Capítulo 13: La prueba de fuego
1541. Argel. Asunto chungo; un peligro constante para la navegación entre España e Italia, más en concreto entre Nápoles y Valencia, piezas indiscutibles de la monarquía hispánica. Y todo eso sin contar los garbeos de Barbarroja aka el turco chico. Que sí, que la conquista de Túnez había aliviado algo la cosa en Sicilia y Nápoles, pero aquel colega decidió tomarla con las Baleares, y en especial con Menorca. Es decir, tocaban nuevas hostialidades.
El emperador Carlos V tenía entre ceja y ceja acabar con el asunto. Como la cosa en Alemania estaba como estaba —a su aire. Imposible meterle mano—, y con Solimán el Magnífico aka el turco grande estaba de la misma manera, tocaba Argel como vía para aliviar un tanto la presión de Solimán sobre la frontera del imperio. De ahí que Fernando Álvarez de Toledo abandonara Ratisbona camino de España, donde vio un ratejo y ya a los suyos en Alba de Tormes, y pusiera rumbo a Cartagena. Una vez allí, se encargó de organizar todo el tinglado de naves, soldados y provisiones como general en jefe de las fuerzas españolas. O sea, el mandamás. Se trata de la primera vez que el emperador confió en él para organizar desde España las fuerzas que lo secundarían en el asunto. Como bien refiere William Maltby en su obra El gran duque de Alba, «fue éste el primer intento de Alba de organizar una fuerza expedicionaria propia y resultó, como mínimo, una experiencia memorable».
Peero… Aquello acabó como acabó tal y como conté en su momento en la vida del emperador Carlos V. Entre lo tardío de la campaña –con el otoño en lontananza. Malo no, lo siguiente—, y lo que se encontró el duque cuando llegó a Cartagena el 1 de septiembre de 1541, como para echarle guindas al pavo. «Faltaban provisiones, los soldados eran reclutas inexpertos y reinaba la corrupción tanto entre los vivanderos como entre los oficiales que debían supuestamente tenerlos bajo control», relata Maltby al respecto. España, vamos. Y también ojo a lo que añade aquel profesor: «Algunas de estas cosas podrían haberse evitado de haber llegado antes el duque, que fue retenido en Madrid por el Consejo Real; que, con más sensatez que lealtad, puso a la expedición todos los obstáculos posibles». Y prosigue Maltby: «[Alba] se vio obligado, por tanto, a pasar un desagradable mes investigando la corrupción, arreglándoselas para obtener equipamiento y restringiendo la actividad de las rameras, que fueron azotadas públicamente en gran número. Entre las más espinosas de sus dificultades se encontraba una multitud de jóvenes nobles buscando renombre en el combate contra el infiel».
Salvo contadas excepciones, nobles con el conocimiento justo para pasar el día y el deseo único que ganar gloria y fama, y con unos séquitos y pertrechos a cuestas que a todos dejaban picuetos perdidos. ¿Qué ocurrió? Vuelve Maltby: «El duque, cuyas costumbres seguían siendo bastante espartanas, no empleó la diplomacia». Para verlo.
Total, que trató de poner orden como pudo en este vodevil, pero con menos delicadeza que la lencería de esparto, y algún que otro igual, como es el caso del conde la Feria a resultas del desaguisado del inicio de campaña, pasó a ser su enemigo de por vida.
Sin embargo, con ser lo que fue el desastre, de él emergió una figura por eficacia y garra al asegurar la retirada de los españoles, que fueron los últimos en reembarcar. ¿Y quién fue esa figura? Blanco y en botella, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel; pues como recoge Manuel Fernández Álvarez en su biografía El duque de Hierro, «allí, en aquellas horas de desventura, empezó a ganarse el duque de Alba la admiración de sus soldados y el respeto de su Emperador. De allí arrancaría su futuro nombramiento de Capitán General».
Tras aquello, tocaba regresar a España y recuperarse del asunto, pues «nunca el guerrero había tenido tanta necesidad de recuperar fuerzas, de verse asistido por los suyos, de olvidar, en el remanso familiar de Alba de Tormes, tantas desventuras, tantos sufrimientos y tantos contratiempos. Y ello cuando la derrota imperial, en una campaña tan mal acometida y en tiempo tan dudoso, había puesto a España en el ojo del huracán», dice Fernández Álvarez al respecto.
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