‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas, serial sobre el duque de Alba, incluye el podcast de @ivoox: «Lo de la molinera»

Capítulo 5: lo de la molinera

Que no os vais a quedar sin saber lo de la molinera porque no me da la gana. Ya anuncié la semana pasada que, a la vuelta del bautismo de fuego de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel en Fuenterrabía, los ardores guerreros se convirtieron en otros ardores. Que venía más caliente que el palo de un churrero, y en todos los sentidos. Y hete aquí que reparó en la hija de un humilde molinero.

«La tradición nos lo dice: una joven de Piedrahita, de humilde linaje (la hija de un molinero), atrae fuertemente al joven capitán. Y tanto, que le dará un hijo». De esta forma tan bella lo cuenta Manuel Fernández Álvarez en su magnífica biografía sobre el personaje. Por ser más explícito que el ya mítico profesor, Fernando venía como venía de allí arriba, vio a la molinera, y para qué seguir si ya os sabéis la canción —“qué polvo tiene el molino, qué polvazo la molinera”, para los que no la conozcan—. Claro que no penséis que esto fue una cosa inmediata; es decir, vengo de Fuenterrabía con unas ganas de marcha que lo flipas y ancha es Castilla, no. En lo tocante a la tradición —como recalca el profesor Fernández Álvarez—, a saber siempre, que ya sabemos cómo son estas cosas. Pero, por aclarar, el futuro tercer duque intervino en la toma de Fuenterrabía, y eso ocurrió en 1524. Lo de la molinera, tres años después, o sea, en 1527; que seguro que se fijaría en ella un día tras otro, que donde va vuestra merced con ese poderío, que si el polvo del molino, etcétera.

La consecuencia del calentón recibió el nombre de Hernando, al que Fernando no dejó tirado, sino que incorporó a la familia. Así, el crío creció junto a los demás niños y disfrutó de los mismos privilegios. Con el tiempo, Hernando se convertiría en uno de los mayores apoyos de su padre. De hecho, ya adelanto que en el futuro desfilará por estas páginas en más de una y de dos ocasiones. Incluso hay voces que lo consideran el más parecido a su padre de todos los hijos que tuvo el futuro tercer duque de Alba. Para empezar, le concedió el título de caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, también conocida como Orden de Malta, pues la Casa de Alba mantenía una fuerte vinculación con dicha orden. Por cierto, si os interesa, Lope de Vega retrató la juventud del zagal en una obra que lleva por título Más mal hay en La Aldegüela de lo que suena, también conocida como El prior de Castilla. Lo que ocurre es que la mayoría de los datos que aparecen en ella son más inventados que las decisiones de algunos árbitros polacos de fútbol, aunque ese es otro cantar.

¿Y la molinera? Poco más se sabe de ella. Entre que era de extracción humilde —algunas fuentes indican que era de La aldehuela, lugar vecino a Piedrahita— y que la Casa de Alba no permitió una boda tan desigual, el olvido se apoderó de ella. Pero, claro, viendo el percal, a Fernando había que casarlo so pena de llenar la casa de más ardores del guerrero. Así que, tras llegar los Alba a un acuerdo con una familia vecina de Alba de Liste, decidieron casarlo en 1529. La elegida fue María Enríquez, hija de los condes de Aliste; y eran primos hermanos —las cosas de la época—, pues la madre de la novia era doña Leonor, hija a su vez de don Fadrique. De María Enríquez Garcilaso de la Vega dice que era «dulce, hermosa, sabia, honesta».

De esa unión nacerían cuatro hijos: García (1530. O sea, al año de casados), que cerró sesión con tan sólo dieciocho palos; Beatriz (1534, a la vuelta de Viena de Fernando; Fadrique (1537. Éste también acompañaría tiempo después a su padre por la zapatiesta que fue Flandes, y sin quererlo acabó siendo el responsable del destierro del duque ordenado por el rey Felipe II); y Diego (1542).

Que Fernando era un partidazo lo demuestra estos versos que Garcilaso le dedicó:

« … su ánimo formando en luenga usanza,

el trato, la crianza y la gentileza,

la dulzura y la llaneza acomodada,

la virtud apartada y generosa,

y en fin, cualquier cosa que se vía,

en la cortesanía que lleno

Fernando tuvo el seno abastecido».

En 1531, don Fadrique Álvarez de Toledo pasó a mejor vida —eso se dice al menos. De allí todavía no ha vuelto nadie para saber si es así o no—, y de esta manera, ahora sí que sí, Fernando se convirtió en don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba. Y con ello, una serie de responsabilidades asociadas al título: o sea, estar presente en la Corte y atento a todo aquello que el rey —Carlos I de España, recuerdo— necesitara. Y esto, con apenas veintitrés palos.

Entonces, desde Viena llegaron noticias: la cosa estaba chunga no, lo siguiente, pues Solimán el Magnífico —alias el turco grande—se había plantado ante las puertas de la ciudad tras diversas hazañas. Entre otras, la muerte del rey de Hungría en 1526 en la batalla de Mohacs. Viena salió como pudo del asunto y Solimán, escaldado; pero juró regresar con un ejército para cagarse y mearse la perra, todo junto. En definitiva, Carlos V —aquí aparece como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Que conste— convocó a todo Cristo para echarle una mano en el asunto. Y ahí estará el nuevo duque de Alba. Al lado siempre del emperador.

Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel y Garcilaso de la Vega liaron el petate a finales de enero de 1532 y pusieron rumbo a Flandes para reunirse con el emperador.

Pero eso, ya, para la siguiente.

Has leído y ahora dale al podcast en ivoox, recuerda hay variaciones.

🎙 🎧 👇🏻

@VictorFCorreas

Avatar de Desconocido

About Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
Esta entrada fue publicada en ‘Pa’ habernos ‘matao’, Duque de Alba, Historia, Podcast, Podcasts de Historia, Víctor Fernández Correas y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario