Es una criatura sin nombre, sin nadie que la reclame. Y hay gente principal que ofrece imperios por un alma con poder, pues hay almas que alzarían imperios ¿Quiere saber lo que he pagado por alguien como ella? —su rostro tornó pétreo —¿Quiere que le diga lo que ustedes han pagado en el pasado?

La mano libre de la religiosa dibujó la señal de la cruz, de forma mecánica, pero la expresión de su mirada no censuró las palabras de Arabela.

—¿Es consciente de que la educaremos para que pueda vencer a criaturas como usted?

—Soy consciente de que la educarán para intentarlo — replicó, un poco sarcástica tal vez—. Quizás también lo haga para que elija sabiamente.

—Hablamos de enseñanzas caras, condesa.

—Guarde cuidado por eso, hermana —rio Arabela—. Puedo ser madre, tía, madrina…, lo que usted desee. No le faltarán medios, tiene mi palabra…y, en cuanto a los rumores, me son indiferentes.

—No sería la primera de noble linaje que esconde un hijo entre estos muros, — dijo —, ¿quiere despedirse de ella?

Arabela se acercó con paso cauto. Acarició con dulzura su mejilla y una mueca risueña frunció la boquita infantil: mucho tiempo atrás, otro bebé también había sonreído al sentir el tacto de su madre, al escuchar su voz. Sintió un calor líquido en los ojos y el ya familiar vacío en el pecho. La religiosa guardaba silencio, observando tan solo.

—Lávenla y denle de comer lo primero; es posible que lleve días sin apenas probar bocado.

—No se preocupe por ello; hay buenas amas pasiegas entre las feligresas que no harán preguntas y que agradecerán los reales por la crianza de esta niña.

—Agradecida —concedió la inmortal con un gesto de la cabeza—. Le haré llegar lo prometido cuanto antes, tiene mi palabra. Y, si necesitase de cualquier cosa, envíeme recado. Todo Madrid, vivos y muertos, sabe dónde paro —dijo con un toque de burla en la voz —. Buenas noches, hermana.

Sin embargo, permaneció inmóvil Arabela, rendidos sus hombros rendidos por el cansancio y la pesadumbre. Su altivez parecía haber desaparecido, como si sólo se hubiese tratado de una máscara; de pronto era sólo una mujer abrumada por siglos de tristeza y por una tragedia que le desgarraba el alma.

—Hermana, ¿puedo pedirle un último favor? ¿Pueden rogar por el alma de una…amiga? Bastará una misa o un simple recuerdo en sus oraciones, por favor. El Señor escuchará antes sus súplicas que las mías; ustedes, al fin y al cabo, no están malditas.

Todo el desprecio, todo el miedo que los no-muertos infundían en la religiosa parecieron desaparecer bajo el tono roto de esa voz. Con más rigidez, con más frialdad de la que sentía, contestó.

—Esa amiga… ¿cómo se llamaba?

—Carmina —Ternura, dolor y varias vidas encerradas en un nombre que, sabía, dolería siempre.

—Así lo haremos, guarde cuidado. Hasta la criatura más vil puede encontrar el perdón de Dios, condesa.

El gesto de Arabela tornó amargo.

—No era vil, si acaso, esclava de su naturaleza, de su Sed, pero jamás vil. Y era sangre de mi sangre. Se lo agradezco —dijo, dándose la vuelta, velándose el rostro el rostro.

—Espere, —y sintió la presión de unos dedos aferrando su brazo—¿Cuál es el nombre de la criatura?

No lo necesitaba, pero, ya agotada, ansiando su cuerpo el descanso y el olvido, Arabela tomó aire.

—No lo sé —confesó —. Llámela como guste.

—Hágalo usted, dele eso; le ha dado ya una nueva oportunidad. Dele un nombre que guíe esa nueva vida.

A pesar de que las cenizas de Carmina aún manchaban sus manos, supo Arabela que aún quedaba esperanza en su existencia, aún tenía la certeza de que cada día, cada amanecer, cada crepúsculo, eran el regalo más grande…mucho tiempo atrás, a su hijo, carne de su carne, le habían arrebatado aquel privilegio cruelmente pronto.

Tal vez, esa criatura…

—Alba —murmuró —, se llamará Alba.

Ahora dale a la ilustración para escuchar el podcast, recuerda que no son iguales, incluyo alguna variación.

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En septiembre este Oficio de tinieblas regresa

@PilarR1977

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